Ya estaba hecho.
Elsa Swon dejó escapar el aire que llevaba conteniendo todo el día y colocó el ramo de flores en un jarrón. Por fin, Anna se había casado.
Después de años cuidando de su hermana, sacándola de aprietos, Anna había dejado de ser un problema. Ahora tenía un marido y Elsa podía relajarse.
La boda del año había sido fastuosa, llena de arreglos florales y champán francés. No exactamente lo que había imaginado para su rebelde hermana, pero aun así, Anna había brillado con un impresionante vestido y el cabello enmarcando su rostro, inesperadamente pálido.
Al terminar la fiesta, Anna se había girado, había escrutado a la multitud y había lanzado el ramo, que había ido a parar a las manos de Elsa. Sujetándolo y embriagada por el olor de las flores, D Elsa se había quedado de piedra. Aquel ramo no iba a proporcionarle un marido y mucho menos, al hombre de sus sueños.
Elsa confiaba que Bradley Lester, consejero de la compañía de su padre y recién convertido en su cuñado, supiera en lo que se estaba metiendo. Kim se merecía un poco de felicidad, después del dolor y humillación que Jack Frost le había hecho pasar cuatro años atrás.
No, no estaba dispuesta a pensar en aquel hombre el día de la boda de Anna. Por lo que a ella incumbía, podía arder en el infierno. Elsa miró su reloj de oro. A esa hora, Anna y Bradley debían de estar en la suite real del Hilton, con vistas a los lujosos yates del puerto de Auckland. Al día siguiente, volarían a Fiji.
Elsa se soltó el pelo y sacudió la cabeza. Se quitó el vestido magenta que había llevado durante todo el día y lo colgó en una percha, aunque nunca más volvería a ponérselo. Aquel color tan intenso no era de su gusto, pero no lo había elegido ella. Hubiera preferido un tono azul, pero ¿cómo discutir con una novia?
Se daría una rápida ducha e iría al encuentro de su padre para ver de qué quería hablarle. Quizá incluso tuviera oportunidad de echar un vistazo al informe que había preparado el día anterior antes de irse a la cama. El trabajo era algo que se le daba mucho mejor que las bodas.
—¿Qué demonios quieres, Frost?
«Llevaros a ti y a tu hija al infierno conmigo», pensó Jack Frost, pero en lugar de contestar a la pregunta de Agdar Swon se inclinó sobre el escritorio.
Allí, en el inmenso estudio de la mansión de Swon, sin prestar atención al esplendor que lo rodeaba, Jack puso lentamente sus puños sobre la mesa y miró al hombre que estaba al otro lado.
Tenía que reconocerle su mérito a Swon. El viejo no se dejaba impresionar ante dos metros de puro músculo. Tampoco se estremeció al ver que el descendiente de italianos se inclinaba hacia delante.
De pronto, Swon parpadeó. Así que su viejo mentor estaba nervioso. Jack entrecerró los ojos mientras Swon comprobaba que sus secuaces estuvieran en su sitio. A Jack no le preocupaba la presencia de David Matthews, el asesor legal de Sinco, ni del joven musculoso junto a él, que portaba una pistola y que parecía estar preparado para entrar en acción. Pero el hombre siniestro que estaba al otro lado de la habitación, era otra historia. Ken Pascal era un hombre al que no se debía de perder de vista.
El sudor en la frente de Swon produjo enorme satisfacción a Jack. Iba a tener que sudar mucho más antes de que todo aquello terminara.
—Te dije ayer por teléfono que te compensaría —dijo Agdar Swon señalando la pila de documentos que había en un extremo de la mesa—. Firma el contrato que David Matthews ha preparado y me aseguraré de que todo el dinero se transfiera a la cuenta bancaria que me indiques.
Jack tensó la mandíbula.
—Ninguna cantidad podrá compensar todo lo que he perdido.
Agdar Swon frunció el ceño.
—¿Qué es lo que quieres?
—¡Todo!
—¿Todo? ¿Qué quieres decir con todo?
Por primera vez, se le veía desconcertado. Swon era bueno, muy bueno. Dos días después de recibir la llamada del abogado, Jack había volado al pie de la cama de su padre enfermo, quien le había hecho prometer que le daría un nieto.
Tiempo atrás, en un cementerio a las afueras de Milán, con el corazón lleno de dolor y pena, Jack había prometido venganza sobre la tumba de Lucia. Ahora, después de cuatro años tenía una misión: regresar a Nueva Zelanda y hacer pagar a Agdar Swon y a su hija. Pero no podría cumplir uno de sus objetivos, puesto que Anna se había casado.
Jack sonrió lentamente, mientras comprobaba cómo los ojos grises del viejo se llenaban de miedo.
—¿No entiendes la palabra todo? —preguntó Jack con tono burlón—. Quizá necesites un diccionario para buscar su significado —y arqueando una ceja, añadió—. ¿O acaso no entiendes mi acento?
—Tu inglés es impecable, Frost, como no podía ser de otra manera después de una década en Nueva Zelanda.
Jack sintió deseos de dar un puñetazo al otro hombre, pero se contuvo. No quería ser arrestado, aunque tampoco le importaba nada ya. La frente de Swon continuó llenándose de perlas de sudor.
—¿Qué quieres?
—Quiero que me devuelvas mis acciones de Sinco Security y me compenses por todo lo que he perdido.
—Hecho —dijo Swon con voz de alivio.
—Aún hay algo más que quiero.
—¿Cuánto? —preguntó Swon mirando con desprecio a Jack.
Jack cerró los puños, luchando contra la furia y el dolor que amenazaban con hacerle salir corriendo. Era evidente que Swon todavía pensaba que podía comprarle. Hubo un tiempo en que la riqueza de Agdar Swon le había impresionado, pero ahora, ya no necesitaba a Agdar Swon ni a Sinco Security. Su fortuna era inmensa y por ella había tenido que pagar un alto precio.
Pero Swon no lo sabía. Él pensaba que estaba tratando con un nómada sin raíces al que había llevado al exilio.
—No quiero tu sucio dinero —dijo Jack entre dientes.
—Entonces, ¿qué quieres, Frost?
Si Swon supiera...
Jack se quedó pensativo por unos instantes, buscando las palabras que le habría dicho cuatro años atrás, cuando perdió todo el respeto por el hombre que tenía frente a él. La respuesta llegó al cabo de unos segundos, al encontrarse con la gélida mirada de Swon.
—Quiero volver a formar parte del consejo de Sinco.
Se había dejado la piel trabajando para que Sinco Security fuera lo que era hoy en día. Había sido idea suya proveer de seguridad a los ricos, haciendo que Sinco se convirtiera en una compañía de prestigio en Australia y gran parte de Asia.
—Y no quiero cualquier cargo, quiero ser el consejero.
—Imposible, ese cargo ya está ocupado —dijo Swon y su frente se arrugó—. Venga, Frost. Soy un hombre razonable y estoy tratando de hacer todo lo posible por contentarte.
Bruscamente, Jack se puso de pie y se dirigió a la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó Swon alarmado.
Jack se dio media vuelta y se pasó la mano por el pelo.
—A que me hagan unas fotos. Los periódicos van a necesitarlas. Ah, y quizá también llame a algún canal de televisión. A ver quién me hace la mejor oferta—dijo mostrando una sonrisa despreocupada—. Ciao.
Lo cierto es que no tenía ninguna intención de vender su historia a los tabloides, pero eso no lo sabía su interlocutor. Al girarse hacia la puerta, Jack oyó el rechinar de los dientes de Swon.
—No tan deprisa, Frost —dijo Swon por fin, haciendo que Jack sonriera para sus adentros.
Jack se detuvo y se giró sobre sus talones. No había ninguna duda de que era la primera vez que Swon pedía algo en su vida.
Más tarde, recién duchada y sin maquillaje, Elsa se sintió lo suficientemente relajada como para dedicarle atención a su padre. Agdar Swon era un hombre que apenas pensaba en algo más que en el trabajo. Al llegar a casa, en lugar de celebrar la boda de Anna brindando con champán junto a su otra hija, le había dicho a Elsa que quería verla en su despacho.
Con el ceño fruncido, Elsa se estiró el vestido de algodón blanco que se había puesto. Llegaba tarde y su padre odiaba que lo hicieran esperar. Pero por una vez, se dio el placer de tomarse su tiempo, una pequeña muestra de rebeldía que no era habitual en ella.
Anna siempre había sido la rebelde. Unos años atrás, Elsa había intentado escapar de la prisión en que se había convertido la bonita mansión, pero su padre había impedido todos sus intentos de irse a vivir a un apartamento con sus amigas del colegio.
Con el tiempo, sus amigas la habían dejado de lado y habían continuado con sus vidas, mientras ella había seguido viviendo con su padre.
Elsa sonrió. Había sido una estúpida por no haberse dado cuenta antes de lo sola que se había quedado. Había tenido que acabar sus estudios universitarios, además de soportar la presión de su padre para obtener las mejores calificaciones. Había sido una hija sumisa durante tanto tiempo, que se había convertido en un hábito.
Al salir de su habitación, el sonido del teléfono le hizo detenerse. Sería su padre para decirle que se diera prisa. Suspirando, atravesó la alfombra para contestar.
—¿Anna? —dijo Elsa sin poder ocultar su sorpresa al oír la voz de su hermana—. ¿Qué ocurre?
Anna balbuceaba.
—No me odies, pero no podía vivir con ello. Y menos aún siendo tan feliz. Tenía que hacer algo.
—Espera, más despacio —dijo Elsa tratando desesperadamente de encontrar sentido a aquellas palabras—. ¿Qué has hecho?
La línea se quedó en silencio unos segundos.
—¿No te lo ha dicho papá todavía?
—¿Decirme qué?
Se volvió a hacer el silencio. Elsa respiró hondo y contó hasta tres antes de continuar hablando.
—No. Ha convocado no sé qué reunión, pero quería verme antes. Tengo que irme, ya llego tarde.
—Va a decírtelo —dijo Anna con voz entrecortada, haciendo que la preocupación de Elsa fuera en aumento—. Lo siento.
—¿Pero el qué?
—Papá te lo dirá —dijo y colgó.
—¿Anna? —la llamó su hermana desesperada, pero la línea se había cortado.
Elsa colgó el auricular y se dio cuenta de que la relajación que había sentido hasta unos minutos antes, había desaparecido.
—He leído que ahora te dedicas a la liberación de secuestrados.
Jack se giró para encontrarse con la mirada escrutadora de Ken Pascal, el jefe de seguridad de Sinco.
—Sí, así es.
Aquellas tres palabras no revelaban el horror y las atrocidades que había conocido durante los últimos cuatro años que había pasado en Iraq, Afganistán y África. Había intervenido en tensas situaciones para negociar la liberación de pobres desafortunados. Se le daba bien. Junto a Morgan Tate y Carlos Carreras, había fundado una empresa para entrenar a destacamentos militares en casos de secuestro. Ahora, eran sus socios los que se ocupaban de llevar la compañía y juntos, habían hecho mucho dinero.
—¿Y eso qué importa, Ken? —preguntó Swon impaciente.
—Es una buena oportunidad de entrar en ese juego, jefe. Jack puede estudiar si es viable para nosotros o incluso si hay otros campos en los que Sinco pueda tener posibilidades.
—No voy a dirigir una unidad de riesgo —dijo Jack.
Swon ladeó la cabeza.
—Eso me daría una excusa para convencer a Bradley para que dimita como consejero.
Jack comenzó a sentir las mieles de la victoria y señaló con la cabeza hacia el teléfono que estaba en la mesa.
—Llama a Bradley.
—Eso no es posible. Se acaba de casar hoy —dijo Swon.
—Claro, se me había olvidado. Lo he leído en los periódicos: la hija del jefe se casa con el consejero de Sinco. Es una buena noticia para ambas familias y, por supuesto, para los accionistas, ¿verdad?
El viejo lo miró con recelo, pero no dijo nada.
—Claro que tengo..., ¿Cómo se dice? —dijo exagerando su acento italiano—, algunos asuntos sin concluir con la novia.
—Quizá sea exactamente lo que necesitamos, jefe. Míralo, nadie querrá enfrentarse a él, a menos que no esté en su sano juicio —dijo Pascal.
Jack giró la cabeza y dirigió una fría mirada a Ken Pascal. ¿Habría el paso del tiempo afectado el cerebro de aquel hombre?
Jack se dio cuenta de que Swon parecía saber a qué se estaba refiriendo Pascal y no le gustó la manera en que estaban observando sus anchos hombros y sus fuertes brazos. Era como si aquel hombre estuviera considerando la compra de un caballo.
—¿Para qué me necesitas? ¿Acaso tienes algunos trapos sucios que lavar? ¿Quieres mandar a algún otro hombre al exilio?
Pascal carraspeó.
—Elsa Swon necesita que alguien la vigile.
La imagen de la hija mayor de Swon apareció en la mente de Jack. Joven, reservada y muy problemática. Enseguida apartó aquel pensamiento.
—¿Por qué no un guardaespaldas? —preguntó Jack —. Creo que por aquí no escasean ¿O acaso el último fue descubierto llevándose la plata de la familia? Quizá la señorita trató de quitarle los pantalones.
Todos los hombres de la habitación se incomodaron ante su insolencia. Esta vez Jack echó la cabeza hacia atrás y rió. Había aprendido que la risa era un arma muy útil para controlar su propia furia.
—No quiero a Frost cerca de mi hija —dijo Swon, con el rostro pálido—. Está loco.
Jack volvió a reír.
—Elsa ha rechazado todos los ofrecimientos de ayuda —dijo Pascal dirigiéndose a Jack —. Es tan testaruda como su padre —y girándose hacia Swon, añadió—. Agdar, si no haces algo enseguida, vas a quedarte sin hija. En mi opinión, Jack es la respuesta.
—¿Quedarse sin hija? —repitió Jack —. No puedo creerme que vaya a dejar a su papá. ¿Adónde va?
—Acabará bajo tierra, si el psicópata que anda tras ella no es detenido.
Pascal se dirigió al escritorio y tomó un gran sobre y un paño.
—¿Puedo? —dijo pidiendo permiso a Swon.
Robert Sinclair hundió los hombros mientras asentía.
Jack tomó el paño y el sobre que le ofrecía Ken Pascal y miró en su interior. Con cuidado de no dejar huellas dactilares ni borrar las que hubiera, sacó una foto del interior.
Sus ojos se abrieron asombrados y a continuación los entrecerró.
Era la foto de una boda. Al reconocer a la novia, Anna Swon, se quedó con la boca abierta. El rostro vibrante que recordaba, mostraba una sonrisa formal, mientras posaba entre su padre y el hombre que debía de ser Bradley Lester. Pero era la cuarta persona de la foto la que le dejó sin aliento.
Aquella esbelta figura iba vestida con un vestido de un extraño color rosa oscuro, un tono que sólo una mujer apasionada se atrevería a llevar. Si aquélla era Elsa Swon, había madurado mucho. Pero era su rostro lo que llamó su atención o lo poco que quedaba de él en la foto después de haber sido cortada con una afilada cuchilla.
Jack se quedó mirando fijamente la foto mutilada con el corazón latiendo con fuerza. Pascal tenía razón. Alguien debía velar por ella antes de acabar en una fría mesa del depósito de cadáveres. No le había tendido la mano en los peores momentos de su vida para que ahora un lunático le hiciera daño.
Nada más entrar en el estudio de su padre, Elsa percibió la tensión. Sus ojos se posaron en el desconocido de anchos hombros. Estaba de espaldas a ella, con las piernas separadas y con el cuerpo ligeramente ladeado. A pesar de estar en minoría, era evidente que tenía el control de la situación.
Una rápida mirada a su alrededor, le confirmó que conocía a los demás presentes. Su padre parecía desesperado; Ken, el jefe de seguridad, se veía algo más calmado mientras que David, el asesor económico, mostraba la cara de póquer que solía poner cuando trataba de dar solución a un enigma. El joven que Ken había elegido como vigilante y de cuyo nombre no se acordaba, se veía perdido.
Volvió su mirada al desconocido. Los otros cuatro hombres lo miraban como si fuera un animal peligroso. Deseó ver la cara de aquel hombre, leer sus ojos y entender qué era lo que lo hacía destacar entre los demás.
Elsa parpadeó para borrar su poderosa imagen, pero no pudo evitar reparar una última vez en aquel imponente cuerpo bajo la camiseta y los vaqueros negros que llevaba. Era sólo un hombre más, se dijo, aunque muy atractivo.
Tenía en la mano un sobre y algo más. Un segundo más tarde, se giró. Su corazón se detuvo al ver su perfil y se sintió confusa. Algo brilló en sus ojos al reconocerla y, rápidamente, guardó lo que estaba viendo dentro del sobre y lo dejó.
Jack Frost.
Una sensación de furia se apoderó de su corazón, pero mantuvo la expresión calmada para que no se percatara del odio que sentía por aquel hombre. Su estómago dio un vuelco y respiró hondo, tratando de mantener su habitual tranquilidad.
—¿Qué está pasando, papá? ¿Por qué ha vuelto? ¿Qué quiere? —dijo mirando el rostro de cada uno de los presentes en busca de respuestas, deseando que alguien se hiciera cargo y lo sacara de allí—. ¿Y por qué no habéis llamado a la policía?
—El motivo no importa —contestó su padre a regañadientes.
—¿Por qué?
Los ojos de Jack Frost se encontraron con los de ella. Se le veía arrogante y divertido. Elsa estudió la curva de sus labios y el brillo de sus ojos y vio algo más. Parecía enojado. ¿Por qué lo estaba? Era el canalla que tanto daño había hecho a su hermana. ¿Por qué estaba allí, en su casa?
Desconcertada, miró a su padre.
—Tengo que llamar a Anna.
Quería advertir a su hermana y salir de aquella asfixiante habitación.
—Anna ya lo sabe, ella es la razón por la que ha vuelto.
Elsa tosió. Su cabeza daba vueltas y se sintió mareada.
—Siéntate, Elsa.
Apenas oía las palabras de su padre. ¿Cómo era posible? Cuando Jack Frost abandonó el país cuatro años atrás, se había sentido muy aliviada al saber que nunca más volvería a hacer daño a Anna. Pero ahora había vuelto y estaba mucho más atractivo de lo que lo recordaba.
—Siéntate hija antes de que te desmayes.
Sin pensar, obedeció la orden de su padre y se sentó frente a él.
Unos segundos más tarde, el cojín de su lado se hundió bajo el peso de un cuerpo mucho más grande y pesado. Giró la cabeza y se encontró con la peligrosa mirada de Jack Frost.Continuara.....
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La venganza de un hombre
RandomLa venganza había sido su única compañera de cama... El ejecutivo italiano Jack Frost no se detendría ante nada hasta haber llevado a cabo su venganza y haber destruido por completo a la familia Swon. Convertir en su esposa a Elsa Swon, la hija mayo...