CAPITULO 10

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  —¡Tú! —dijo reconociendo al hombre al verlo sin gafas ni gorra—. ¿Por qué estás haciendo esto, Jim?
—¡Mírame! —dijo Jim Dembo señalándose el rostro—. Soy una basura, mi vida es una basura. Tu familia y tú salisteis ilesos.
—Eso no es cierto. No olvides que mi madre murió en el accidente. Oí su último aliento de vida mientras tú estabas inconsciente en el asiento del conductor.
—No intentes salirte con la tuya. Sé cómo actúa tu familia. Muchas promesas al viejo Jim y poco más.
Jim había sido compensado económicamente, pero Elsa sabía que el dinero no podía aliviar el dolor.
—Siento lo que te ocurrió, pero todos fuimos víctimas de un conductor borracho. Podía haberle ocurrido a cualquiera.
—¡Estáis en deuda conmigo y llevo mucho tiempo esperando!
Elsa apretó los dientes y al ver que sacaba una pistola, se asustó. ¿Estaría pensando en matarla?
—¡Muévete!
—¿De quién es este sitio? ¿Tuyo? —preguntó Elsa aterrorizada, mirando a su alrededor.
Quería que continuase hablando para que la viera como una persona y no como a un objeto. Pero Jim no contestó. La agarró y la empujó al interior.
Una vez dentro, Elsa parpadeó para acostumbrar la vista a la oscuridad. En un rincón había un colchón con un puñado de mantas. En la pared de enfrente había estanterías con herramientas, botes de cristal vacíos y latas de provisiones para alimentar a un pequeño ejército. De pronto, cayó en la cuenta de que Jim había planeado aquello. Se sintió consternada y trató de contener el miedo que sentía en su interior.
—Y ahora, ¿qué?
—Esperaremos.
Habían pasado cuatro horas desde que Jim la secuestrara. Elsa sentía frío hasta en los huesos por el aire de la montaña y se retorció en el viejo colchón. Deseaba sentir la seguridad de los brazos de Jack, pero él estaba en el otro lado del mundo, con su padre enfermo y seguramente, ya habría iniciado los trámites del divorcio.
Elsa se estremeció. Aquellos pensamientos no le resultaban de ayuda y comenzó a hablar.
—¿Qué piensa tu esposa Jenny de lo que estás haciendo?
—Mi esposa me abandonó —respondió Jim y sacó su teléfono móvil—. ¡Toma! Cuéntale a esa bruja lo que está ocurriendo.
Una voz adormilada contestó.
—¿Jenny? —preguntó Elsa.
—¿Quién es? ¿Sabe qué hora es? —preguntó la mujer enojada.
—Es importante. Su marido me ha hecho llamarla.
—¿Mi marido? Me divorcié de él hace cuatro meses —dijo y tras una pausa, añadió—. ¿Qué ha hecho? ¿Acaso está en apuros?
—Jenny, necesito que se tranquilice. Me llamo Elsa...
Jim agarró el teléfono y se lo quitó.
—Jenny, he secuestrado a una mujer y no voy a dejarla ir hasta que me prometas que volverás conmigo. Si te niegas, voy a empezar a cortar trozos de su cuerpo y a enviártelos poco a poco, así que será mejor que vengas enseguida —dijo y colgó.
—Eso le enseñará a la muy bruja.
Aquel hombre estaba fuera de sí. No serviría para nada provocarlo. Tenía que pensar un plan para salir de allí. Quizá si le dijera que tenía que ir al baño...
Tomó la chaqueta y volvió a ponérsela. Fuera necesitaría estar abrigada.
—Hagamos la siguiente llamada. Marca el número de tu padre —dijo Jim más tranquilo, ofreciéndole el móvil—. Dile que quiero dos millones de dólares antes de mañana a las seis de la tarde. Luego me pasas el teléfono para que le diga dónde ha de dejar el dinero. Déjale bien claro que después de las seis, te cortaré un dedo cada hora, primero de las manos y luego de los pies, y se los iré enviando en tarros de cristal.
Elsa miró las estanterías, repletas de herramientas y botes de cristal y sus dientes comenzaron a rechinar. Sintió náuseas y su estómago se revolvió.
Un sonido metálico la sacó de su ensimismamiento. Giró la cabeza y vio a Jim apuntándola con la pistola.
—Déjale claro que hablo en serio y sé breve, no quiero darles a esos bastardos la oportunidad de que me localicen. Si le dices quién soy, te disparo, ¿entendido?
Temblorosa, asintió.
—Venga, llama —ordenó Jim.
Marcó el número, rezando para que su padre contestara. Tras cinco llamadas, oyó un clic al otro lado de la línea.
—¿Dígame! —contestó una voz familiar.
—¿ Jack?
— Elsa, ¿dónde estás?
La voz de Jack tenía un tono de urgencia.
Elsa se quedó pensativa y miró a cada lado. Jim la apuntaba con la pistola.
—No lo sé.
—¿Estás en peligro?
—Sí —confirmó y mostró una sonrisa tranquilizadora ante Jim, que le arrancó el teléfono de las manos.
Elsa oyó que Jack decía algo, pero no pudo comprenderlo. Luego, Jim le devolvió el aparato.
—No esperaba a Frost. Procura ser convincente, que tema por tu seguridad. Lo llamaré mañana a las seis para darle instrucciones de dónde debe dejar el dinero. Si para entonces no lo tiene, empezará la carnicería —y sonriendo con malicia, añadió—. Recuérdale lo mucho que lo amas, para que le sirva de incentivo a la hora de pedirle el dinero a tu padre.
Era evidente que no sabía que Jack era millonario. ¿Habría cometido algún otro error? Antes de poder seguir pensando, oyó que Jack la llamaba.
—Estoy aquí —dijo ella y repitió lo que Jim acababa de decirle.
—Escucha, ten cuidado con lo que dices. Necesito que me ayudes como sea. ¿Conoces a ese hombre?
—Sí —respondió. Estaba desesperada por darle alguna pista a Jack sin ponerse en peligro—. Oh, Jack. Siento mucho que tu padre esté enfermo. No lo he visto desde el hospital, cuando tu madre murió.
Elsa confiaba en que se diera cuenta de que estaba hablando de su propia madre y de que el hombre al que no había visto desde el hospital era Jim.
—Ya está bien —dijo Jim—. Dile que lo quieres.
Deseaba mandarle al infierno. Apretó los labios y se quedó callada, pero de repente, volvió a ver la pistola.
—Te quiero.
Sus palabras tan sólo recibieron un silencio por respuesta. Sus piernas se doblaron y sintió que empezaban a temblar a la espera de que Jack dijera algo.
—Te lo ha hecho decir él, ¿verdad? —dijo él al cabo de unos segundos.
—Sí.
Jim le quitó el teléfono.
—Quiero más pasión. Necesito que Jack consiga de tu padre el dinero. Dile que estás embarazada.
Elsa volvió a tomar el teléfono y oyó que Jack la llamaba.
—Sí, estoy aquí. Hay algo que tengo que decirte. Estoy...
Elsa se detuvo, cerrando los ojos.
— Elsa, ¿qué demonios ocurre? —dijo Jack, transmitiendo un pánico que nunca había percibido en su voz—. ¿Acaso te ha hecho daño ese canalla?
—Estoy bien. Bueno, no exactamente. Ahora mismo estoy cansada y no me encuentro bien —dijo y al ver que Jim la apuntaba con la pistola, rápidamente añadió—. Estoy embarazada.
De pronto aquellas palabras la hicieron recapacitar. Las náuseas, la pérdida de apetito, ahora todo tenía sentido. A pesar de las circunstancias, su corazón dio un vuelco. Realmente estaba embarazada. Lo imposible había sucedido.
—Vuelve a decírmelo.
—Estoy embarazada —repitió.
—No ha encontrado una manera mejor de torturarte, ¿no? Dile a ese bastardo que no pararé hasta dar con él y tendrá que vérselas conmigo. Y será mejor que no te ponga las manos encima o me ocuparé de él con mis propias manos.
A pesar de la cantidad de secuestrados que había liberado, Jack era incapaz de controlar su nerviosismo. Lo más difícil había sido la angustia que había percibido en la voz de Elsa antes de colgar. Había sido muy valiente al darle la pista que necesitaba para adivinar quién era el secuestrador.
Mientras volaba en el helicóptero, rezó porque Elsa estuviera bien y apartó la idea de que quizá nunca más volvería a verla.
Distraídamente, se quedó mirando sus botas de combate. ¿Le perdonaría Elsa alguna vez? Había sido un tonto. El miedo que había sentido al enterarse de que la habían secuestrado, había limitado su capacidad para pensar con claridad. Pero aquellas dos palabras que había oído de sus labios, aquel te quiero, lo habían hecho reaccionar.
Su ansia de venganza hacia la familia Swon ya no era un objetivo a cumplir. Quería tener otra oportunidad con Elsa. Por ella era capaz de dejarlo todo, incluso su ilusión de tener un hijo.
Pero eso todavía no lo sabía. Ella aún creía que estaba dispuesto a divorciarse. No debería haber reaccionado como lo hizo al saber que no podía tener hijos. Debería haberle ofrecido su apoyo y comprensión.
Recordó el momento en que le había dicho que estaba embarazada y sintió un nudo en la garganta. Aquellas palabras debían de haber roto su corazón en pedazos. De repente, lo más importante era aliviar el dolor de Elsa y la venganza, el deseo de tener un hijo que perpetuara el nombre Frost, habían dejado de ser su obsesión.
—Jim —dijo Elsa al hombre que estaba sentado junto a la puerta, en tinieblas—. Necesito ir al baño.
—¿Cómo? —preguntó adormilado.
—Necesito ir al baño ahora mismo.
Había esperado hasta hacerse de noche para que estuviera oscuro.
—Por favor, Jim, deprisa —añadió Elsa dándole un tono de urgencia a su voz.
Maldiciendo, se acercó hasta donde estaba Elsa atada.
—Venga, ponte de pie.
—Está oscuro ahí fuera y podría caerme. ¿Por qué no desatas mis pies?
—¿Qué más me da si te caes?
—Recuerda que para ti tengo un valor de dos millones de dólares. ¿Acaso no deberías cuidar tu dinero?
Sin decir palabra, se inclinó y desató las cuerdas.
—Gracias, Jim. No tardaré —dijo frotándose las muñecas.
—No vas a ninguna parte sola. Yo iré contigo.
—¿Adónde voy a ir? Ni siquiera sé dónde estamos. Lo último que querría es perderme entre la vegetación.
Elsa abrió la puerta y Jim la tomó por la manga.
—No tan deprisa.
Entonces, lo oyó. Era el sonido de un helicóptero. Aquélla era su oportunidad. Miró hacia arriba, pero no vio nada. ¿Estaba tan sólo de paso?
Jim también lo había oído.
—Venga, adentro.
Elsa dudó. Si le obedecía, todo habría acabado. Así que dio una patada a la lámpara de gas que estaba junto a la puerta. Hubo un momento de oscuridad mientras caía y luego la lámpara fue a parar a las mantas, prendiéndose fuego.
Forcejeó con Jim para liberarse, con la esperanza de que el helicóptero viera las llamas.
Desesperada, Elsa lanzó patadas a diestro y siniestro, alcanzando un punto sensible en la pierna de Jim. Él la agarró por la chaqueta, pero ella se la quitó y quedó liberada. Corrió hacia la puerta y miró al cielo.
El helicóptero estaba encima, buscando con los focos. Elsa gritó y agitó los brazos. Unos segundos después, el aparato se estaba posando en tierra.
—¡ Elsa!
Al oír aquella voz familiar, sus rodillas se doblaron.
—¡ Jack! —exclamó incrédula.
A momento, la abrazó y una sensación de calidez y seguridad la invadió.
Debería haber confiado en que Jack la encontraría. Lanzó una rápida mirada a sus espaldas y vio cómo un grupo de hombres vestidos de camuflaje rodeaban a Jim.
—No vuelvas a hacerme pasar por lo mismo.
—Estás loco si crees que quiero una segunda vez —murmuró ella—. Lo único que quiero es un baño caliente y una cama limpia.
—Y comer.
—No, no tengo hambre.
Al pensar en comida su estómago dio un vuelco y escondió una sonrisa.
—Éste ha sido el peor día de mi vida.
—Ya se ha terminado —dijo ella rodeándolo por el cuello.
Jack la tomó por la barbilla y Elsa sintió que su corazón se aceleraba. Fue un beso breve y tierno.
—Se ha acabado. Has pasado por un infierno. Imagino que querrás ir a casa.
—Sí, por favor —dijo y de repente recordó—. ¿Cómo está Tymon?
—Aparte de la contusión que ha sufrido por el golpe, está bien. Jim conocía la manera de trabajar de Ken Pascal y sabía que apenas había habido cambios en la seguridad en los últimos años. Por eso pudo entrar en tu casa. Seguía manteniendo la amistad con Bob, así que le resultaba fácil saber lo que estaba ocurriendo.
—No puedo creer que el miedo de estos últimos meses haya terminado. ¡Ha sido horrible! Estoy deseando que mi vida vuelva a la normalidad.
—Sí, cuanto antes recobres tu vida, mejor.
El sonido del teléfono despertó a Elsa a la mañana siguiente.
— Elsa, pensé que ibas a morir —dijo su hermana con exagerado dramatismo.
—Estoy bien, tan sólo necesito descansar. Quizá mañana, papá, Bradley y tú podáis venir a verme.
—Siempre he tenido celos de ti —continuó Ann—. A todo el mundo le has caído bien siempre: a los profesores, a los compañeros del colegio, a sus padres... Siempre quise ser como tú.
Aquello sorprendió a Elsa.
—Tú eras brillante, alegre y guapa. No tenías por qué estar celosa de mí.
—Sí, por fin logré darme cuenta gracias a Bradley.
De repente, los pensamientos de Elsa fueron por otro camino.
—Ann, ¿por qué trataste de seducir a Jack? ¿Era porque pensabas que me gustaba?
—Sí —contestó su hermana en un susurro—. Quería acostarme con él y contarte que lo había hecho. Pero él me rechazó. Entonces papá me vio saliendo de su habitación y todo fue terrible. Jack le dijo a papá que debía encontrarme un buen chico con el que salir y cerró la puerta en nuestras narices. No sabía qué decir. Papá estaba furioso y yo asustada. Así que le dije que Jack había intentado forzarme. Al poco la policía estaba allí tomándome declaración —dijo e hizo una pausa antes de continuar—. No sabía cómo arreglar aquello. Y tú... Te volviste tan silenciosa y retraída que me sentí culpable.
—Oh, Anna, deberías haber confiado en mí. ¿Acaso no había resuelto siempre tus problemas?
—No pensé que fueras a ayudarme. Tenías que ver tu cara cada vez que veías a Rico. Lo odiaba, sabía que acabaría haciéndote daño, así que quise que desapareciera de tu vida para siempre.
—¿Pensaste que si se acostaba contigo lo odiaría? —preguntó Elsa sorprendida—. Eras muy joven para esa clase de juegos, Ann.
—A nadie le importaba lo que hiciera y, ya te he dicho, no me gustaba el modo en que lo mirabas.
Su hermana se había sentido celosa de la atención que le prestaba a Jack, pero, de alguna extraña manera, Ann había intentado protegerla aunque con un resultado desastroso.
—Ann, ahora tienes un marido que te ama. Ya me has pedido perdón a mí y mañana podrás disculparte con Jack.
—De acuerdo.
Elsa colgó el auricular y se levantó de la cama. Se puso una bata y salió de su habitación en busca de Jack. Necesitaba sentir el calor de sus brazos rodeándola.
Bajó la escalera sonriendo, pensando en lo mucho que Ann había madurado desde que descubriera que estaba enamorada de Bradley.
Al ver una maleta y una bolsa junto a la puerta, la sonrisa desapareció. Quizá fuera el equipaje de Tymon, pensó. Pero al ver a Jack salir de la cocina, supo que estaba equivocada.
—¿Te vas?
Él asintió.
—¿Por qué?
—Tienes que olvidar todo esto. Conmigo cerca, no podrás hacerlo. Nunca logré entender por qué la única cláusula que añadiste al contrato que firmamos, aparte de que dejara en paz a Ann, fue que me marcharía cuando me lo pidieras. Debería haber adivinado que nunca habría ningún niño. Nunca habrías dejado que lo apartara de ti. Así que no estoy dispuesto a esperar a que me eches.
Elsa suspiró. Aquello iba a ser difícil. Le iba a llevar un tiempo perdonarla, confiar en ella de nuevo. Pero tenía toda una vida por delante.
—¿Adónde vas? ¿Vuelves a Italia?
—Quizá.
¿Quería aquello decir que nunca volvería?
—Supongo que tu familia te necesita —dijo ocultando su tristeza.
—Mi padre ya está mejor. Hemos estado hablando. Mis padres te mandan recuerdos, al igual que Bella.
—Estaba deseando conocerlos.
Él ignoró su comentario.
—Aunque vaya a visitar a mi familia, volveré. Me gusta vivir aquí, en Nueva Zelanda.
Elsa sintió alivio, tratando de descifrar el significado de sus palabras. ¿Quería eso decir que seguiría en contacto con ella?
—Creo que estoy embarazada.
Se hizo un tenso silencio. Elsa se quedó a la espera de que la abrazara. Sin embargo, él dejó caer los brazos a los lados.
—No estoy del todo segura, pero creo que sí —dijo y se quedó callada, mirándolo.
—¿Cómo es posible?
—Después del accidente, me quitaron el bazo y un ovario estaba seriamente dañado. El otro también, pero menos. Me operaron durante horas y consiguieron salvarlos, pero los médicos me dijeron que tendría pocas oportunidades de tener un bebé.
Jack no dijo nada.
—No sé si será un niño o si alguna vez podré tener otro hijo. Con mi historial médico, es todo un milagro que esté embarazada.
—¿De veras crees que me importa si es niño o niña?
—Creí que querías tener un hijo para que perpetuara el apellido de los Frost. Pero no debería estar diciéndote nada. Debería hacerme primero una prueba y confirmarlo. Quizá deba estar en cama durante un tiempo —dijo encogiéndose de hombros—. Estoy hablando muy deprisa, estoy abrumada.
—No eres la única —dijo Jack poniendo sus manos en los hombros de Elsa —. Pero lo que quiero decir es que me da igual si es niño o niña. Sabiendo que estás embarazada...
—¿Qué quieres decir?
—No puedo irme así. No puedo ni siquiera considerar...
—¿El aborto? ¿Estás loco? Puede que ésta sea mi única oportunidad de ser madre.
—Iba a decir divorcio, pero ésa no es una opción ahora mismo sabiendo que hay un niño en camino.
—¿Quién ha hablado de divorcio?
—Lo hiciste tú. Dijiste que querías seguir adelante con tu vida. Por eso me iba a ir, para darte tiempo a que decidieras lo que querías. Pero ahora, no puedo dejar a mi hijo.
—No voy a entregarte a mi hijo —dijo ella levantando la barbilla.
Deseaba que la amase tanto como ella lo amaba a él.
—Lo sé, no soy ningún monstruo —repuso él acariciando la suave piel de la nuca de Elsa.
—Pero el contrato dice que tengo que darte al niño. ¿Y lo de perpetuar el nombre Frost?
—No importa, no puedo quitarte al bebé.
Elsa sintió esperanzas. ¿Quería eso decir que la amaba? ¿Por qué si no iba a quedarse en vez de irse?
—¿De veras? —susurró, temiendo estar equivocada.
—Ya no busco venganza. Lo único que quiero es tu amor y el bebé será el milagro que lo selle. No necesito un hijo para ser feliz. Pero sí te necesito a ti.
— Jack, siempre te querré. Pensé que nunca me perdonarías.
—Estaba tan obcecado en vengarme que no me extraña que quisieras darme mi merecido —dijo atrayéndola hacia él—. Te quiero, princesa —añadió y tomándola en sus brazos, se dirigió escaleras arriba.

FIN  

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Que les pareció chicas
Espero que les allá gustado jsjsj

La venganza de un hombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora