27.

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Tras comer y estar un rato hablando con Marina y Rafi, decidimos echarnos un rato la siesta puesto que estábamos muertas.
Hace unos diez minutos que Alba me ha despertado y estoy sentada en su cama, observándolo todo mientras espero a que se termine de duchar para hacerlo yo.
Llaman a la puerta mientras bostezo, así que al no responder vuelven a llamar.

–Pasa, pasa, –respondo esta vez.

La puerta de la habitación de Alba se abre, dejándome ver a Marina. La pequeña de las Reche entra en la habitación y cierra la puerta a su espalda.
Me sonríe y se sienta a mi lado en la cama.

–Gracias, –me dice, sin dejar de sonreír.

–¿Gracias por qué?

–Por estar aquí, por hacerla tan feliz. No sé, la última vez que estuvo aquí fue cuando no os hablabais y la Alba que se fue de aquí no tiene nada que ver con la que ha vuelto. Vuelve a estar feliz, Natalia, y sé que es gracias a ti, –me explica, sin dejar de sonreírme y agarrándome las manos al terminar.

–No me tienes que dar las gracias, Marina. Ella también me hace feliz a mí, –reconozco, haciendo que su sonrisa aumente.

Me da un abrazo y, sin decir nada más, sale de la habitación de su hermana.
Tras ducharme y prepararnos, nos vamos de casa de Alba porque ésta se ha empeñado en enseñarme su ciudad y en que vayamos a cenar al que era su restaurante favorito.
Y me hace muy feliz.
Realmente, conociendo a Alba y sabiendo lo importante que es para ella su familia, que me haya traído aquí a conocerla ya me parece flipante. Pero que encima quiera compartir conmigo su ciudad, sus sitios de toda la vida, su esencia... No sé, me parece tan bonito que no puedo evitarme sentirme híper feliz.
Tras dar un paseo por un camino lleno de palmeras –que aquí, desde luego, no faltan–, al ver que aún no es hora de cenar, le pido tomarnos algo en alguna terraza. A ella se le ilumina la cara.

–Quería que les conocieras a todos a la vez, pero ya que estamos, te voy a llevar al bar en el que trabaja mi mejor amiga. Estoy segura de que tiene ganas de conocerte, –dice emocionada, cogiendo mi mano y tirando de ella mientras empieza a andar.

Yo sonrío.

–Ah, ¿sí? ¿Y cómo es eso de que tiene ganas de conocerme?, –pregunto pícara, haciendo que Alba no me mire e intente ignorar la pregunta. Tiro de la mano que tiene entrelazada a la mía y, haciendo que gire sobre sí misma, me pongo frente a ella. –¿Resulta que Alba Reche habla de mí?, –la vacilo, haciendo que sus mejillas se tornen a un color rojizo. –Qué mona, que le da vergüenza, –digo, agarrando sus mofletes y recibiendo un golpe en el brazo por su parte.

–Eres imbécil, –dice picada, pero al segundo ambas nos empezamos a reír. Vuelvo a entrelazar nuestras manos y seguimos andando en silencio varios minutos. –Y claro que he hablado de ti a mis amigas, –admite Alba.

–¿Sí?, –pregunto, haciendo que ella asienta.

La miro y no puedo evitar sonreír. Ella gira la cara para mirarme pero yo la giro antes para mirar al frente y que no me vea la cara de encoñada. Suelta una carcajada y seguimos en silencio hasta que, dos minutos después, Alba se suelta de mi agarre y empieza a correr. Yo frunzo el ceño, pero al ver cómo casi le tira la bandeja vacía a una chica por abrazarla y ésta la corresponde sin mandarla a la mierda, entiendo que esa es su amiga.
Tras presentarnos, que su amiga me diga que tenía ganas de conocerme y que se alegra de que esté allí, nos tomamos un par de cervezas y al ver que son casi las diez nos vamos al restaurante al que Alba dijo de ir.
Es un restaurante vegano pero, aunque no parezca nada del otro mundo, entiendo que fuese su favorito porque la comida está riquísima.
Realmente parecemos una pareja y cada vez soy más consciente. Es decir, es que actuamos como tal, pero tenemos tanta confianza entre nosotras que lo hemos normalizado muchísimo y ni lo notamos –o, al menos, hacemos como que no lo notamos–.
Lo podríais ser si no fueses gilipollas, Natalia.
¿Por qué no soy capaz de dejar ya el miedo de lado? Joder, si es que sólo nos hacemos bien, Alba sólo me hace bien. Y ganas de besarla no me faltan precisamente. Definitivamente soy gilipollas.

–Nat, ¿me quieres hacer caso?, –resopla Alba, pasándome una mano por delante de la cara.

–¿Qué?

–Que estás empanada, tonta, –se ríe, negando con la cabeza. –¿Qué quieres hacer?

Mientras andamos, otra vez con nuestras manos cogidas, las miro.
Estar contigo, eso quiero.

–¿Nos sentamos en algún lado?, –sugiero, mordiéndome la lengua para no soltar nada que no debo.

Alba asiente y cambia de dirección, haciendo que a los pocos minutos lleguemos a una especie de barranco. No sé cómo describirlo, pero digamos que sólo está alumbrado por una farola y que desde aquí se ve Elche entera iluminada.
Me siento al borde del muro que delimita el barranco de la acera, con los pies colgando, y Alba me imita.
Me enciendo un cigarro mirando las vistas tan bonitas que tengo delante, y no son precisamente de la ciudad.

–Deja de mirarme, –dice Alba mirando al frente.

–No.

–¿Por qué?, –pregunta, sonriendo levemente pero sin mirarme a mí.

Doy una calada al cigarro.

–Porque estás muy guapa hoy.

–Anda, ¿sí?, –se ríe, esta vez mirándome. –¿Y por qué precisamente hoy?

–Porque se te ve feliz, –contesto obvia, encogiéndome de hombros.

Alba sonríe y, acercándose un poco a mí, me agarra la cara con las manos sin dejar de mirarme fijamente.
Bésame, bésame, bésame.
Me da un beso en la mejilla y, tras sonreír, se separa de mí.
Le doy una calada al cigarro, matándolo.
Si quieres tener algo con ella, te va a tocar dejar de ser cobarde a ti esta vez, Natalia.

Volver. // Albalia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora