8. Rifles y Manzanas acarameladas

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Una reconfortante brisa mecía el cabello desarreglado del melancólico Alleister Dundalk, mientras este tenía la mirada perdida en el horizonte.

El murmullo del viento y el sonido de los tacones de los caballos que jalaban la carreta era lo único que se escuchaba.

El envase de galón de la cual él había bebido agua, la vestimenta del campesino de piel tostada que tenía a su lado y las edificaciones que se miraban a lo lejos, todo le parecía tan diferente a Alleister.

Ni siquiera cuando él viajó por una semana al país de Riemburgh en compañía de su padre tuvo el mismo impacto cultural que él sentía al momento de viajar en una carreta rumbo a una ciudad de la que no tenía la menor idea.

Él ya no sabía en qué creer.

Dejó de insistir en tratar de averiguar si lo que estaba viviendo de verdad era la realidad o no era más que otro engaño de su descarriado cerebro. En ese momento el mago ya no tenía siquiera un objetivo en mente.

¿Regresar a Eclair?

¿Para qué?

¿Para encerrarse en su casa como lo había hecho semanas después de que finalizó la guerra civil?

Alleister no tenía a nadie a quien quisiera ver en Eclair, tampoco familia, ni amigos, ni una verdadera razón para regresar.

«No sé qué hacer...»

Era un tanto irónico, hasta las ganas de suicidarse habían desaparecido.

---¿Cómo se siente?

La voz del campesino interrumpió las ensoñaciones del mago.

---Sí... ya estoy algo bien ---la voz de Alleister incluso sonó relajada.

---Eh, ¡me alegro entonces! ---el señor Buendía hizo caer el látigo sobre los caballos después de su exclamación---. ¿Le gustaría alguna cajeta?

---¿Cajeta?

---¿Eh, a poco no sabe lo que es?

Alleister negó con la cabeza.

---¡Oh, vaya! Seguro es extranjero ---dijo el hombre con una mano en su barbilla---. Bueno, ya sabrá lo que de verdad es bueno ---acto seguido él se giró ligeramente hacia atrás y levantó la lona que cubría toda la carreta lo suficiente como para dejarle ver a Alleister una canasta.

Entonces el hombre sacó de la canasta un extraño objeto alargado de color rosado del tamaño de un encendedor.

---Tome, le regalo una ---anunció el campesino alargando la mano hacia el mago---. Mi esposa e hija los hacen, ¡son de las mejores en el país!

Alleister tomó el objeto con cierto cuidado, lo examinó tratando de determinar qué rayos era lo que tenía en la mano.

---¿Se puede comer?

Esa fue la pregunta del mago. De inmediato el señor Buendía estalló en una carcajada.

---¡Claro que sí, hombre! Ja, ja, ja. Pruébelo, son deliciosas.

Alleister asintió tímidamente y procedió a darle un mordisco a la cajeta.

---¡Wow! ¡Esto está muy bueno! ---exclamó el mago masticando con ánimos renovados, haciendo que el dulce sabor se extendiera por toda su boca.

Esa era la primera vez que alguien de «Eclair» probaba el dulce de leche llamado «cajeta».

Alleister disfrutó comiendo aquel dulce y durante el proceso hasta cierto brillo en sus ojos regresó.

Hasta que vuelvas a sonreír (pausado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora