3. Una infeliz sonrisa

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---¡No! ¡No estaba llorando! ---exclamó Alleister, sin embargo el enrojecimiento en sus ojos le delataba.

---¿Oh? ¿En serio? ---inquirió la niña medio elfo viendo atentamente la reacción de su primo---. Veo que tienes los ojos llorosos.

---No- no sé de lo que hablas… Solo es una alergia…

---Uhm… ---murmuró ella sin que la sonrisa desapareciera de su rostro---. ¿Y entonces qué es lo que llevas atrás?

---La espalda.

---Ja- ja… qué graciosito. Me refiero debajo de la espalda.

---Pues el tra...

---¡Bien! ¡Olvídalo! ¡Es obvio que te estabas soplando los mocos con el pañuelo de tu papá! ¡Qué llorón eres! Ya estás grandecito como para estar llorando.

---¡Tú también eres una llorona! ---contraatacó Alleister---. ¿Acaso te olvidaste aquella vez cuando fuimos al lago Khogh? ¡Te pusiste a llorar solo porque te obligaron a ir hasta el fondo!

---¡No tenía de otra! ¡Les decía que no sabía nadar y no me hacían caso! ---en este punto, Micaela también tenía las mejillas sonrosadas---. ¡Humph! Tú eres el más llorón… y siempre te escondes cuando las cosas te salen mal…

Alleister decidió no contestar ---ya que su prima estaba en lo cierto--- y aquella inocente discusión entre niños tan rápido como empezaba, igual de rápido terminó.

---¿Y bien? ---continuó ella---. ¿No vas a seguir practicando?

---No… no tengo permitido practicar magia sin supervisión.

---Eh, por qué será… ---Micaela empezó a guiar a gusto el rumbo de la conversación---. Uhm… qué raro… ¡Oh! Ahora que me fijo, no tienes tu «piedra filosofal».

---No quise ponérmelo. Los aretes son molestos.

---Con que se te olvidó… qué sospechoso. Se te ve en la cara que quieres seguir practicando magia aún sin la supervisión del tío Allen, ¿de casualidad no lo habrás perdido? A fin de cuentas, es normal que un arete llegue a perderse… ¡Eh, es eso entonces ja, ja, ja! Qué maaaaal por ti. Los aretes de aprendices no son precisamente fáciles de hacer, pobrecito. Si me suplicas, yo puedo regalarte el mío. Anda, ponte de rodillas y comienza je, je, je.

---Déjame en paz ---dijo el niño desviando la mirada avergonzado. Había pasado varios días buscando su piedra filosofal y todavía no la encontraba.

Con lo que se había demostrado en los reintentos fallidos de activación de circuitos mágicos, Alleister todavía era inexperto en utilizar eficientemente la energía obtenida de las líneas ley, con solo un descuido podría inconscientemente utilizar el poder mágico de su cuerpo ---conocido como maná--- a modo de «combustible» para los hechizos y eso significaba un serio peligro.

A diferencia de las líneas ley, el maná de los magos no puede recuperarse y con el pasar de los años este disminuye. Y entre menos maná se dispone, de igual manera se reducía la capacidad del mago para utilizar eficientemente las líneas ley ---por esta razón no existían ancianos que practicaran magia---.

Debido a este hecho, es que a modo de precaución, los aprendices a magos debían portar un arete que contenía una piedra filosofal con cierto circuito mágico incrustado. Su función era la de «cortar» el flujo de energía temporalmente destruyéndose a sí misma en dado caso de que el aprendiz estuviera en peligro de utilizar su maná interno, no sin antes advertirlo con un brillo intermitente de la piedra.

Básicamente, el arete era un fusible mágico.

---A mí no me engañas ---dijo Micaela señalando al niño con el dedo índice---. A veces se te olvida que yo también soy un aprendiz de mago, aunque yo soy mejor que tú, je, je, je ---un hecho que se debía a la sangre de elfo que corría por sus venas---. Todo lo que te está enseñando el tío Allen ya mi padre me lo había enseñado…

Hasta que vuelvas a sonreír (pausado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora