1. Una leyenda que heredar

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Al encontrar a su único hijo llorando acurrucado al tronco de un árbol, el ex general Allen Dundalk habría de recordar aquella tarde invernal cuando la guerra acabó.

En ese entonces el país de Eclair había pasado por una cruenta guerra entre los habitantes, levantados en armas, contra la guardia del gobierno.

De manos de su hermanastro, Wilbert Hyukes, Allen se enteraría del final del dictador Erae Mund.

---El ataque al palacio de gobierno fue un éxito ---informó Wilbert después de haberse bajado de su caballo---. O al menos en parte... Erae se había escapado, pero después me enteré que Anastasia se anticipó a sus movimientos. Ella se había llevado a un pequeño escuadrón hacia el sur, cruzando la frontera con Riemburgh y ahí mató a Erae usando magia de ataque.

---Oh, Wilbert... ya me estabas asustando ---comentó Allen con un suspiro de alivio---. Solo imagina el descontento de todos si ese maldito hubiera recibido asilo en Riemburgh.

---Estoy de acuerdo. De verdad que Anastasia es increíble, pensé que había cometido una locura al no encontrarla en el palacio.

---Bien sabes que ella siempre ha sido impulsiva, con eso de que tiene un sexto sentido que no le falla.

Asintiendo con la cabeza y con un inseguro «tienes razón», Wilbert se acomodó su chaqueta debido a la corriente de frío que le había envuelto. Acto siguiente su mirada se posó en los alrededores del devastado pueblo de Tahara.

---¿Ningún sobreviviente?

---Ninguno... por ahora ---comentó Allen suspirando amargamente---. La guardia nacional hizo destrozos aquí y el pueblo obviamente se defendió. En fin, ya recogieron todos los cuerpos que han encontrado los muchachos.

---Han tenido la mala suerte de estar en medio del conflicto... ---las palabras de Wilbert salieron involuntariamente.

El general Dundalk rechinó los dientes al escuchar este comentario.

---Yo... estaba a punto de mandar un grupo de defensa a este lugar, pero más tropas de la guardia aparecieron dispuestos a atacar nuestra base... en ese momento pensé que era primordial proteger nuestro «punto de convergencia». Los magos estaríamos en una gran desventaja con perder otro suministro de poder mágico... y entonces dejaríamos de ser el arma principal en la batalla ---el rostro de Allen mostraba claramente su remordimiento, al igual que la fuerza con la que apretaba sus manos---. Fui un egoísta, Wilbert. No pensé en los demás. En aquellos que nos apoyaban, yo...

---No sigas, hermano. Estabas en una situación difícil. Nosotros no teníamos experiencia, por favor entiéndelo... has hecho lo mejor que pudiste.

Y Wilbert tenía razón.

A pesar de que entre los revolucionarios hubieran personas que se hacían llamar como «General», eso no quería decir que de verdad fueran militares. Todos eran simplemente civiles, desde niños y jóvenes con toda una vida por delante, hasta los adultos de almas marchitas. No sabían nada sobre la guerra, ni de las estrategias de batalla o cualquier otra cosa similar. Si se hacían llamar de esa manera era solo para no perder el control de mando en una batalla que siempre parecía tan lejos de terminar y tan cerca de acabar con sus sueños y esperanzas.

---Defender a la gente... o atacar al enemigo ---musitó Allen---. Aún después de que esto haya terminado a nuestro favor, no sé cuál de estas dos opciones era nuestra prioridad.

Y claramente elegir las dos era imposible. Apoyándose en sus conocimientos sobre las artes mágicas, Allen Dundalk comprendía que la principal ley de la magia guardaba estrecha relación con la ley que imperaba en las batallas armadas.

Hasta que vuelvas a sonreír (pausado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora