Gabriel
Recuerdo muy bien ese día, vamos, como si hubiera sido ayer. Lo que vivimos allí, en esa ciudad, no es algo fácil de olvidar. No lo será para ninguno de los que participamos en esa batalla.
Estaba oscureciendo. Si, lo recuerdo. Hacía... frío. Una agradable pero ligera brisa del norte ayudaba, en parte, a calmar los ánimos que sentía mientras subía una pequeña cuesta vestido con una armadura de casi 60 kilos. Comprendo que se sorprendan aunque, para mi, era algo normal llevarla y me había acostumbrado hace mucho. Estaba hecha al estilo medieval, ya saben, un yelmo rectangular grande que cubría toda mi cabeza con pequeñas viseras para ver y respirar, peto, hombreras, guanteletes y bueno, todo lo demás aunque, por supuesto, estaba modernizada para resistir el impacto del armamento moderno. Una persona que no hubiera pasado la mitad de su vida llevando una de estas probablemente hubiera caído bajo todo el peso pero claro, ese no era mi caso.
Ah, casi me olvidaba. No estaba solo. Me acompañaba mi hermana menor, una chica con tanto valor como testarudez. Originalmente no quería que viniera pero estuvo 15 minutos enteros insistiendo hasta que no tuve otra que ceder.
Una vez en la cima, los dos miramos fijamente a la ciudad que era nuestro objetivo. No nos tomamos la molestia de ocultarnos, a ese punto nuestros enemigos sabían muy bien que estábamos allí y que íbamos a atacarlos. En primer lugar porque nuestras armaduras son blancas con líneas amarillas, demasiado brillantes si me lo preguntés. Y, en segundo lugar, porque así lo había planeado. Necesitábamos que nuestros enemigos estuvieran reunidos en un solo lugar y así aplastarlos con un simple ataque. Aunque, quizás debería poner unas cuantas comillas a ese "simple".
Utilicé el zoom de mi casco, como si fueran binoculares, para ver que estaba ocurriendo. Lo que sospechaba. El Régimen había enviado a sus mejores soldados, podía ver las insignias de diversas fuerzas especiales y cuerpos de élite. Por no hablar de los vehículos blindados y tanques pesados que patrullaban los alrededores del muro que rodeaba la Ciudad Nueva de Jerusalén.
Ah, Jerusalén. La Ciudad Sagrada. ¿Quién diría que sería allí, justo allí, donde libramos la mayor batalla de nuestros tiempos? Si hace unos años me hubieran dicho que estaría allí no me lo hubiera creído. Pero estábamos en ese momento.
-Respóndeme algo- dijo mi hermana sacándome de mis pensamientos.
-Dime- le dije, esperando su pregunta.
-¿Exactamente por qué debemos marchar de frente contra un muro de 50 metros de alto hecho de titanio repleto de cañones y ametralladoras listas para volarnos en mil pedazos apenas nos pongamos a su alcance con un ejército entero del Régimen listo para recibirnos a base de plomo?- me preguntó como si no hubiera escuchado la explicación que di sobre el plan. Lo cual, probablemente, era cierto.
-Porque, uno, somos los más numerosos; dos, estamos mejor armados; tres, tenemos armaduras y, cuatro, tú no deberías estar aquí en primer lugar- respondí asegurándome de sonar lo más molesto posible al final.
-Oh, vamos hermano- dijo con su típico tono de voz que pone cuando intenta librarse de problemas- No digas que no te alegras de verme aquí.
-Es que no me alegro de verte aquí- afirmé con total seriedad- Sabes muy bien lo peligrosa que es esta misión, es muy diferente de las de entrenamiento o a cualquiera que hubieras hecho antes. Tu vida estará en peligro.
-No es mi culpa que me hayan asignado a esta misión- repuso intentando defenderse como puede, aunque sea inútil.
-Hasta donde yo se, colarte en el transporte y esconderte en una caja durante las tres horas de vuelo no es la definición usual de "ser asignado a una misión"- dije recordando el susto que me pegué una hora antes cuando la encontré- Eso tiene otro nombre. Polizonte.
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Guerra Santa
General FictionBueno, nos encargaron dejar constancia en audio de lo que acaba de suceder así que para eso estamos aquí. Créanme, oyentes, que por muy descabellado que parezca lo que vamos a decirles, todo ocurrió en realidad. Lo sabemos bien, al fin y al cabo fui...