Mis piernas tiemblan, junto con mi alma.
Tras la puerta retumban los golpes de cadenas.
Tras ese portal oscuro está la libertad, o el opresor.
Admiro tras la perilla su silueta y me quedo sin aliento. Puedo reconocer sus ojos ambarinos ardiendo como brasas de invierno, bajo un calor inextinguible. Buscando los mios, anhelando cruzarse.
Vuelvo a voltear al frente y el espejo en penumbras muestra una fina silueta temblorosa, la escasa luz de luna que ingresa por la ventana otorga leves toques de delicadeza en mi existencia.
Oigo las cadenas gritar tras el masizo roble y unas risas de satisfacción asoman en mi mente.
La vergüenza disfrazada de cordura, se encarga de decirme que me aleje, o que luche contra mi pecado.
Yo simplemente me abrazo otorgándome el calor que aquella habitación me ah quitado.
Los golpes en la puerta, de ese ser insaciable no me dejan relajarme, ni las voces en mi cabeza, típicas del "que dirían?"
Llevo mis palmas a mis labios y callo un sollozo.
Odio esta situación. Odio el deseo y la tentación y los amo a la vez como si fueran hermanos inseparables.
Su voz ronca se hace notar con ímpetu.
Me levanto, trabo cada cerrojo y utilizo lo único que hay a mi favor para sellar el portal. Un único armario, la oración.
La luz no enciende, solo me queda esperar al amanecer. Me siento con todo el peso de mi cuerpo y formo un ovillo de sensaciones y huesos.
Se que intente u haga lo que haga él llegará a mi.
Puedo sentir su necesidad. Sus gruñidos retumban en mi y abren un torrente de emociones.
Puedo notar como golpe tras golpe, puño tras puño se abre paso hasta mi humilde presencia. Mi rostro avergonzado intenta esconderse y mi piel no deja de sensibilizarse con el simple oir su melodía. Esa que seduce el alma y juega con ella como si de un simple peón se tratase.
Ese ser oscuro y seductor golpea una vez más y se abre paso entre la multitud de chatarra inservible, que ahora es la única distancia que me mantenía segura.
Me levanto lo más veloz posible, aun con el temblor de mis torpes piernas y me coloco en medio de la habitación con la esperanza de obtener el valor de enfrentarlo.
Ambas miradas colicionan, y en su rostro se dibuja una sonrisa malditamente encantadora. Esa que roba todo rastro de sensatez.
Da pasos firmes y calculados en mi dirección, midiendo la distancia, prediciendo mi decisión.
Retrocedo, no puedo evitarlo, su sola presencia me cautiva y me aterra. Me envuelvo a mi misma tontamente al sentir el calor que emana su cuerpo cerca del mío. Bajo mi vista. Sus movimientos tímidos me hacen dudar y me rodea con cada milímetro de sus fornidos brazos de roble. Cada fibra de su cuerpo está orgullosamente bien diseñada y él lo sabe. La tentación conoce mis debilidades. Rodea mi cuerpo de gelatina y moldea mi espalda como arcilla. Acaricia el punto justo tras mi cuello logrando la sensibilidad deseada y pega sus jugosos labios a los mios otorgándome ese sabor agridulce como un lemon pie, ese glorioso sabor enigmático y atractivo que invita a probar el pecado. Ese que sabe glorioso pese a que sepas cual es la consecuencia, tu destrucción absoluta.
Mis manos se transportan a su antojo y mis piernas se doblegan a su voluntad. Mis labios prueban la dulce manzana y nuestras lenguas juegan a enroscarse como si de dos serpientes se tratara. Se abre paso con cada movimiento y la distancia pasa a ser una simple palabra sin sentido. Ya solo existe un manojo de gruñidos y gemidos. Una demanda y exigencia bien atribuidas.
Con cada estocada suave y placentera ese cuerpo tembloroso que era el mio, adquiere el desenfreno de llegar al punto exacto en que tu propio ser vuela libre como ave y toca el cielo con el corazón por un momento. Cada beso que rueda por mi cuello, clavícula y pechos son una exigencia a la libertad.
Tanto tiempo lo encerré tras esa puerta que ahora su apetito es incontrolable.
Se dibuja una mueca de satisfacción en su rostro con cada empuje en mi, con cada sonido que emiten mis labios, que logra contagiarse y yo también me sumo a su disfrute.
Ambos caemos al suelo que a perdido su frialdad para recibirnos merecedores de su brusco cobijo.
Cada envite de placer es un paso a lo desconocido y sin embargo se siente como si fuera parte propia.
Sus besos rozan mi sensibilidad y me derrito. Solo soy un ramo de antojos por su cuerpo y labios. Sus dientes hacen un trabajo exquisito y su lengua maravillas. Sus dedos son estrategas en esta guerra en la cual nadie perderá.
No puedo evitar notar como el miedo me a abandonado y ya solo se oyen los gustosos ruidos de placer que emiten nuestros cuerpos al unirse.
Los susurros de gratitud adornan mis oidos, por su parte, mientras ambos llegamos a ese abismo de liberación, tras un último empuje de sus caderas.
Vuelve a dibujar su perlada sonrisa y mis ojos se pierden en sus facciones ahora más relajadas. Él logró su cometido y yo, otra vez, fallé al mio. Siento su cabeza caer en mi pecho mientras rodea mi cintura como un león satisfecho. Amaza uno de mis pechos y sin más besa ese que ahora es su manjar predilecto. Lo succiona sin ápice de vergüenza y reacciono por inercia.
Me siento una adicta, no es la primera vez que esto pasa. No es la primera vez que hago lo que voy a hacer.
Delicadamente me levanto y me acerco al espejo. Reviso tras este con mi mirada perdida por sentirme resignada otra vez. Tomo la daga que tantas veces fue empuñada y la coloco tras de mi con la delicadeza de una flor.
Lo observo como su juguetona mirada se pierde entre sus manos bien ocupadas. Las cuales ascienden y descienden sobre su propia espada, esa que adora enterrar en mi con tanta satisfacción y dejadez.
Vuelvo a rodear con mis piernas mientras se deleita con mi descenso sobre su cuerpo tan apetecible. Me siento devastada por ser tan débil, por no poder simplemente enfrentarlo. Por que siempre terminamos del mismo modo. Uno enterrado en el otro. Paradójicamente.
Me sonríe siendo consciente de lo que haré, él lo sabe, yo lo sé. Y sin dudar jala mis caderas y ambos nos asesinamos del modo en que nos gusta. Por que sabe que mi miedo jamás morirá, jamás será vencido y yo jamás dejaré de sentir tentador lo prohibido. Mi demoño favorito es ese que me hace gritar de placer y aterrarme por mi propia naturleza, por mi querer dejar de tenerlo en la cabeza.
Beso sus labios mientras todo se desvanece y la luz entra por la ventana como un calido cobijo a mi pena.
Ahogo un sollozo y me siento sobre la puerta.
Ese estado es tan conocido...
Observo en todas direcciones y comprendo que otra vez todo está perdido.
Vuelvo a oir ese grito abusivo. Y se que otra vez a llegado mi placer y mi castigo.
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Mi perdición
Storie breviCada sueño es una reproducción del inconsciente, de las cosas que queremos hacer, pero no nos animamos. Vivo con miedo de dejar salir mis demonios, pero hay uno que siempre se las rebusca para salir de su prisión y tomar todo lo que quiere. Hay quie...