『 parte nueve: Solo tú.

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Forks, Washington.






                A través de las nubes espesas y blancas que acompañaba al cielo opacado de aquella tarde silenciosa, caían los copos de nieve blanca de forma grácil, apaciguada entre el sereno lugar solitario que era acompañado por dos amantes con el silencio de sus palabras.

Miro la nieve cuajada entre sus manos desnudas, cubriendo poco a poco de un ligero manto de color blanco su piel desprotegida. Va cayendo, tan callada, con copos ligeros, con la ventisca susurrando sobre sus oídos una delicada melodía de desasosiego entre la maleza de los pinos de gran altura del magistral bosque que anunciaba un augurio peligroso entre los aullidos de lobos en la lejanía.

Su rostro sonrosado fue tomado entre unas manos delicadas y una genuina sonrisa surcó sus delgados labios rosas cuando se topó con unos deslumbrantes fanales aceitunados observándolo con admiración en medio del bosque íngrimo cubierto de nieve a su alrededor, como la obra de arte más sublime que hubiera sido creada por las manos del hombre. Mordió su labio inferior con sutileza, acercando su rostro a la de su pareja para inhalar el exquisito aroma de sus esencias combinadas como el más embriagante perfume de las flores silvestres de primavera.

El olor del aire fresco de montaña y el de tierra húmeda era el acoplamiento destinado para satisfacer a sus alfas interiores que gozaban de mezclar sus feromonas hasta su último respiro.

—Escapa conmigo—un murmuro esperanzador llegó a sus oídos para distraerlo del hechizo en que fue consumido como el más dulce néctar. Elevó su visión celeste hacia el rostro de su amado alfa y sus ojos se conectaron en una profunda conexión que aceleró el pulso de sus corazones en medio de la brisa fría que helaba sus almas hasta convertirlas en témpanos de hielo en medio del bosque silenciado por su íntimo momento, ocultos de miradas lascivas que los juzgarían por amarse.

—¿A donde iríamos?—pregunto, esparciendo melosos besos sobre las mejillas de su amado que mostró aquellos encantadores hoyuelos de querubín cuando conectó sus labios húmedos. Sus manos apretaron con ligereza los hombros del frigu para aumentar la intensidad de aquel reconfortante beso que los hizo sentir aquel fuego en su interior.

—A donde sea—le susurró entre el beso, escuchando en la lejanía unos cuervos gaznar. Aquellas manos cubiertas de anillos apretaron su cintura, exigiendo que se situara arriba de sus piernas para tenerlo entre sus brazos por infinitas horas—, pero que sea juntos, mi dulce criatura.

—Podríamos ir hacia Roma—suspiro cuando el beso acabo, pero sus manos tenaces llegaron hacia el cuello del alfa, entrelazándose para anclarlo a su cuerpo y no dejarlo escapar de aquel mágico momento juntos. Apartó un mechón de cabello rizado que se interponía entre la mirada de su aclamado Sol de invierno y besó la frente de este, comenzando a acariciar los cabellos ondulados que se mecían entre sus dedos inquietos—. Imagina, tú y yo caminando por la colina Palatino, con el Coliseo al horizonte y el foro romano a nuestros pies... empezando una nueva vida.

—Eso suena bastante bien, mi amor—el frigu sintió aquel fenomenal sentimiento de emoción envolverle el cuerpo entero, al igual que el alfa más joven que apretó sus labios al compartir sus emociones con la misma intensidad.

La imagen de ambos compartiendo una vida alejados de aquel peligro que los asechaba como una presa fácil resultaba reconfortante para sus almas jóvenes y enamoradas. Solo deseaban amarse plenamente, sin ocultarse entre la inmensidad el bosque y no guardar todo aquel amor que nació siendo destinado con aquel hilo rojo invisible que los conectaba una vida tras otra; sin un fin a su eterno amor.

Respirando fuego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora