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William se detuvo con un sonoro jadeo

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William se detuvo con un sonoro jadeo. La calle estaba a oscuras, un silencio apabullante lo envolvía todo; podía escuchar el apresurado latido de su corazón resonando en sus oídos. La fresca brisa de la madrugada le dio un poco de alivio a su sudorosa piel, pero no a su alma. ¿De qué huía? ¿De unos recuerdos que no le pertenecían? ¿A quién quería engañar? Wei Ying era de alguna manera él, a pesar de que lo negara con tanta vehemencia, incluso si su rostro frente al espejo le gritaba que era una persona diferente, su alma y la de Wei Ying eran la misma.

Aunque compartían la misma alma, se negaba de forma rotunda a aceptar esos recuerdos como suyos. Si se entregaba por completo a esos recuerdos temía que en esta vida nunca amaría a nadie más que a un hombre con el cual posiblemente no se encontraría. ¿Qué es lo que pretendía Wei Ying al acosarlo con estos recuerdos? ¿Quería que dejara todo y saliera a buscar a su amante entre millones de personas? ¿Cómo iba lograrlo? Él sólo tenía quince años y no tenía ni una idea de cómo luciría el hombre.

¿Por qué no podía tener preocupaciones típicas de un adolescente? ¿Por qué siquiera está considerando la idea de buscar a Lan Zhan en medio de la madrugada en una calle solitaria? Tan desesperado por correr a los brazos de un hombre que sólo había visto en sueños... ¡qué pensamiento más ridículo! Si Javier escuchara semejante disparate se reiría de él y creería que estaba completamente loco. Dios, incluso él empezaba a creerlo.

—Me he vuelto loco, loco... —murmuró William mientras regresaba a su casa con pasos lentos, una mente caótica y un corazón lleno de anhelo.

Cuando llegó a su casa apenas prestó atención al regaño de su madre. Se dirigió directamente al baño. Tocó sus mejillas frente al espejo. Su piel era más oscura que la de Wei Ying; el color de sus ojos, la forma de su cara, todo era diferente de Wei Ying no importa cuánto mirara su reflejo. No podía encontrar rastros de otra persona más que de sí mismo. Él seguía siendo William, ¿no? Ese hecho no cambiaría incluso si aceptaba que también era Wei Ying, o al menos lo fue.

—¿A que le tienes miedo? —le preguntó a su reflejo, pero él sólo le dedicó una mirada contrariada—. No es como si mañana despiertes con una cara diferente. Estás siendo ridículo, lo sabes.

«Será mejor que me prepare para ir a la escuela. A Javier le encantará oír que he llegado temprano por primera vez».

Sabía que cambiaba de tema apropósito, pero estaba cansado de angustiarse con un problema sin solución. Dejaría correr las cosas a su propio ritmo, saldría lo que tendría que salir. Y él aceptaría lo que sea que el destino deseara darle. Con el ánimo renovado se encaminó hacia la preparatoria.

Una figura delgada vistiendo el uniforme estaba parada frente a la entrada de la escuela de manera digna, un aura elegante lo rodeaba. Era Leonardo, quien, como si sintiera su mirada sobre él, se dio la vuelta. Sus ojos encontraron y Leonardo le sostuvo la mirada. William fue el primero en retirar la vista. No le gustaba las emociones que le provocaba la mirada intensa del chico, se le atoraban en la garganta y reptaban hasta su corazón para apretarlo con fuerza. Sus manos se tensaron en las correas de su mochila.

Cuando volvió la vista al frente se encontró de nuevo con aquellos ojos oscuros más cerca de lo que alguna vez los tuvo, sus narices casi se rozaban. Un estremecimiento le recorrió la piel. Tan cerca, estaban muy cerca. Leonardo sólo tenía que inclinarse un poco más y... ¿Y luego qué? ¿Qué esperaba que hiciera Leonardo?

«¿No hace unos momentos antes creías estar enamorado de alguien más? Pero aquí estás, esperando que Leonardo haga algo. Apenas lo conozco por Dios. Si me inclinara y lo besara... ¿se enojaría? Por supuesto que sí, a ningún hombre le gustaría ser besado por otro hombre; incluso sin eso, dada la personalidad rígida de Leonardo, él nunca lo dejaría pasar fácilmente. Este chico rechaza cualquier tipo de contacto físico, ya es impresionante que estemos así de cerca».

Pero Leonardo no se movió ni un milímetro, ni siquiera cuando se rodearon de estudiantes. Ni cuando los adolescentes se detuvieron y comenzaron a murmurar. William empezó a sentirse nervioso, no porque le causara vergüenza ser observado por todos, la espera era lo que le corroía las entrañas. Él permaneció obstinadamente en su lugar, quería saber que pretendía Leonardo con esta incomoda proximidad.

—Oye, Leo..., ¿hay algo que tengas que decirme? ­—No soportó más la espera y su boca sólo se abrió para soltar disparates—. ¿No crees que estamos muy cerca? ¿Qué crees que pensará tu tío si entera que estabas perdiendo el tiempo con el estudiante más rebelde de su clase? ¿Te imaginas la cantidad de chismes que correrán sobre nosotros ahora? Tu reputación será manchada.

—No.

—¿No qué?

—No estamos suficientemente cerca.

Las manos que sujetaban las correas de la mochila se aflojaron y sus brazos cayeron a sus costados, flácidos. William sólo se quedó mirando la orgullosa figura de Leonardo que se alejaba hacia la entrada de la escuela, sin saber cómo responder. Parpadeó, saliendo del shock, pero no hizo nada por alcanzar al chico.

No estamos suficientemente cerca.

William tragó saliva. ¿Qué demonios pretendía decir con eso? Si no se equivocaba, Leonardo no hablaba de estar cerca físicamente, entonces ¿de qué? ¿no estaban lo suficiente cerca para ser amigos o ser otra cosa? O quizás sí hablaba sobre la distancia y él estaba malentendiendo todo, dando vueltas de más a un asunto trivial.

Dios, él estaba tan jodido.

En las profundidades de las nubesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora