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Javier sostuvo la pequeña caja sobre su pecho con cuidado de no aplastarlo. Sólo entonces tocó el timbre. El padre de William surgió detrás de la puerta; lo saludó y el hombre le asintió con la cabeza en silencio mientras le permitía entrar. Siempre era así con el padre de William cada vez que interactuaban. El hombre era una persona silenciosa con un aura tranquila; no tan amigable y sonriente como la de su padre, pero tampoco rígida y estricta como la de Leonardo. Este último parecía demasiado perfecto para su gusto.

Los padres de William eran, a su parecer, la pareja más inimaginable. ¿Cómo podía un hombre con un temperamento reservado acabar con una mujer alborotadora y ruidosa? La madre de William era como su hijo, tenía una sonrisa para todo y le encantaba molestar a los demás. Ambos no se tomaban nada en serio, eran como el viento: seguían la corriente, sin detenerse, libres y felices a donde sea que les llevara. Javier envidiaba un poco esa actitud.

Entonces, no era sorprendente que estuvieran rodeado de muchos tipos de personas, era natural para ellos. Así que, ¿cómo logró el padre de William atrapar a su mujer, una mariposa tan despistada que podría pasar un elefante delante de ella y no verlo? O quizás el que fue atrapado fue él y no ella. Por alguna razón eso tenía más sentido en la cabeza de Javier.

Javier soltó un grito cuando la madre de William lo asaltó por detrás. Casi se le caía la caja. Frunció el ceño; aquí estaba el motivo por el que no venía a menudo a la casa de William.

—¿Por qué esa cara enojada? No fue para tanto, ¡vamos, anímate! Aún eres joven y ya estás amargado... ­—Ella se reía mientras le daba unas palmadas en la espalda.

«¡¿Quién está amargado?!», aunque no lo vociferó, su cara lo demostró acentuando su ceño fruncido.

—Pensé que serías el único en venir hoy, pero el sobrino de Lorenzo vino primero. Nunca vi a un chico ser tan serio; es una lástima, con ese rostro bonito apuesto a que las chicas enloquecerían si sonriera un poco. ­—La madre de William empezó a divagar, así que ya no le prestó atención y se fue directo a la habitación de su amigo.

Como era habitual, William dormía. Tardó unos minutos en despertarlo, el chico dormía como un muerto. Su amigo todavía continuaba adormilado cuando puso la caja sobre su regazo. William parpadeó y luego bajó la vista y regresó a Javier de nuevo, completamente perdido. Javier sentía que la bilis le subía por la garganta, su paciencia estaba muy cerca de su límite. Sin embargo, ni una palabra salió de su boca, se recordó que por hoy soportaría cada una de las tonterías de su amigo. Le instó a abrir la caja.

Era un pastel. A los ojos de los demás no parecería nada especial y era pequeño, pero Dios sabía cuánto le tomó a Javier aprender hacer uno. Aunque al final su hermana terminó ayudándolo de todos modos. Él decidió que sería la última vez que cocinaría, era más difícil de lo que su hermana lo hacía ver. Más le valía a William comérselo todo o él haría que se lo tragara a la fuerza.

—Feliz cumpleaños, idiota ­­—dijo con lo que él creía que era una sonrisa.

—¿Por qué no suena feliz, eh? ­Que te costaba ponerle un poco más de alegría —dijo William mientras se llevaba un trozo de pastel a la boca, sin cubiertos.

Javier contó hasta diez; su sangre hervía, quería enterrarle la cabeza al chico en el pastel. ¿No podía quedarse callado y no arruinarlo por un momento?

—Oye, ¿cómo se enteró Leonardo de tu cumpleaños? Creía que le habías dicho a todo el mundo que los cumplías el mismo día que yo.

—¿Qué? Espera, ¿no se lo contaste tú?

—¿Por qué demonios se lo diría yo? Jamás nos hemos dirigido la palabra. ­—Javier no pudo evitar darle un puñetazo en el brazo a William. De alguna manera tenía que desquitarse.

Javier miró a su amigo, estaba totalmente confundido. Incluso dejó de comer el pastel. Aunque aún se sentía molesto, se preocupó un poco. Ya conocía la mala memoria de William, así que no era nada raro que tuviera lagunas en sus recuerdos, seguro se le salió lo del cumpleaños en un descuido, sin embargo, sus ojos estaban desenfocados, como si no estuviera aquí. Javier fingió que no lo notó. Desde que conoció a su amigo presenció estos lapsos donde se quedaba mirando a la nada por unos instantes. William nunca quiso explicárselo, por lo que no insistió.

De todos modos, no era su problema. Incluso él tenía momentos donde actuaba irracional, como la vez que conoció a William en la primaria. Había sentido una ira incontrolable y no dudó en golpear al otro chico. Hasta la fecha desconocía el motivo de su repentino ataque de furia, era la primera vez que se vieron, ¿cómo podía querer pegarle a un desconocido que en su vida le había hecho nada? No era el comportamiento normal de un niño de seis años.

Recordó que William gritaba «fue mi culpa» mientras se agarraban a golpes. ¿Qué fue su culpa? A Javier realmente le gustaría saber la respuesta.

—¿Dónde compraste este pastel? ­—Su amigo lo sacó de sus pensamientos. William tenía una sonrisita de suficiencia—. Que mal sabe, el de Leonardo sabía mejor. ¿Por qué mi hermana no me hizo uno? Ella es la mejor cocinera.

Ahí estaba, su paciencia se rompió. Le arrebató el pastel de las manos a William en un movimiento brusco, le importaba muy poco si caía o no al suelo. ¡Y él preocupándose todavía de un idiota!

—¡Jamás te vuelvo hacer nada, mal agradecido! —gritó mientras apretaba la caja. El pastel quedó reducido en una masa amorfa­—. Jessica es mi hermana, no la tuya, ¡¿por qué tiene que cocinar para ti?!

—¡Oye, devuelve mi pastel! ¡Es mío! ¡Estaba bromeando, está muy rico! —Trató de quitárselo—. ¡Javier, lo siento!

Era demasiado tarde, el chico se fue con un azoté en la puerta, hecho una furia.

Un poco demasiado tarde, pero aquí está mi pequeña contribución para el cumpleaños de Wei Ying y Jiang Cheng XDDD

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Un poco demasiado tarde, pero aquí está mi pequeña contribución para el cumpleaños de Wei Ying y Jiang Cheng XDDD

En las profundidades de las nubesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora