Como el llanto de un bebé

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Se sentía cansado, no sabía porque, caminar era cada vez más difícil; era como si estuviese condenado a cargar una ciudad entera sobre su espalda, con la incertidumbre del movimiento, cada habitante, de esta "Ciudad imaginaria" tenía su propia vida, hacia sus propias cosas, murmuraba todo el tiempo con sus más allegados, sobre temas variados. Lo que más volvía loco a Sebastian, era no poder escuchar plenamente alguna de esas conversaciones imaginarias, que se llevaban a cabo en su espalda.

Era un pasillo largo, con las paredes llenas de pinturas, pinturas desgastadas por el tiempo, pinturas sin sentido; en algún momento lo tuvieron, pero ahora, solamente cumplían la función de hacer el inminente recorrido más sombrío y terrorífico.

Daba la impresión de que todas las cosas estaban allí, solo para ser obstáculos.

A medida que avanzaba por el pasillo, sentía que perdía el alma, que cada paso era un pecado más, otra razón para arrepentirse, no lo podría soportar mucho tiempo más.

Descríbame con exactitud el sueño que ha tenido estos últimos 9 meses, Sebastián - dijo Caputo, mientras tomaba una pluma para empezar a tomar nota -.

Era un baño, la habitación que había al final del pasillo era un baño.

Cuando entré podía ver partículas por todos lados, como si fuesen pequeños copos de nieve. Sentía una increíble paz, como si ya no cargara esa ciudad sobre mi espalda.

Baje mi cremallera, solté el botón y oriné como nunca lo había hecho. Hasta yo me sorprendí de la cantidad de líquido que había en mi cuerpo. Era como purificar mi alma. Subí la cremallera y puse el botón del Jean en su lugar.

Me dirigí al lavado, el espejo estaba roto en el medio, como si alguien se hubiese ido de cabeza sobre él, baje mi vista y ahí estaba, el pecado que había cometido en carne y hueso.

Tenía los ojos de su madre.

Caputo suspiró.

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