Capítulo 12: Bipolaridad.

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Las personas no pueden cambiar de un momento a otro, porque, ¿cómo es posible que una persona que probablemente lleva toda su vida con la misma personalidad vaya a cambiar en tres horas? Supongo que sería un lavado de cerebro bastante eficaz, pero sumamente, desconfiable. Es decir, yo creía escrupulosamente en que una persona, podía cambiar... pero en un plazo muy largo de tiempo. No en solo tres horas.

Así que, tras está pequeña reflexión, había llegado a la deducción de que, Evan sufría de algún tipo de trastorno bipolar.

Y está mañana cuando desperté, había amanecido del modo más comprometedor que algún día pude haberlo hecho. Mi cabeza estaba apoyada en el hombro de Evan, y él me rodeaba con su brazo. Quizás no fuese tan comprometedor pero para mí, lo era.

Y lo peor de todo es que para ser honesta, había dormido bien.

Obviamente, abrí los ojos y al ser a Evan lo primero que vi, casi me da un paro cardíaco. Juro que un millón de cosas pasaron por mí cabeza, hasta que, recordé la escena del día anterior, y me tranquilicé.

Para mí suerte, él aún seguía profundamente dormido y aunque debía admitir que él se veía angelical, lo detestaba así que me levanté cuidadosamente y abandoné la sala, que aún seguía atrozmente sucia y desordenada, cosa que, comenzaba a hartarme, y le diría a Evan cuando lo despertara. 

Lo único que podía recordar de anoche era a él y a mí, manteniendo una conversación decente y sin insultos. Y supongo que después me quedé dormida y el muy idiota aprovechó la oportunidad, y es que, no me gustaría pensar que fui yo la que recostó la cabeza en su hombro e hizo que me rodeara con su brazo, así que decidí optar por mi primera hipótesis.

Ahora, me encontraba sentada frente a la mesa con una taza de café sobre esta, que apenas y había tocado. Suspiré y le di un sorbo a mí taza, para luego ver a un adormilado castaño pasar a través del umbral de la cocina.

—Buenos días —saludó, al percatarse de mí presencia.

—Hola —mascullé observando la taza.

—Incluso recién levantada te ves sexy —comentó, mirándome.

Sabía que tenía un trastorno bipolar.

—¿Qué pasó con el buen Evan? —pregunté con un bufido. Él calló unos segundos como tratando de buscar una respuesta en su interior y carraspeó.

—Volverá pronto, no te preocupes —respondió encogiéndose de hombros, para luego acercarse a mí y colocar una mano en mí hombro. Le miré extrañada.

—¿Acaso sufres de algún trastorno bipolar? —cuestioné, enarcando una ceja. Él negó con la cabeza.

—No —respondió.

—Púes pareciera —repuse, para luego verlo tomar asiento a mí lado.

—Deberías alegrarte de que he reducido mi nivel de idiotez.

—¿Estás admitiendo que eres un idiota? —cuestioné, y el asintió.

—Jamás dije que no lo fuera —se escaqueó esbozando una sonrisa torcida. Involuntariamente, le sonreí también.

Es que, cuando él era simpático conmigo, no podía evitar dejar de lado todo el odio que le tenía. Pero digamos que ahora no me sentía muy cómoda con sus cambios repentinos de personalidad.

Y, oh Dios, acababa de sonreírle a mi enemigo mortal. Bueno, no del todo, quizás ahora sólo fuese mí enemigo, porque no se estaba comportando tan mal conmigo —a comparación de cómo antes lo hacía, repito—, y estaba creando un lío en mí cabeza.

Mi dulce pesadilla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora