Depresión

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A la larga descubriría que ese sentimiento de satisfacción no sería duradero. El destino se había encargado de bajarme del dulce pedestal de la fantasía que yo mismo había erigido para mitigar mi sufrimiento. La temporada navideña había llegado, me hallaba adornando el árbol de navidad junto con mis compañeros del área al igual que todos los años cuando recibí una llamada de la constante área de recursos humanos, a pesar de que en los últimos meses eran pocas las veces que tenía contacto con esa área no me dejaba de sentir en alguna forma vigilado de cerca, no con una mala intención claro está sino más bien con aura de preocupación excesiva por mi persona. De forma resumida la conversación que Carla tuvo conmigo fue para informarme que debería tomar las vacaciones que me correspondían de una vez que durante buena parte de la temporada había trabajado sin faltar una sola vez. La idea de dejar el trabajo durante un mes entero no me era grata puesto que me hacía sentir de alguna forma inútil, pero podía entender el motivo por el que me lo pedían.

Más allá del agradecimiento que sintieran por el buen trabajo que había hecho en la auditoría, pienso yo que la verdadera razón de la insistencia era por temor a que algo pudiera en sí afectarme anímicamente. No tuve más opción que aceptar que ese sería mi último día de trabajo ese año y el premio de consolación que la siempre sonriente Carla ofrecía para un buen e incesante trabajo era una botella del vino más caro del supermercado que se encontraba al frente de la empresa.

Esa misma noche al llegar a casa algo me trajo otro recuerdo cuando iba por una merienda a la cocina, eras tú, cada vez que venía del trabajo te encontraba preparándote algo para comer, podía observar tu silueta desde la puerta de la entrada de la cocina, qué imagen tan bella e hipnotizarte, aunque claro al final yo terminaba preparando la merienda para ambos, no me importaba para nada puesto que sabía que comería contigo; pero luego volví a la cruda realidad, una cocina sumamente olvidada y en oscuridad ya que desde hace días estaba inapetente sin embargo creí que comer algo tal vez me animaría un poco, al abrir el refrigerador no encontré mucho más que algo para hacerme un emparedado y la botella de vino que había recibido por parte de Carla precisamente al lado de la otra botella que estaba reservada para nuestro quinto aniversario, sólo cinco años juntos... aún no logro comprender en qué mente ese tiempo fuera suficiente para dos personas que esperaban estar juntos por siempre, pero si seguía pensando en eso probablemente me ensañe con algún dios que ni si quiera conozco. Opté por tomar el vino de Carla, no me sentía bien con la idea de abrir el vino que estaba reservado para ti, y proseguí haciéndome el emparedado.

En algún punto con mi hambre satisfecha y embebido por el vino debí haberme quedado dormido porque no fue hasta las tres de la mañana que me desperté, por la misma razón de nuevo... el sonido del teléfono sonando...

Me quedé unos minutos pensando si debía contestar, puesto que había pensado que todo fue un sueño, algo ficticio, algo sacado de mi más puro anhelo de volver a tenerte cerca, algo surreal causado por la melancolía que invadía lo más profundo de mi ser, pero no fue así, el teléfono estaba ahí sonando en frente mío, me mataba la curiosidad de ver si eras tú mi amada, mi querida Aurora.

- ¿Cómo estás, Diego?

- ¿Por qué lo preguntas?

- Tardaste en contestar y pues... me preocupé.

- Estoy bien. Ya sabes que soy algo dubitativo...

- Sí... la primera vez que te vi fue en invierno, estabas con la cabeza agachada, una parte de mi le pareció adorable.

- Nunca lo he sido. Aurora... Yo...

- Sí... dime...

No pude continuar esa conversación, no podía decir las palabras que pasaron por mi mente en ese instante, sabía que eso podría significar mi ruina en un mundo ahora tan vacío para mí. Al día siguiente me encontraba dormido en el suelo, la botella de vino aún estaba parada en el piso medio vacía. Me acongoje por unos segundos al recordar lo que te hice la noche anterior, Aurora, pero mi congojo no fue largo puesto que me percaté de que el teléfono estaba aún más decolorado de lo que estaba antes, sentí un inmenso temor, si un temor, un temor porque ya sospechaba lo que podría significar... tu partida.

Invitación de lo no habladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora