Primer capítulo: La Torre de Dios
Shiro no esperaba ser perdonada por sus actos. La mayoría de su vida había sido un monstruo y había actuado como uno. Había provocado tragedias de una enorme extensión y consecuencias, como el gran terremoto en Tokio, e indirectamente había condenado a quienes sin querer brindó poderes a una vida reclusa en una cárcel con tendencias a juegos inhumanos, donde tuvieron que luchar cada segundo para evitar la muerte. Ella, por su parte, había vivido aislada, en silencio perpetuo, hasta la última vez que consiguió fugarse de la cárcel dominada por su personalidad de «huevo podrido», una parte maliciosa suya que le hizo matar a cada uno de los compañeros de clase de su amigo de la infancia Ganta sin remordimientos, porque estaba insatisfechamente celosa de su suerte, del destino que le deseó una vida de tranquilidad y llena de experiencias, mientras a ella le brindó desaire y tristeza.
Pensando en ello, puede que tampoco se mereciera el amor que él le profetizó al final: le había perdonado a pesar de sus pecados, y ella se había enamorado perdidamente de él, a pesar del desprecio a sí misma que le decía con ferocidad: «no, no te lo mereces, porque tú no eres alguien. Nadie sabe que existes, nadie sabe de dónde vienes, no tienes padres, ni amigos, y estás manchada de sangre».
Era probable que una persona como ella—o no persona, sería más indicado—, no mereciese mucho más que jamás abrir los ojos. Reunirse con los muertos del estrepitoso episodio de una tormentosa historia donde la ambición de alguien de querer transcender más allá de los límites de la naturaleza humana haya provocado su propia destrucción. Ella desde que comprendió que era una existencia vacía, que maldeciría el día que nació el resto de sus días, que ya no sería normal y que viviría en continúo sufrimiento, deseó suicidarse. Seguramente un experimento satisfactorio sería quien soportara toda esa carga de consciencia y la depresión que conllevaba el trauma, sin caer en la locura, y se arraigara a su poder de lleno. Pero esa no era Shiro y tomaba un montón de voluntad de su parte contenerse correctamente, por eso terminaba matando sin contemplación. Al usar su poder, recordaba todo el dolor que había soportado para conseguirlo y se sentía tan miserable que lo único que pensaba era en morir. Cada cicatriz tenía mella en su piel. Jamás sería capaz de enorgullecerse sin sentir muy dentro suyo una gota de vergüenza. Los recuerdos la perseguirían y atormentarían por siempre.
Dentro de esa oscuridad, ni siquiera había sueños. No sabía si existía el tiempo. No sabía si estaba muerta o en un limbo temporal. Y honestamente, era brutalmente aburrido. Pero quería esperar y ver si el destino le regalaba una segunda oportunidad... El abrir los ojos y ver a Ganta, sonriéndole aliviado. Ese era el único deseo que componía su efímera felicidad.
En medio de ello, una luz se asomó en un espacio que parecía el cielo. Shiro creyó soñar que en esa oscuridad ese hueco de misteriosa luz le iba a dar su libertad. Intentó alcanzarla, corriendo apresuradamente, y luego saltó a un vacío hondo... Escuchó lejanamente el chirrido de una puerta al cerrarse.
Apareció en un sitio desconocido, con un extraño que le devolvía con su expresión corporal alarma y desconcierto. Era un ser de su estatura, con orejas parecidas a las de un conejo, sin ojos o nariz, y poseía un extraño cetro con dos esferas verde azulados brillantes a cada extremo, como el arma milenaria de un brujo. Shiro se sintió en esos "cuentos de hadas" que la mamá de Ganta les solía contar de pequeños. Cuando era niña solían emocionarle esas cosas. Su otra personalidad solía también hacerlo. Shiro ya no podía. No desde que ambas partes de sí misma se juntaron, la de buenos sentimientos, que rechazaba su pasado y se ocultaba en la oscuridad cuando debía sufrir, y la que recordaba su pasado y sentía a flor de piel, resguardándose en las sombras, insensible al dolor y despojada de cualquier sentimiento que no fuese odio, rencor y maldad. Cuando Shiro pudo sobrellevar ambas personalidades, quedó una mujer que sabía y pensaba que los cuentos de hadas eran versiones de la realidad mucho más agradables y poco creíbles, y por eso no gustaba de ellos.
—¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? —Totalmente desconcertada, Shiro miró a su alrededor con curiosidad. Un lugar vacío y amplío, con antorchas alineadas en una pared con dibujos de guerreros y monstruos luchando; de esquinas oscuras y apenas perceptibles. El lugar más iluminado era el centro, donde ella y el extraño ser se encontraban de frente.
—¡Qué sorpresa!—exclamó él con una voz que se le antojaba imponente y vivaz—. Últimamente hay muchos visitantes como tú.
—¿Cómo yo?—cuestionó ella sin entender.
—Personas que han abierto la puerta por sí mismas—explicó el ser, sin que Shiro pudiese entender la importancia de esa información, y exclamó con un tono alto y animado—: ¡Bienvenido a la torre!
Shiro sesgó los ojos, con la boca recta y quieta, indiferente a que el conejo creyera que era un chico. Lo que le interesaba saber era dónde estaba. Aquel lugar y aquel ser, eran inverosímiles.
—¿De qué estás hablando? —Para ser su primer sueño, se sentía muy real. Actuaba como si estuviera despierta. Intentó ver su cuerpo y se percató de que una larga capa negra la cubría desde la cabeza hasta los pies, ocultando su cabello blanco, amarrado en un apretado moño, y su cuerpo femenino. Tenía, además, una máscara que ocultaba sus ojos y su nariz. Solía usar algo parecido cuando se disfrazaba de Aceman. Por eso el conejo no sabía que era una chica.
—Mi nombre es Headon, por cierto—siguió el ser, animado—. Soy el guardián del primer piso de la torre. Ahora, ¿cómo te llamas?
—Me llamo... Shiro—dijo ella, finalmente, con los ojos ligeramente abiertos—. ¿He muerto?
El ser meneó la mano negativamente de un lado para el otro.
—Oh no, no, para nada—la alentó sin sonreír, pero con un tono solemne—. Más bien diría que es un nuevo comienzo. Dime, Shiro, ¿qué es lo que deseas más en este mundo...? ¿Poder, venganza, riqueza...?
Ella escuchó y reflexionó cada deseo en su cabeza. Ninguno capturó su interés, y aquello se reflejó en su postura, porque se destensó. Ya tenía poder, ya había resuelto una venganza, y la riqueza no alcanzaría nunca a reparar el daño de su espíritu.
—Quiero ser feliz—dijo, con una voz pétrea. Al oírla, Headon ladeó la cabeza y pareció casi curioso.
—¿Felicidad?—repitió él, casi pasmado, y luego de observarla por un buen rato se paró más recto; más serio y menos sonriente—. Si eso quieres, no hay problema. Sube la Torre.
—¿Acaso ésta Torre tiene algo de especial?—le preguntó Shiro, incrédula y seria.
—Te sorprenderías—le contestó Headon, sonriendo de esa forma que lo hacía ver sospechoso—. Sube la Torre, Shiro. Allí hallarás muchas maneras de ser feliz. Pueden ser amigos, o un amante, por ejemplo. U otra cosa. Algo que te llene de dicha.
Ella no contestó, aunque pensó en Ganta. Él era un amigo, y quizá un amante. Al pensar en eso una leve rubor cubrió sus mejillas.
—¿Cómo la subo?—le preguntó ella. Si aquello era lo único que podía hacer, no tenía caso preguntar por la salida o regresar a la oscuridad de antes. Debía subir esa Torre.
—Normalmente suelo hacer un test a aquellos que suben la Torre, pero tu deseo es demasiado puro y fácil de conceder, y tengo la sensación de que a pesar de eso jamás has sido verdaderamente feliz—explicó primero, ignorando su pregunta—. Por eso la Torre te ha dado una segunda oportunidad.
—No es necesario que me tengas lástima—rezongó Shiro con las manos empuñadas.
—No es lástima, es simplemente una observación. He sido administrador de la Torre por décadas y nadie me ha pedido eso. Si tuvieras un deseo más complicado, me vería en la obligación de probarte más arduamente—dijo Headon sin dejar de sonreír—. Ahora te llevaré al primer piso de la Torre. Si quieres seguir subiendo deberás completar los demás pisos, hasta que llegues al último. En ellos no pasarás gratis como aquí. Algunas pruebas serán arduas.
Shiro no pudo ni pronunciar una palabra porque el conejo batió su misterioso cetro y ella, ante su perplejidad, empezó a desaparecer.
—La Torre te ha dado una segunda oportunidad, Shiro—afirmó Headon, repitiendo las palabras de antes como si fueran un secreto al que debía prestar bastante atención—. Por eso yo también te daré una segunda oportunidad. Ve y encuentra lo que buscas en la Torre.
Entonces ella desapareció.
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Shiro en la Torre de Dios
CasualeDespués de su batalla final contra Ganta, Shiro cree haber muerto, pero en cambio se despierta en la Torre de Dios con sus poderes intactos. La diferencia es que ahora ella y el huevo podrido se han funcionado. En esta nueva oportunidad lo único que...