Los oídos me zumbaban, la cabeza me dolía, el cuerpo entero me dolía, quería quedarme tumbado en el suelo, quejándome y esperando a que Dios se apiadara de mí y que su piedad se materializara en forma de un soldado, que al verme me levantaría del suelo y me llevaría cargado a un lugar seguro, donde habría camillas, doctores, enfermeras y miles de analgésicos que adormecerían todo mi cuerpo aliviando a su vez todo el dolor; pero sabía que eso no pasaría, nadie vendría a buscarme. Tampoco sería justo que vinieran a ayudarme a mí, cuando había cientos de personas mucho más frágiles y lastimadas que yo, así que en vez de rezar porque vinieran a ayudarme, rezaba para que mi cuerpo tuviera la fuerza suficiente para levantarme, tomar mi arma y defender a aquellas mujeres, hombres y niños que eran atacados sin piedad; cerré los ojos un instante y por tercera vez en menos de una hora le pedí ayuda a Dios, le rogué para que me permitiera levantarme y ayudar; cinco minutos después, el dolor que tenía en el cuerpo se redujo y pude rodar sobre mi costado izquierdo y haciendo palanca con el codo, me levanté y busque en el suelo el arma que me había sido asignada; cuando al fin la encontré, la tome y me escondí lo mejor que pude en un lugar que me permitiera buscar al enemigo, lo cual no me tomaría mucho tiempo ya que reconocía con una sola mirada al enemigo, porque siempre llevaban un pañuelo rojo que cubría su nariz y boca, no llevaban uniformes, pero si cargaban armas que se suponía debían estar en las manos de militares expertos, pero en vez de eso, las llevaban personas despiadadas, psicópatas que habían comenzado una guerra sin sentido, una guerra donde la mayor parte de las víctimas eran personas inocentes, personas que no sabían porque eran atacadas. Después de dos minutos ubiqué mi objetivo, era un hombre que sostenía un arma en modo de ataque, frente a una familia que lo único que podía hacer era llorar, nunca podría adivinar que decían, porque desde donde estaba no alcanzaba a escuchar y aunque escuchara, sabía que no entendería, ya que no compartíamos el mismo idioma, pero no me importaba eso, lo único que me importaba era salvar vidas y esa era motivación suficiente para que el dolor que sentía en la pierna, el hombro y mis costillas pasara a segundo plano; con mi objetivo en mente apunte y puse el dedo en el gatillo.
− Cobarde - murmure y apreté el gatillo, la bala salió disparada en dirección al hombre, pero antes de que siquiera pudiera ver si había dado en el blanco o no, me halaron del hombro, haciéndome gritar de dolor, me empujaron tan fuerte que mi rostro beso el suelo inmediatamente después de caer se escuchó un disparo, el aire abandono mis pulmones, ya no escuchaba nada y mi visión se tornó oscura, pocos segundos después deje de sentir.
(...)
Una fuerte luz me daba en toda la cara haciendo difícil abrir los ojos, por lo que mejor los deje cerrados, me sentía desorientado, mi lengua se sentía pesada y mi garganta estaba seca, era como si hubiera comido una gran cucharada de arena. Me removí en mi lugar y sentí tres cosas: la primera, un dolor agudo en el brazo y las costillas, la segunda, sabanas a mi alrededor y la tercera, el fuerte olor a medicamentos que siempre había en los hospitales; quedándome quieto volví a intentar abrir los ojos, pero esta vez poco a poco, mi visión estaba borrosa, pero aun así mire a mi alrededor, el cuarto era de un blanco inmaculado, con una pequeña ventana a mi derecha y aparatos a mi izquierda, bajo la ventana había un pequeño sofá, que lucía bastante incómodo y finalmente en un costado una puerta, que se abrió mientras la miraba.
− ¡Mi niño! - dijo la voz de mi madre desde la puerta, ya mi vista estaba menos borrosa - Hija, ve a avisar que tu hermano ya despertó.
− ¿Dónde estoy? - era algo estúpido de preguntar, pero aun así, no pude evitarlo.
− En un hospital cariño - respondió mi madre acercándose, quise rodar los ojos, pero me dolieron cuando intente hacerlo, mi madre rió - Eso es lo que pasa cuando intentas ser grosero con tu madre.
− ¿Dónde estoy? - repetí mirándola, mi voz sonaba horrible y hablar se sentía horrible, necesitaba agua.
− Estas en casa mi niño - respondió sentándose y poniendo una de sus manos en mi mejilla - No te imaginas el miedo que sentí cuando llamaron a la puerta, pensé que habías... pensábamos que estabas...
− Mamá, deja eso para después - la voz de mi hermano mayor me sobresalto y me hizo quitar la vista de mi madre y ponerla sobre el - Me alegra que estés despierto, en un par de días te llevaremos a casa.
Lo que menos me importaba era cuando me dieran el alta, lo que realmente me interesaba ahora mismo era encontrar la forma de beber agua, pero tenía que hablar, pedirla, porque no tenía las fuerzas para levantarme y buscarla por mí mismo. Toda esta situación me hacía querer revolcarme y hacer una rabieta como si tuviera cinco años, pero no los tenía, yo era un adulto y debía y comportarme como tal.
− Necesito agua - dije tratando de que mi voz sonara lo mejor posible, pero contrario a eso salió peor.
− ¿No le habías dado agua mamá? - pregunto mi hermano haciéndose junto a mí y sirviendo un vaso de agua de una jarra que estaba en la mesa que había junto a mí, no había notado eso. Puso el vaso frente a mis labios y me enoje más; me sentía como un completo inútil; pero no proteste, simplemente bebí el agua.
Después de eso, entro una enfermera acompañada de un doctor y me revisaron hasta la conciencia, esto era un infierno._____________________
Bueno, bueno, he aquí el hermoso prólogo de esta nueva historia, espero les guste.
Es la primera historia que escribo que no tiene fantasía como tema principal asi que estoy algo nerviosa.La emoción me invadeeeee... ¡Ahhhh!
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Les envío un enorme beso y un abrazo.
¡Los amo demasiado!
-Francy.
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Indomable.
Romansa¿Qué debes hacer para convencer a alguien de que haga algo que no quiere? ¿Cantarle? ¿Bailarle? ¿Gritarle? Tal vez... ¿Chantajearlo? Creo que necesitaré más creatividad de la que pensaba para lograr que este hombre indomable acepte hacer lo correc...