Ante mi se encontraba la persona que tantas veces escuché en mi cabeza durante tanto tiempo. Su rostro se mostraba violento, su mirada era fría, como el hielo, y aterradora como una noche sin luna en un callejón oscuro. Se podía apreciar a simple vista que la rabia le invadía por todo su cuerpo, llegando a sus manos, las cuales estaban cerradas como puños en los que parecía guardar toda esa rabia.
Paralizada, por el miedo, me quedé mirándole sin pronunciar palabra. No entendía por qué, pero algo en mi interior me decía que yo había provocado aquel estado que se reflejaba en él.
-¿Por qué?- Me preguntó.
Su voz ya no me parecía tan dulce como una vez en su día lo fue, y entonces comenzó a llover.
En cuanto escuché el ruido que provocaban aquellas gotas de lluvia que caían a toda velocidad sobre las aceras y el asfalto de la calle, giré mi cabeza para mirar hacia la ventana, pero no tardó ni un segundo y él ya me había sujetado ambos hombros con una fuerza desgarradora, casi como si me elevase unos centímetros sobre el piso.
-¡Para, me haces daño!- Grité, pero ignorando mis palabras, apretó con aún más fuerza y rabia que antes.
-¡No me ignores, maldita furcia! ¡Te he hecho una maldita pregunta! ¡Responde de una jodida vez!
Sus crueles palabras me hicieron recordar algo. Esta situación ya la conocía. Todo se estaba repitiendo.
Recordé que yo, Nora Carter, tenía una vida. Cuando era pequeña, en vez de querer muñecas para Navidad como cualquier niña, yo solamente quería un libro.
Cuando los leía profundizaba tanto que apenas salía de mi cuarto. Mis padres se enfadaban muchísimo y me obligaban a dejar atrás aquellas hermosas obras. El único que me defendía era mi abuelo, que vivía con nosotros. Él, como podréis suponer, fue el que me regalo mis tres más preciados libros.
Con el tiempo, cuando ya tenía la suficiente edad como para salir sola de casa, me refugiaba en una pequeña y acogedora biblioteca que se encontraba justo al lado de un parque infantil, en mi pequeño barrio. Recuerdo que incluso engañaba a mis padres diciéndoles que iría al parque con unos amigos del colegio para que no se enfadasen más conmigo.
Pasaron varios años y ya nada era como antes, mi abuelo ya no estaba, me había independizado de mis padres y ahora vivía sola en un pequeño piso de alquiler en un barrio totalmente distinto.
Recuerdo que un día en los que todavía me estaba instalando en mi pequeño piso, decidí ir a dar una vuelta y conocer mejor los alrededores. Tuve una grata sorpresa al ver que mientras caminaba, en una de las calles, se encontraba una hermosa librería muchísimo más grande que la de mi pequeño y antiguo barrio. Era espectacular, las ventanas, que dejaban ver los libros más destacados, la puerta con la pequeña campana que sonaba al abrirla y cerrarla, el cartel de madera que te daba la bienvenida con letras talladas en cursiva ... Era como un pequeño trozo de vida en medio de un montón de calles.
Desde que conocí aquel lugar, no había día en el que dejara de lado los quehaceres del piso y me perdiera entre textos y más textos de literatura. También fue allí donde conocí a Adam, el bibliotecario. Era joven y no muy apuesto pero de alguna forma, me llamaba mucho la atención. Atención que él también me brindaba, por supuesto. Recuerdo que el día en el que le conocí, llovía a cántaros y nos quedamos encerrados en aquella gran bibliteca, sin preocuparnos del tiempo. Se podía pasar horas conmigo cuando no había nadie en la biblioteca, cosa que solía suceder muy frecuentemente. Además fue él quien me ayudó a terminar de amueblar mi piso, y siempre sabía cómo sacarme una sonrisa. Se podría decir que por fin había encontrado a alguien que me comprendía y compartía mi pasión por la lectura. Un verdadero primer amigo.
Un día Adam decidió invitarme a una pequeña fiesta que iba a hacer en su casa con un par de amigos. Yo no era muy de fiestas, es más, las odiaba, pero si me lo pedía Adam, tenía que acceder. Al fin y al cabo, era la única persona que lo era todo para mi. No tenía a nadie más.
Mis padres rara vez llamaban para ver cómo estaba, y para mejorar la situación, decidieron divorciarse después de que yo me independizara, así que recibía sus llamadas por separado y me tenía que tragar todos y cada uno de sus conflictos, y os lo juro, no eran pocos. A veces me llegaban a provocar un estado de ansiedad que sólo Adam sabía calmar. Él sabía cómo evadirme de todo lo malo.
Cuando llegó el día de la fiesta, decidí ponerme un traje blanco, suelto y bastante sencillo... ¿Os suena de algo? Exacto, es el mismo traje que llevo poniéndome todo este tiempo.
Adam ese día iba muy guapo, al menos yo, lo encontraba muchísimo más atractivo. Llevaba una chaqueta de cuero marrón, con una blusa básica negra debajo que quedaban de lujo con sus ojos y sus lentes del mismo color, también llevaba un pantalón pitillo vaquero oscuro y unas botas muy al estilo motero. Nunca lo había visto así.
Adam me invitó a pasar y empezó a presentarme a sus amigos, uno de ellos no paró de intentar cortejarme toda la noche, pero mis ojos estaban clavados en otro de sus amigos. Se llamaba Evans, tenía los ojos tan claros como el cristal, un cristal azul hermoso. Su mirada era penetrante y cada gesto me arrastraba más hacía sus encantos. Adam no tardó mucho en darse cuenta en mi interés hacia él, y con una de sus jugadas maestras, distrajo al chico que aún seguía intentando cortejarme y se lo llevó con él, después hizo que nos quedáramos a solas y poder empezar una conversación en privado. Fue el mayor error.
En poco tiempo empezamos a salir, todo se había vuelto como un sueño del que jamás querría despertar, pero esa felicidad, esa calidez, ese amor... No duró demasiado. Yo no estaba hecha para él ni él para mi, pero todavía quedaba mucho por vivir para poder darme cuenta.
Un día Evans decidió salir de fiesta, como de costumbre. Yo siempre me quedaba en casa esperando despierta hasta que él volviera, pero ese día no volvió.
Al día siguiente, casi a media tarde, volvió. En su cara podía notar que tenía mucho que decir, pero yo no estaba preparada para escucharlo. Creo que nadie lo estaría nunca.
Me explicó que había pasado la noche con otra mujer, que todo era culpa del alcohol y sus amigos, que le animaron a hacerlo. Me pidió mil veces perdón, pero de mis ojos no pararon de salir lágrimas. Cogí mis cosas y me fui de su casa mientras discutíamos gritando a los cuatro vientos.
¿No os suena esa situación?
Ese día llevaba tacones y acababa de parar de llover, mis piernas temblaban, pero pude coger un taxi nada más llegar a la calle y me fui a mi casa sin dejar de llorar. Esa misma noche, recibí un mensaje de voz de él en mi teléfono, sólo decía: perdóname.
ESTÁS LEYENDO
Perdóname
Teen FictionNora es una chica de 25 años que se encuentra encerrada en una habitación de la cual no tiene intención de salir, al menos en un principio. Poco a poco se le van generando muchas dudas en su interior, hasta tal punto que se convierte en una agonía...