Capítulo 4. (Dormir)

2.2K 184 15
                                    

Mi vida se desestabilizó esa semana. No quería salir, no quería ir a la escuela, no quería despertar. Lo único que quería hacer era dormir, dormir por años y despertar siendo alguien más. Alguien que no viviera el caos en el que yo estaba. Dormir y seguir durmiendo, porque en los sueños nada ni nadie puede lastimarte.

Lo que más me molestaba era esa sensación de ahogo. Sentía que me ahogaba en un pantano de agua viscosa y cada día que pasaba me hundía cada vez más. Sólo había un momento en que me sentía aliviado y era cuando llegaba a ballet con la esperanza de encontrar a Gabriel, pero, cuando veía que de nuevo se ausentaba, me volvía a sumergir hasta el cuello. El baile me despejaba la cabeza, sí, pero no puedes bailar para siempre, no puedes dormir para siempre, no puedes esperar para siempre.

Cada día, cuando escuchaba el despertador en mi mesa a las 6:30, el primer pensamiento era él, Gabriel. Lo hacía inconscientemente, como una máquina programada para hacerlo y eso me… me dolía, me dolía el hecho de que no fuera yo el dueño de mi emociones ni mis pensamientos, sino alguien más, y ese alguien más ni siquiera lo sabía.

Un viernes, a pesar de ser opcional, fui a mi clase de baile. No había nada más que quisiera hacer, mis amigos me sentían raro y yo no podía explicarles el porqué y tampoco quería hacerlo, mis papás solo me gritaban por cosas que eran mi responsabilidad, y a pesar de que yo lo sabía, le gritaba en defensa. Estaba harto de todo, menos del ballet.

Era el único que había asistido y a la maestra no le sorprendió. Me cambié sin el ánimo que hacía una semana atrás sentía tan seguro y propio de mí  salí a la barra.

No sé como describir lo que sentí después. Fue como un disparo interior. Como si un tranquilo estanque se convirtiera en un furioso huracán y, de la nada, inundara mi cuerpo.

-¡Leo! ¡Leo, Leo, Leo!-dijo abrazándome.

-Gabriel…-mis labios temblaban, pero no mis palabras- ¿Dónde estuviste? ¿Qué pasó?

Me miró a los ojos aun sujetándome de los hombros y después apartó la mirada. No llevaba mallas ni leotardo, así que pensé que no tomaría clase conmigo y eso extrañamente me alegro porque ahora me sentía nervioso junto a él por todo el alboroto que causaba en mi corazón.

-Quisiera hablar contigo. A solas.

-¿Ahora?

-Sí. Es importante y… es importante.

Me cambié de nuevo con la cabeza hecha un remolino. Me disculpé con la maestra, quien me hizo prometer que no volvería ir a clase para luego irme antes de empezar y salí.

Gabriel ya estaba afuera cruzado de brazos recargado en un poste, pensativo. Me dijo que fuéramos a un café cercano y que habláramos ahí.

Caminamos en silencio, tensos y sin mirarnos. Él estaba extraño, y en su perfección no podía caber nada extraño. Para mí, a pesar de todo, seguía siendo un ángel, el más bello de todos. ¿Qué podía haberle ocurrido para que desapareciera de esa manera? ¿Un accidente? ¿la muerte de un familiar? Soy un verdadero estúpido, un estúpido obsesivo inconsciente. Quizás estuvo todo este tiempo en el hospital y yo, en mi egoísmo, solo pensé en mí y mis sentimientos, cuando él seguramente estuvo bajo estrés y tristeza. Desearía volver el tiempo y poder remediarlo; estar ahí, junto a él y apoyarlo en todo.

Llegamos al café y nos sentamos. Pedimos 2 capuccinos y, por ese mismo instante me sentí pleno. Ya no importaba nada, estaba junto a Gabriel y eso era lo mejor del mundo. Su belleza era tan abrumadora que, a pesar del calor del café, mis dientes tiritaban.

Abrió la boca y comenzó a hablar. Me dijo que me quería mucho, que nunca se había sentido nada como lo que yo le hacía sentir, que pensaba en mí siempre, pero…

Pero ni él ni su familia habían estado en un hospital, ni enfermos. Nunca estuvo estresado ni preocupado. ¿Cómo podría estar estresado si estuvo saliendo con su nuevo novio?

Me contó de Gerardo, de cómo él era su “tipo de chico ideal”, de cómo salieron y como tuvieron sexo. Yo no podía moverme, por fin me había ahogado en mi pantano personal.

Siguió durante una hora, de cómo “con él si iba en serio”, de cómo se sintió cuando Gerardo pasó por él a su casa en un Mustang y un ramo de flores, de cómo se bañaron juntos, de lo mal que se sintió sabiendo que me había dejado en el olvido.

Cuando terminó una bomba había estallado en mi cabeza, dejándola desprovista de toda respuesta coherente, no sentía ninguna emoción, pero sí el martilleo de las lágrimas detrás de los ojos y el nudo en la garganta. Sabía, o quería pensar que Gabriel no había hecho esto para lastimarme, sino que era su forma de ser, pero aun así no pude contenerme.

Me levanté, me terminé mi café de un sorbo y logre exhalar un quebrado “Te quiero” antes de salir corriendo por la puerta de cristal.

Corrí, corrí y corrí pensando que así dejaría atrás la pesadilla viviente, que lograría despertar y decir “vaya, solo fue una pesadilla”, pero mis pasos eran firmes y mi infierno real. ¿Por qué el destino solo te levanta para dejarte caer aun más?

Llegué a mi casa, cerré la puerta de mi cuarto y lloré sobre mi almohada. Ahora sí sentía emociones y sentimientos en cantidades míticas, cada uno más amargo que el anterior.

En ese momento yo solo quería morir.

Pas de DeauxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora