Soledad

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La ciudad estaba particularmente fría. La temporada invernal había comenzado hace ya bastantes días. Pero la nevada de hoy era especial. Mientras la nieva caía y caía sin tregua, cada vez mas el tiempo se agotaba y las festividades decembrinas llegaban. 

La navidad pronto llegaría. Aquella festividad que las personas amaban. Festividad que para la mayoría: Es amor. Es esperanza. Es fe. Es alegría.  Es principio de Redención. Es una etapa de nuestra historia de Salvación. Es conversión y renovación. Es paz interior. Es vida nueva.  Es camino que se abre para el tiempo y para la eternidad. Es verdad que se alimenta del Amor.  Es vida que fructifica y madura,  sin dejar de nacer siempre. Una época especial para convivir y disfrutar. Y también de nostalgia y de sentimientos encontrados.

Abrió sus ojos. Rojos como un rubí, aquellos ojos carmesí que enamoraba a cualquiera. Pudo ver a travez de la ventana del quinto piso del edificio de investigación donde realizaba sus practicas, aquella nieve que caía del cielo y aseguraba una tarde fría y helada, casi en víspera de navidad. Y no pudo hacer más que suspirar.

Sin prisa. Disfrutando de todo el tiempo del mundo, pues sabia que nadie lo esperaba en casa. Realizo sus actividades en aquel importante centro de investigación. Su bata blanca como la nieve se desplaza por toda el lugar. Ajustando detalles, asegurándose de que todo estuviera listo para mañana, realizaba los últimos toques de lo que había sido un agotador día de trabajo. Todo era perfecto, todo cumplía con los requisitos de la excelencia.

-Todo listo.- Miro con sus ojos carmesí los ultimo datos que el equipo brindaba travez de su laptop.  -Eso ha sido todo por hoy.- Anoto los últimos datos en su bitácora y la silueta de la manzana de su laptop perdió brillo.

Sonrió con satisfacción, pues sabia que un día llegaba a su fin. Miro el reloj en la pared del laboratorio.

-No es tan tarde. Alcanzare el ultimo tren.- Miro al rededor el lugar desierto y solitario. Solo él trabajaba a estas horas de al noche.

Dejo en su lugar su bata -Cheney- podía leerse en ella, bordado con letras negras. Ajusto su bufanda, abotono el ultimo botón de su abrigo, y cubrió su cabellera negra con aquella bufanda roja. Tomo su morral y recorrido aquellos solitarios y tétricos pasillos. Y se aventuró a salir. Salir a aquel clima frío y helado.

Mientras viajaba en el vagón del tren su mente divagaba. Y por fin luego de caminar un considerable tramo desde la estación llego a su departamento. Miro aquel edificio de varios pisos y suspiro.  

La parte más difícil era llegar a toparse frente a frente con aquella puerta. La puerta numero 69 que no era más que un numero, pues aquello no era su hogar. Al menos no lo sentía como su hogar.

Armado de valor deslizo la tarjeta sobre aquella ranura y la puerta se abrió. Tiro su morral, en el suelo. Su elegante y costoso abrigo fue a parar también al suelo, junto con todas sus prendas de temporada que terminaron regadas por toda la sala. Aquello no era normal en aquel chico. Pero hoy no podía ser el pulcro estudiante que solía ser. Hoy estaba triste.

-Por fin- Tomo un trago de su whisky favorito. Aquel que le recordaba a "el". Su aroma, su sabor, su textura era como la de aquel chico.

Y así Rogue Cheney, terminaba un día más, apunto de embriagarse para no sentir y olvidar.

-La navidad es algo estúpido.- Dijo Rogue, luego de algunos tragos, sintiendo  los efectos del alcohol, en la oscuridad de su departamento, quedándose dormido en su sofá.





-No quiero que vayas.- El rubio tomo las manos de Rogue y deposito un beso en ellas.

-Yo tampoco quiero irme.- Lagrimas brotaron de sus ojos carmesí.

Y aquel chico de ojos azules fue fuerte y no lloro, se contuvo. Debía hacer lo correcto aunque le doliera. Deba convencer a Rogue irse. Debía dejarlo ir.

-Es una gran oportunidad, ¿sabes?.- Sonrío. -No todos tienen esta oportunidad.- 

-Es verdad.- Se aferro al abdomen del ojiazul, como cuál niño asustado que solo quiere un abrazo.  -Pero no quiero irme tan lejos. Lejos de ti.-

-Estaremos bien. Te juro que pensare en ti todos los días.- Correspondió el abrazo. 

-¿Lo juras?.-  Aquello era todo el consuelo que tenia el pelinegro.

-Es un juramento de navidad.- Convenientemente ese día era una navidad. La primera que pasaban como novios -No dejare que sea nuestra ultima navidad juntos. Se abalanzo sobre Roque. Dispuesto a hacerlo suyo, en la intimidad de su habitación, quizá por ultima vez.


El vuelo de Rogue aterrizaba. Miro a travez de la ventanilla del avión, lo que seria su nueva ciudad de residencia. Miedo, emoción, pánico y euforia sintió al salir de la terminal y tomar el taxi que lo llevaría a su nuevo hogar.

Y por fin llego a este. Los primeros días fueron espectaculares, turismo, aventuras, descubrimientos. Todo era una maravilla. Rogue estaba fascinado con el choque cultural que estaba viviendo. Poco a poco se acostumbro a la hora de tomar el té a las 5 en punto de la tarde, aquello lo enamoraba todos los días. Pero conforme los días pasaban se dio cuanta de algo. Estaba solo. Solo en una enorme ciudad, en el extranjero. Sin amigos, familiares y sobre todo sin la persona que amaba. 

Rogue Cheney. Un brillante estudiante con un futuro prometedor, había ganado una codiciada beca de estudios en el extranjero. En una de las mejores universidades del viejo continente. Aquello le permitiría seguir capacitándose, adquiriendo conocimientos y practica para poder realizar sus investigaciones. Rogue simplemente era un genio, el talento nato de la investigación fluía en él. El mejor promedio de su generación. Graduado con honores de la facultad de ciencias. Premiado con el prestigioso premio a la trayectoria académica. Y ahora el mejor estudiante de un posgrado de excelencia de calidad internacional. El nombre Cheney-Rogue, circulaba en algunas de las mejores revistas de investigación, resultado de los brillantes proyectos de investigación que había realizado, pese a su corta edad.

Rogue lo tenia todo. Cualquiera de sus colegas desearía tener aquello que solo él pudo lograr de toda una generación de vida.





-Eres el emo mas inteligente que conozco.- Su novio retiraba un mechón de su cabello que cubría uno de sus ojos carmesí. -Y también el mas lindo.- Deposito un beso en la frente de este.

-Y tu eres el cabeza hueca mas sexy y ardiente del mundo.-  Cerro los ojos.

Desnudos abrazados, con sus cuerpos jadeando aun. Rogue se despedía de su chico.

-Mañana.- Rogue fijo su vista en el vacío de la habitación.

-Mañana sale tu vuelo. Rumbo al éxito Rogue.- Sonrío enormemente.

-Son cuatro años.- Bajo su tono de voz.

-Todo habrá valido la pena cuando esos años terminen. Eres brillante Rogue.- Deposito un beso en el hombro desnudo del pelinegro. -Aun no se cómo es que un genio como tú. Se fijo en un idiota como yo. Solo quiero decirte. Estoy orgulloso de ti.-

Y un beso termino con aquella conversación. La ultima desde hace casi un año.





-¿Un sueño?.- Rogue despertó en su sofá. Los repiques que da la gran campana del imponente reloj de la ciudad lo despertaron. 

Se acerco a la ventana de su departamento y pudo mirar al fondo el  palacio de Westminster. Y el cielo que poco a poco comenzaba a tomar color.  Y aquello le hizo pensar en, él.

-¿24 de diciembre?.- Miro el calendario en la pared. Y pudo ver la fecha 25 de diciembre tachada con plumón negro.

Nuestra Navidad (StinGue)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora