CAPÍTULO 1

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¿En qué mejor momento del día puedo empezar a preparar mis preciados bombones si no es por la mañana?

Desde bien pequeñita me ha fascinado la cocina y teniendo a mi padre como chef oficial de la casa, esa pasión mía ha ido aumentando a lo largo de los años. Tanto es así que este año, por fin, me he graduado de la Universidad de Repostería en Nueva York. No os voy a negar que al principio estuve pensando en quedarme allí y montar mi propio negocio, pero pensé que sería una mejor idea volver a casa y ayudar a mi padre.

Pero esta vez no como vendedora. Esta vez como chef creativa.

—Ya sabes que no me gusta que estés en la cocina con el pelo suelto, Claudia.

Y ahí está el fanfarrón y malhumorado de mi padre.

—Y tu sabes lo que me cuesta recogerme el pelo en una coleta.—me quejo haciendo un mohín, burlándome un poco de él.

—Entonces no perturbes mi pequeño paraíso con tu negra mata de pelo. A ver si en alguno de los bombones que estás preparando les toca un pelo como regalo.

Me hace un espaviento con las manos y ruedo los ojos, apartándome del chocolate.

—De todas formas este bombón era un regalo especial, pero está bien, estaré en el mostrador.

—¿Y quién es esa persona especial que se merece uno de nuestros bombones más exquisitos, y gratis?—bromea curioso.

—No pienses cosas que no son, papá.—me acerco a él y le doy un beso en la mejilla.—Es para la niña que viene todos los días a comprar con su madre.

—¿La niña esa pequeña y morena de pelo rizado?—asiento con una sonrisa en la cara.
Es la niña más dulce que he conocido jamás. Al contrario que su madre.—Está bien, cariño. Pero cuidado no se te tiren los buitres encima.—me guiña un ojo y río.

—Entonces les daré chocolate hasta que les salga por las orejas.

***
La tienda está inusualmente tranquila en estos momentos. Puede ser también porque es la hora de comer y la gente con este frío no sale ni con la calefacción en su abrigo.

Dejo el regalo a un lado y me pongo a ordenar las estanterías que han quedado saqueadas por la masa de clientes de esta mañana. Hay mucho trabajo y me alegro que mi proyecto esté siendo todo un éxito.

Mientras limpio logro observar mi reflejo a través del cristal del mostrador.
Desde pequeña la gente me ha dicho que estaba demasiado gorda, que tenía que adelgazar por mi propio bien, incluso han habido personas que me han llegado a recomendar dietistas y médicos especialistas en temas de sobrepeso para perder peso.

Al principio me dolía, me dolía mucho porque veía a las otras chicas más guapas, más delgadas que yo, y realmente intentaba de todo, pero nada daba solución. Hasta que lo comprendí: mi sobrepeso no se debe a una mala alimentación o a no hacer ejercicio, mi sobrepeso se debe a una condición genética de mi cuerpo que debo aceptar como tal.

Y ese día, el día que lo comprendí, fue el momento en el que dejé de preocuparme por los demás y cuidar mi cuerpo. Aunque a veces eso signifique exponerte a algunas burlas y comentarios de personas que ni conoces.

—¡Claudia!—la voz de la pequeña Charlotte me saca de mi ensoñación.

—¡Hola, renacuaja!—salta a mis brazos y yo la cojo al aire haciendo que las dos riamos alegres.—¿Que haces hoy tú por aquí a estas horas?—pregunto dándole un golpecito en su nariz.

—Mi papi tiene unas horas de vacaciones y me ha llevado al parque, pero yo quería venir aquí, así que me he escapado de él.—lo último lo dice con una sonrisa pícara, escondiendo media cara en su pomposa bufanda.

¡Un bombón para Navidad!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora