CAPÍTULO 8

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Resulta que Isabel me ha vuelto a enredar para que la vuelva a pasar a buscar a pesar de que le he repetido mil veces que no pienso comerme 30 minutos de camino y otra media hora más atascada en el tráfico, pero aquí me encuentro de nuevo. Sentada en la silla de una de las mesas de la cafetería esperando a que la niñita se digne a aparecer.

Para matar el tiempo me compro un café con lecha y me concentro en el remolino que produce el movimiento de la cuchara en el líquido. Lo que me recuerda...

*Flash back*

—¿Se pude saber que hace este insurrecto en mi cocina, hija?—pregunta mi padre mirándome inquisitivamente con intención.

—Se ha ofrecido a echar una mano.—respondo encogiéndome de hombros como si nada y por ello me gano la mirada asesina de mi padre. Corrección, nos ganamos.

—Lo único que va a echar es su trasero fuera de mi pequeño paraíso.—sentencia cruzándose de brazos y mirando con los ojos entrecerrados a Sergio. El cual no puede tener más cara de susto el pobre.

¿Había mencionado que mi padre es extremadamente protector con su cocina? ¿no? Bueno pues debería haberlo hecho.

—¡Oh, vamos papá!—exclamo rodando los ojos.—Hace segundos has dicho que hay mucho trabajo, no nos sobran manos para rechazar a nadie.—lo reto a ver quien puede ganar a este juego. Ni se crea que lo voy a dejar ganar, he aprendido del mejor.

—Bien.—cede de mala manera.—pero como vea yo un rasguño, por pequeño que sea, te las verás conmigo, chico.—inmediatamente Sergio levanta las manos.

—Espera, ¿acaso te vas a ir?—interrumpo su guerra de miradas. Lo veo asentir y cada vez entiendo menos a este hombre.—¿Y donde queda eso del trabajo en equipo?—pongo los brazos en jarras y levanto una ceja en su dirección.

—Si me quedo puede que cometa homicidio imprudente, así que hago un favor al equipo si desaparezco por unas horas.—y sonriéndome inocentemente me da un beso en la frene y se va, pero antes de salir por la puerta tiene que añadir:—¡Y para cuando vuelva quiero todo reluciente o os voy a hacer limpiar el horno! ¡A los dos!

Nos quedamos parados, en silencio, hasta que oímos la puerta cerrarse y estallamos a carcajadas tan fuertes que me tengo que sujetar del borde de la mesa y Sergio de sus rodillas para no caer rodando.

—¿He sido el único que se ha sentido como un niño de 5 años?—consigue hablar entre risas.

—Nah, no lo eres. Pero eso significa que al menos han comprendido el mensaje.—intento vocalizar entre tanto hipo.

***
—Le has puesto demasiado sirope.—le riño por décima vez al ver como el líquido rojo que debería quedar dentro del bombón se escampa por la mesa.—A este paso vas a gastar medio litro de sirope en un solo bombón y hay unos doscientos, como mínimo.

—Mí bombón, mis normas.—me replica sin perder la concentración en lo que hace.

Su ceño está fruncido por el esfuerzo que le está poniendo y su lengua no para de moverse entre sus labios, lo que me produce una exquisita distracción.

—En serio, como le pongas más vas a tener que llevar al hospital a esa persona por diabetes.—declaro acercándome con la intención de quitarle el vertedor, pero al parecer lo tiene cogido con más fuerza de lo normal, porque al cogerlo los dos ejercemos presión y el líquido sale disparado hacía todos lados, provocando que un chillido se me escape de la garganta.

—Ves, eso es lo que pasa cuando no me dejas crear en paz.—responde de lo más tranquilo.

—¡Mi padre va a matarnos!—me lamento corriendo de un lado a otro recogiendo papeles para quitar los restos de la pared, pero el suelo es otra cosa.—Si colaboraras un poco no iría nada mal, ¿sabes?—me quejo al verlo parado sin hacer nada con una media sonrisa y el vertedor en una mano

¡Un bombón para Navidad!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora