CAPÍTULO 14

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Que bonito sería levantarse una día por la mañana y oír a los pajarillos cantar, que el olor a comida se colara por debajo la puerta...y digo "sería" porque lo único que oigo son los gritos de Isabel y el único olor que me llega es el de tostadas quemadas.

A quien estarás echando gritos Isabel...

Aún sin haber vuelto completamente a este mundo, me levando y arrastrando los pies me dirijo hacia donde proceden los gritos. Tanto ruidos de buena mañana me provoca dolor de cabeza y ayer casi no dormimos.

—¿Se puede saber a que podre ser humano le estás gritando ahora?—interrumpo bostezando.

Al parecer mi intromisión la ha pillado completamente por sorpresa porque se calla inmediatamente mirándome con cara de susto y ajustando más la puerta para que no vea a la persona que se encuentra detrás.

—Claudia...¿qué haces despierta?—intenta disimular, pero se le da fatal.

—Tus gritos han despertado al barrio entero. ¿Con quien hablas?—pregunto acercándome curiosa.

—¡A nadie!—exclama impidiendo que abra la puerta del todo. Entrecierro los ojos.

—¿A quién...

—Claudia.—la voz del hombre que he jurado nunca volver a ver atraviesa la puerta y me paralizo.

—Lo siento, he intentado hacer que se fuera, pero no ha habido manera.—se disculpa mi amiga soltando el picaporte, permitiéndole a Sergio abrir del todo la puerta.

—No voy a irme hasta que sepas la verdad.—sentencia serio.—Ya se lo he dicho a tu amiga, soy capaz e quedarme todo el día si es necesario.

—Sergio...por favor, no tengo ganas de hablar de esto y mucho menos contigo.—empiezo cansada.—Lo que pasó, pasó. Punto. No le demos más vueltas, ¿si?—intento escaparme lo más rápido posible, pero su voz me detiene.

—No. Tú viste lo que viste y sacaste tus propias conclusiones. Aunque no quieras hablar conmigo, al menos déjame explicar como fueron las cosas desde mi punto de vista.—cierro los ojos, conteniendo el escozor y me giro lentamente para encarar a las dos personas plantadas en la puerta.

—Suficiente, ya ves que ella no quiere ni verte, así que largo.—refunfuña Isabel empujándolo hacia fuera.

—Espera.—suspiro sin saber en qué me estoy metiendo.—Hablaré contigo...

—¡¿Qué?! ¡¿Te has vuelto loca?!—exclama mi amiga con la mandíbula por el suelo y los ojos demasiado abiertos por su bien.

—Pero,—prosigo sin parecer afectada por la mirada matadora que me dirige.—eso no va a cambiar nada. Tú me vas a explicar como, según tú, pasó todo y te vas a ir.—espeto firme.—¿Entendido?

—Si...—balbucea él con una sonrisa tironeando de los labios.

—Increíble.—se enfada Isabel.—¿De veras que después de lo que te ha hecho pasar este imbécil vas a perdonarlo?—me mira incrédula y, siendo sincera, yo tampoco sé qué estoy haciendo.

—Yo no he dicho nada de eso.—protesto empezando a perder la paciencia.

—Cada vez entiendo menos las cosas...—y desaparece por el pasillo refunfuñando quien sabe qué.

Cuando nos quedamos solos hay unos minutos de silencio incomodo donde ninguno de los dos sabe qué decir o como empezar.

—Así que...—empieza él sin saber como continuar.—¿Puedo pasar?

—No. Prefiero que te quedes ahí donde estás.—contesto sin una pizca de vacilación. Que bien se me da actuar.

Sus párpados decaen y da un pequeño atrás para quedar completamente fuera del apartamento. Cabizbajo. Algo dentro de mí se remueve al verlo en ese estado, pero después recuerdo el motivo por el que nos encontramos así y se me pasa. A medias.

¡Un bombón para Navidad!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora