Capítulo 7

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Me apretó contra su cuerpo y me sentí acorralada, asfixiada. Yo mantenía los ojos cerrados, sin embargo, los abrí abruptamente cuando percibí como su mano comenzaba a colarse por debajo de mi blusa. ¡Demonios! Estaba sin brasier, y al abrirlos inmediatamente nuestras miradas se encontraron a través del puto espejo. Lo miré con odio y al parecer eso le encantaba, ya que sus labios tenían dibujados una sonrisa malditamente burlesca. Todo el amor que pude sentir alguna vez por él, definitivamente, se fue al carajo.

Me removí, pero estaba presa entre el lavamanos y su firme cuerpo. Mi respiración se agitó de sobremanera, y que decir de los latidos de mi corazón, en algún momento pensé que me vendría una especie de infarto. El shock que sufrí al ver a Vincent había sido muy fuerte, ¿cómo fui tan ingenua de salir, así como así, sabiendo que me acechaba? Solo yo podía ser tan estúpida y tan confiada.

En ese momento entendí la razón de mi impedimento para besar a Ryan. Demonios, no había pensado en él. Hice una mueca y me moví con más intensidad. Sabía que era absurdo, Vincent era mucho más fuerte que yo, sin embargo, tenía que intentarlo. Recorrió lentamente sus manos por mis brazos y me giró violentamente.

Quedé frente a él...

Su mirada lacerante se deslizó a lo largo de todo mi cuerpo, y se mordió el labio cuando llegó a mis senos. ¡Maldita sea! ¡Maldita, maldita sea! Fijó sus ojos en los míos. Nos estuvimos escrutando unos momentos, ¿cómo podía haber cambiado tanto? Todavía me pregunto, ¿qué mierda fue lo que le pasó? Seriamente alcé mi rostro. ¿Por qué mierda se me ocurrió hacer aquello? Vincent tomó mi rostro con su puta mano y apretó mis mejillas.

Sentir el calor de su mano fue insoportable...

—Querida —dijo con mofa. Como odio esa maldita palabra —. ¿No me vas a responder? —lo vi sacar la punta de la lengua. Suspiré.

—¡Suéltame! —quité su mano de mi rostro y sus ojos se entrecerraron —. ¿Cómo mierda me encontraste?

—Sophia —dijo con una jodida risotada —, debo confesarte que fue mera casualidad.

—Ah, estabas con una de tus putas —escupí.

—¿Celosa? —preguntó con su maldita ironía.

—¿Celosa yo? ¡Pff!, ¡por favor!, ¡lo único que quiero es que me dejes en paz de una maldita vez! ¿Qué no entiendes? —desafiarlo, fue un craso error.

—¡Eres mía Sophia! —me aprisionó envolviéndome con sus brazos —. Eres tú la que no entiende nada. No puedes escapar de mí —susurró en mi oído.

—¡Ya lo hice una vez! —grité.

—Y no te duró nada, querida —puso la palma de la mano sobre mi espalda y ese maldito contacto me dolía, me quemaba, lo odiaba y lo aborrecía. Simplemente me daba asco.

—¡Que me dejes maldita sea! —lo empujé. Fue inútil.

—¡Ah!, Sophia... —dijo con deleite y pasó la punta de la nariz por mi cuello aspirando mi aroma. Eso me provocó un intenso y desagradable escalofrío —. Me abandonaste hace tan solo un día y no sabes como he extrañado tu fragancia —sentí su aliento golpear sobre mi clavícula.

—Eres un asqueroso —traté de quitar mi cuerpo de su alcance.

Como si esa palabra lo hubiese hecho reaccionar, me tomó súbitamente del brazo y comenzó a arrastrarme hasta la puerta. Mi pánico creció. Me llevaría de vuelta hasta esa maldita casa. Comencé a resistirme. Tiraba de él, tiraba de su ropa, de su brazo y no servía de nada por Dios. Se detuvo cuando se escuchó un fuerte golpe en la puerta.

En mil pedazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora