Cuento corto: Solo cuando llueve es Buenos Aires

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Me presento, soy una persona que vive en un lugar que los días soleados no tiene nombre. Tiene denominación, pero no resuena. Podemos ubicarlo en un mapa, pero nos parece extraño.

Porque solo cuando llueve es Buenos Aires. El cálido azotar del sol sobre el pavimento es una imagen que deberíamos considerar alienígena.

Porque solo cuando llueve debería ser Buenos Aires. Cuando el agua ataca sin parar el pavimento y los edificios, cuando cae como pequeñas cataras por los vidrios de los autos. Cuando la medio hora de esperar al colectivo se convierte en una desagradable ducha y los pozos de las calles camuflan su profundidad en charcos enlodados.

Solo cuando llueve Buenos Aires es en cuerpo lo que es en alma. Cuando el agua y la niebla no permiten ver más allá de unos pocos metros, y el cielo está tan negro como el porvenir, ahí podemos decir con orgullo el nombre de nuestra ciudad.

En los momentos en que la vía pública se vuelve torrente y lamentamos las obras que no se hicieron, ahí podemos con orgullo clamar que es nuestro querido y odiado Buenos Aires.

En el instante en que el concreto mojado propicia otro accidente en la panamericana, y las lagrimas de tristeza de los familiares se pierden entre las del alegre y risueño cielo, allí es Buenos Aires.

Si el río no se traga tus pertenencias, si el granizo no te rompe el parabrisas y la niebla no te hiela hasta los huesos, ¿de qué hablamos? ¿Qué gracia tiene vivir en un lugar donde el cielo azul es buen augurio?

Y me alegra que llueva. Porque cuando el cerebro quiere olvidar las desgracias del mundo, el cielo está allí con sus gotas de melancolía y ráfagas de realidad.

Hoy fue Buenos Aires, y espero que no vuelva a serlo mañana. 

Una pluma de pato púrpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora