— ¿Cómo que no sabes lo que es el muérdago? —preguntó Raoul espantado.
— Raoul, te lo juro, pensaba que esto —alzó la mano con el pequeño fruto en ella.— era una baya.
— ¡Agoney! Dios mío. ¡No me lo puedo creer! —se llevó las manos a la cabeza.
— No se qué te está sorprendiendo tanto, así que por favor, cuéntamelo. —le invitó a sentarse con él en una roca al lado de la charca. Habían estado paseando por la mañana, buscando algo para desayunar y Agoney había comenzado a coger todo tipo de frutos, haciendo que Raoul, conocedor de todos ellos, riera por sus ocurrencias. Hasta ahora, que le parecía algo tan raro que no supiera lo que era el muérdago que casi se cae para atrás.
— Mira, este fruto —le cogió la planta de las manos.— se llama muérdago, es considerada la planta de la buena suerte, —el hada abrió los ojos, atento a lo que le contaba el del gorro.— en teoría si tienes un ramito vas a tener suerte el próximo año. Es una planta navideña y dicen que traerá felicidad a aquellos enamorados que se besen debajo de ella. —el moreno sintió que, por alguna extraña razón, sus mejillas se estaban tornando a un color rojizo, así que volvió a coger la planta con un intento de disimular. Raoul dejó sonar una pequeña risa.— También tiene propiedades medicinales.
— Claro, el amor. —añadió como si fuera obvio.
— ¿Qué?
— Has dicho que trae buena suerte y encima es la planta de los enamorados. Quizás la medicina que tiene es el amor.
— ¿Por qué le das un sentido tan bonito a todo? —preguntó levantándose de la roca, tendiéndole la mano para volver juntos a la cabaña y comer.
— Me gusta pensar que todo se resume en eso.
— ¿En el amor?
— Y en el cariño.
Raoul se quedó callado pensando en todas las veces que Agoney le había llamado cariño en los pocos días que llevaban juntos. El cariño es un sentimiento muy grande, no a todo el mundo le tienes cariño. Pero él se lo llamaba cada día, por cualquier cosa.
Quizás tenía razón y uno de los mejores remedios era el amor, Raoul estaba seguro que el amor que Agoney era capaz de dar a los suyos podría curar hasta la más fea enfermedad.
Comieron en silencio unas bolas de mora y medio gajo de mandarina entre los dos, disfrutando de la compañía del otro cuando empezaron a escuchar unos gritos.
— ¡Por favor! ¡Decidme que hay alguien cerca! —una aguda voz sonaba desde detrás de unos arbustos y Agoney se levantó asustado.
— ¿Quién está ahí? —preguntó.
Se levantó con él y ambos se miraron dándose la mano. Realmente no había ninguna razón por la que temer, sabían que de alguna manera aquella charca les protegería, pero aún así no sabían quién o qué podía estar rondando por allí.
Y lo vieron.
De repente de entre dos setos apareció un pequeño ser, y a medida que se iba acercando pudieron ver sus medias a rayas, alternando colores blancos y rojos. Un jersey verde con remates en el cuello y en las mangas de color rojo, haciendo juego con el gorro que hacía tintinear un cascabel. Se acercó a ellos con una expresión de alivio, supusieron que por haber encontrado ayuda. Cuando al fin le tuvieron a escasos metros supieron qué era.
Sus zapatos puntiagudos verdes y sus grandes orejas le delataron.
— ¡Un elfo de Navidad! —gritó Raoul emocionado, acercándose a él y enterrándole en sus brazos.— ¿Necesitas ayuda? Podemos hacer lo que sea, tú dinos y lo haremos. —agitaba la cabeza en modo de afirmación y Agoney pensó que se iba a morir de entusiasmo.
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Secretos susurrados entre los árboles
FanfictionA tiempos desesperados, medidas desesperadas. Y es que a Raoul no le hacía ninguna gracia tener que fiarse de una insignificante hada que estaba sonriendo todo el rato, pero tenía que hacerlo si quería salvarse de la recogida de setas. La llegada de...