I

264 7 4
                                    

Ahí estaba. La miraba desde la distancia. Era bonita, no guapa, ni si quiera preciosa. Bonita es la palabra perfecta para describirla. Bonita como lo son las puestas de sol, las tardes de lluvia, o los ojos de un niño pequeño. Bonita como nadie lo ha sido nunca.

Ella se llamaba Natalie Pryce.

Estaba sentada en una mesa al lado de una de las ventanas de aquella atípica cafetería, y yo me encontraba en otra, en una esquina, apartada de las demás, como siempre había estado yo. Todos los domingos por la mañana, desde hacía siete meses, la veía ahí, siempre en la misma mesa, y siempre a la misma hora.

Tenía un libro apoyado en el regazo y una taza que sujetaba con su mano derecha, mientras que con la izquierda sujetaba un bolígrafo que se llevaba a la boca, su mirada estaba concentrada en un punto fijo en la pared de enfrente suya. Comenzó a escribir en unas hojas que tenía encima de su mesa. De un momento a otro dejaba de sonreir para fruncir el ceño, y luego volver a sonreír nuevamente. En esos momentos había deseado con todas mis fuerzas saber qué estaba escribiendo en aquellas páginas sueltas de libretas. Luego, cuando conseguí leerlas, mucho tiempo después, me arrepentí de haberlo hecho.

Un año después, una mañana de domingo como aquella, a la misma hora, en esa misma mesa, no había nadie. Ella no estaba ahí. Y algo me hizo volver a esa mañana en la que escribía esas páginas.

Algo me hizo pensar en lo que escribió en esas páginas.

Y algo me hizo pensar que ella ya no volvería, nunca.

s h e// a.i. [#DreamersAwards]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora