Capítulo 2: Madurez forzada.

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Tsunayoshi, como era su nombre completo, uno muy difícil de pronunciar; agitó el brazo de su hermano para que lo soltase y así pudieran de nuevo empezar a caminar como todos esos largos y eternos días. Esperó a que su hermano dijera algo, pero como eso no pasó, de nuevo intentó despertarlo. Y como eso tampoco funcionó, se liberó de los brazos de su hermano y se sentó frente a él.


—¿Por qué no despiertas, hermano?


Nunca le respondió. Su hermano no se movió ni siquiera cuando él le apretó las frías mejillas. Incluso le separó los parpados, pero su hermano jamás despertó. Tsuna se quedó sentadito junto a él, le cobijó con el enorme saco de su otro hermano para que así no estuviera tan frío, jugó con sus dedos mientras suspiraba, miraba todo lo que había en ese callejón humedecido por agua que olía raro, y abrazó sus piernas. No sabía qué más hacer.

Pero su hermano jamás despertó.

Su pequeña mente sabía que algo estaba mal, su corazón se estrujaba cada que veía a su hermano dormido sin moverse ni un poco, sus ojos chocolates se llenaron de lágrimas mientras seguía esperando a que algo pasara, y su cuerpo temblaba ante cada sollozo quedito.

Era un niño pequeño que no entendía muchas cosas, pero que dedujo una sola.


—Cada vez que pregunto algo... todo se pone peor.


Era el segundo día y su hermano no se movió ni un milímetro, cuando una mujer con la piel llena de leves arrugas se acercó a él y le ofreció algo de pan. Tsuna comió desesperado porque estaba muy hambriento, y aun así guardó un pedazo para su hermano porque tenía esperanzas de que en algún momento despertaría y le diría que también tenía hambre.

Era un pequeño niño que en menos de dos meses vio todo su mundo cambiar para mal.


—¿No me vas a preguntar qué es lo que pasa?

—Si pregunto algo —se limpió las lágrimas y la boquita antes de mirar a la anciana—, después algo malo pasa. Así que no preguntaré.

—Aunque no preguntes —con tristeza y un nudo en la garganta, la mujer acarició esos rebeldes cabellos marrones—, te lo voy a explicar, pequeño.


Fue en ese día donde Tsunayoshi supo qué era la muerte y por qué existía. Supo que su hermano jamás volvería a abrir los ojos. Supo lo que era un entierro. Supo que ya no tenía a nadie más que lo cuidara. Supo que lo único que tendría como recuerdo sería el saco de su hermano mayor y el collar de su segundo hermano. Supo que algunas cosas no tenían solución.

Y lloró.

Lloró todo lo que pudo, gritó todo lo que se aguantó en esos días, llamó a cada miembro de su familia entre sollozos a pesar de que sabía que nadie le iba a responder. Se dejó caer en medio del bosque en donde cavaron un hueco para colocar el cuerpo de su hermano pues no tenían cómo pagar un puesto en el cementerio. Y finalmente se dejó abrazar por aquella mujer de muchos años que lo dejó desahogarse hasta que se quedó dormido.

Ese era el recuerdo que tenía de su infancia, era lo único que en su mente había. No había más. No había nombres, rostros enteros o pistas de su paradero, ni siquiera recordaba su apellido. Sólo tenía ese collar brillante pues con el pasar del tiempo el saco de su hermano mayor se ensució, agujereó y desgastó hasta que tuvo que dejarlo.

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