Capítulo 3: Virtudes.

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—¿Quieres trabajar aquí?

—Aprendo rápido —miró con decisión al hombre con el que hablaba, el dueño de esa fábrica—, hago lo que sea y pido a cambio un salario para poder comer.

—¿Y tus padres?

—Estoy solo en este mundo.

—Sí —la sonrisa del hombre no le dio buena espina, pero no tenía de otra.

—Bien... estás contratado.

Con apenas doce años, con sus zapatos algo ajustados y con la mejor ropa que su abuela le consiguió porque la otra le quedaba chica, empezó su trabajo en esa fábrica de telas. Su pago sería semanal, pocas monedas en comparación a otros de los niños que también trabajaban ahí, pero le bastaba pues era solamente él a quien debía mantener.

Transportaba la tela, ayudaba a teñirla, lo usaban para recadero, aprendió a planchar, doblar, coser, cortar, empacar. Hizo de todo sin quejarse, sin preguntar porqué usaban los colores o porqué el sitio olía sumamente raro y las mujeres parecían desfallecer al terminar su turno. No preguntó por qué algunas niñas se encerraban en el despacho con el jefe y salían llorosas y sudorosas, no preguntó por qué despedían a las mujeres embarazadas, no preguntó porqué su salario era menor a la de los otros trabajadores.

No quiso atraer la mala suerte de nuevo.

No le importó que sus manos siempre estuvieran manchadas de tinta porque los químicos usados eran difíciles de quitar. No le importó que lo obligaran a trabajar dos horas más que a los demás. No le importó saber que con cada año se estaba volviendo más ignorante.

—¿Por qué no te quejas?

—¿Por qué no trabajas en otro lado?

—¿Por qué estás solo?

—No lo sé —y sinceramente no quiso cuestionarse nada.

Comía tres veces al día, podía comprarse algo de ropa de vez en cuando, tenía un hogar y un trabajo. No creía que necesitase más por el momento y por eso no vio más allá de lo que sus ojos apreciaban. No hasta que "eso" pasó.

—¿Puedo preguntarte algo, Tsuna? —su compañero se había estado comportando un poco raro desde hace un tiempo, aunque la verdad nunca le tomó importancia.

—Claro —miró las calles y diferenció el sitio cercano al lugar de su entrega.

—Tú... pues..., si eres un doncel, ¿por qué vistes como un varón?

—¿De qué hablas?

Tsuna recordaba que el día en que la abuela lo encontró, él traía encima un pantalón corto y una camisa larga con una pequeña coleta que se ondeaba cuando caminaba, además de un saco y como extra la prenda de su hermano. No recordaba bien porqué usaba eso o si toda su ropa anterior se parecía a esa, tampoco sabía si eso lo diferenciaba de sus hermanos o si era la ropa que usaba en casa solamente.

Él no tenía idea de su condición.

Bastó con ese comentario por parte de su compañero como para que pensara en sí mismo como algo más que como un chico de quince años que trabajaba para sobrevivir. Se preguntó si de verdad era un doncel, o si simplemente su cuerpo aún no se desarrollaba por completo y por eso su delgada contextura se tornaba algo más delicada que la de sus compañeros en la misma edad.

Su abuela nunca se dio cuenta, él tampoco preguntó y asumió que era un varón..., pero al parecer los demás notaron algo diferente en él.

A partir de ese punto todo pareció cambiar... y no para bien.

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