Izuku camina despacio de vuelta a casa. Se había molestado bastante con Uraraka y Bakugo por pelear de aquella manera. El rubio no había hecho más que provocar y, desgraciadamente, la chica había entrado a la pelea fácilmente.
Suspira cansado y detiene sus pasos al encontrar un banco vacío en una especie de parque que está bastante viejo. Se deja caer en el maltrecho banco de madera, que cruje con su peso y a causa del frío. Mete ambas manos en los bolsillos de su chaqueta y esconde la barbilla en el cuello de su jersey. Comienza a sentirse culpable por su forma de encarar la situación. Está seguro de que Uraraka no quería hacerlo sentir mal, Katsuki por otro lado...
Saca su móvil del bolsillo de su chaqueta, dispuesto a disculparse con sus amigos y de paso debería avisar de que no va a volver. Pasa varios minutos sin saber exactamente qué escribir. Solo mira las teclas. No sabe que decir. Disculparse no te tiene sentido. No ha hecho nada, pero tal vez se siente mal porque no ha sabido tratar de buena manera la situación entre esos dos. Uraraka ha sido su mejor amiga desde que le alcanza la memoria. La chica fue una de las pocas personas que se molestó en conocerlo de verdad, y es que en aquella época, apenas se atrevía a mirar a nadie a la cara.
La castaña se había mostrado comprensiva y paciente. Se preocupó por su situación y la verdad es que ayudó bastante a cambiar su forma de pensar. Poco a poco fue ganando confianza y con ello, ganó seguridad en sus ideas y su forma de pensar. Sabe que tiene que hablar con ella, pero las veces en las que discutían eran mínimas, así que no está seguro de cómo arreglarlo.
Marca su número, dispuesto a llamarla, pero cierto rubio parece no querer darle un respiro. Baja el teléfono, reconociendo esa forma tan brusca de andar. Pisoteando el suelo como si aplastara hormigas por el camino. Suspira con cierto cansancio cuando el rubio se planta frente a él, pero prefiere ignorarlo. Gesto que no pasa desapercibido para el otro.
-¿Ahora estás de morros? ¿Vas a hacer pucheritos?- se burla, mostrando su falta de sensibilidad natural.
-No quiero hablar contigo.- dice, aún con los ojos clavados en el móvil.
-No he dicho ninguna mentira.- lanza antes de dejarse caer en el banco a su lado. Como si nada hubiera pasado.
Izuku lo mira de mala manera, pero lejos de molestarse, el rubio sonríe al ver esa expresión tan atípica en el menor. Katsuki está más que acostumbrado a las peleas y los gritos, pero el pecoso no. Y no le gustan.
-No entiendes nada Kacchan. Son mis amigos.- menciona de nuevo. La frase hace al mayor rodar los ojos con aburrimiento.
-Repites eso mucho, pero no veo que sea cierto.
-Son personas que quiero. Ellos también harían por mí cosas que no les gustan.- explica y el mayor se ríe como si acabara de decir una soberana estupidez.
-¿En serio?- Izuku frunce el ceño antes de que él continúe.- Y dime ¿Qué gran sacrificio han hecho tus amigos por ti últimamente?- pregunta con malicia.- ¿Te ayudaron ellos con Shigaraki? ¿Cuándo estabas enfermo? ¿Con la niña? ¿Eh?
-...
-¡Responde!
-¡No! No lo hicieron, pero yo no se lo pedí. Ellos no sabían nada. Yo no...no quería preocuparlos.
-O tal vez no dijiste nada porque sabías que no te ayudarían.- los ojos verdes se clavan en él al instante, y Katsuki sabe que está golpeando en un punto débil.- es más fácil mentirte a ti mismo si lo haces así.
La respiración del menor delata sus nervios ante esas palabras. Su boca se abre, pero es incapaz de articular palabra. Todas esas inseguridades que tenía cuando eran más pequeño parecen querer entrar de nuevo a borbotones. El miedo, la soledad, la desconfianza y ese horrible malestar en el estómago. Recuerda el nudo en su garganta o la presión en su pecho. No quiere volver a eso. No quiere sentirse así otra vez. Es normal que sus amigos cometan errores, es normal que él mismo cometa errores, pero no puede dejarse llevar por las palabras de Bakugo. Quién no entiende en absoluto como funciona la relación entre ellos.
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Diferente. (Katsudeku)
Historical Fictionizuku va de camino a casa desde la escuela, llueve a cantaros y no tiene nada con que cubrirse, así que corre con la mochila en la cabeza, las calles vacías. Solo se oye el chapotear de sus pies en los charcos, y un quejido. Clava los pies en el res...