Izuku vuelve a levantarse temprano como cada mañana. Hoy un poco antes. Le apetece salir a correr, hace mucho que no lo hace y lo echa en falta. Se viste y se echa algo de pan a los bolsillos de su chaqueta deportiva antes de salir por la puerta. Corre hasta su parque habitual y, tras un par de vueltas, decide acercarse a la charca donde están sus adorados patos.
Son tan bonitos.
Pero poco silenciosos. Los animales vuelven a montar escándalo cuando lo ven y él, muy sonriente les echa el pan de manera descuidada. Muy descuidada.
Las aves se dispersan de repente bajo la confusa mirada del pecoso y una mano se posa en su hombro.
Cachis.
-Chico, alimentar a los animales está prohibido.- le riñe el guardia del parque.
Se disculpa con ahínco y algo avergonzado mientras el otro le regaña. Sabía que estaba prohibido, pero no puede resistirse. Se ponen tan contentos por una migas de pan.
El guardia le reprende y deja que se vaya con un aviso.
No muy lejos de allí, Katsuki sonríe con algo de gracia al haber visto la situación desde su escondite. Izuku era muy torpe, eso siempre le había gustado. Hacía días que no hablaba con el chico, y es que las cosas se había vuelto muy raras. Izuku no le miraba cuando se encontraban, de hecho, lo estaba ignorando con descaro, y él no sabe que hacer.
La sensación era amarga. Si bien se repetía una y mil veces lo poco que valía el pecoso y lo poco que le importaba, la realidad estaba empezando a pesarle.
Izuku no era necesario en su vida. Había vivido sin él desde que tenía memoria y podía hacerlo ahora. Y aún así no podía dejar de pensar en su pecosa cara de estúpido. Pasó de estar furioso con él, a resignarse ante la decisión que había tomado el chico, pero aquello le hizo pensar que estaba perdiendo una guerra. Y todo su enfado se volvió rápidamente frustración.
Izuku se había mantenido firme en su decisión y actuaba como si el rubio no existiera, mientras que Katsuki había sopesado la idea de disculparse más veces de las que quería admitir. Si fuera otra persona, si no fuera el pecoso, Katsuki no dudaría tanto. Nunca había dudado tanto. Sin embargo, su forma de solucionar sus problemas o salirse con la suya, era usar la violencia. Y la idea de hacer daño Izuku se ha vuelto totalmente imposible.
Aunque se dijera que tenía que hacerlo para mantener su orgullo intacto, su cuerpo no le obedecía. No podría ponerle una mano encima y eso solo lo hacía todo más complicado. Siempre había usado la violencia y la fuerza para salirse con la suya, no sabía lidiar con los conflictos de otra manera.
Kirishima había tratado de aconsejarle en múltiples ocasiones, pero siempre acababa diciéndole lo mismo. Sinceramente, Katsuki duda que en este punto disculparse sirva de algo. Izuku seguramente ya ni sé acordaba de su existencia y él aún lo persigue patéticamente, pero es que no puede pensar en otra cosa.
Se había acostumbrado demasiado al peliverde. Se había acostumbrado a su estúpido optimismo, a su vicio por sonreír y a su ridícula paciencia. Porque Izuku había sido muy paciente con él, gesto del que Katsuki no se había percatado hasta hace poco.
Estaba muy mal acostumbrado a que Izuku le tolerara todos sus caprichos, y pensó que aquel beso sería uno más.
Fue un error.
-Bro.- escucha, pero apenas se inmuta, sabe perfectamente quien es.- ¿Qué haces?- pregunta el pelirrojo, sin recibir respuesta.
Kirishima suspira. Katsuki había estado más tranquilo de lo normal. Está empezando a ser preocupante. Sin embargo, el pelirrojo está seguro de que si esos dos volvieran a hablar, serían capaces de solucionar el problema. Está seguro de que ambos cederían un poco hasta llegar a un punto intermedio, pero ninguno de los dos parece dispuesto a dar el primer paso, no ahora al menos. Aunque, sorprendentemente, es su explosivo amigo el que más está dudando.
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Diferente. (Katsudeku)
Historical Fictionizuku va de camino a casa desde la escuela, llueve a cantaros y no tiene nada con que cubrirse, así que corre con la mochila en la cabeza, las calles vacías. Solo se oye el chapotear de sus pies en los charcos, y un quejido. Clava los pies en el res...