Cap I
Me llamo Alba Reche 29 años. Peluquera, soltera, morena, más o menos católica. Si me preguntarán porque me gusta luchar contra una mujer, contestaría que lo que más me gusta de eso es el "despojamiento". Cuando se lucha sexualmente, una no lo hace contra fulana de tal, de tal edad, trabajo, etc. Ahí somos dos hembras jóvenes y desnudas que pelean para ver quien es la mejor. Absoluta igualdad. No hay privilegios ni diferencias sociales. Nada más que dos mujeres solas, frente a frente, cuerpo a cuerpo, piel a piel. No se pelea por dinero, por prestigio o por un hombre. Sólo por el dominio femenino y el goce. Yo llevo varios combates en mi haber. He perdido y he ganado, por ello sé que es difícil conseguir una buena contrincante.
Cuando vi a Natalia me di cuenta que era justa para mí. La conocí en una fiesta organizada por un amigo común. Natalia es alta, 1,75 más o menos, de piel blanca y suave, rasgos delicados pero firmes. Su edad y la mía similares. Lucía hermosos ojos, culo y piernas. Su pelo es castaño y largo . Tiene ojos marrones y su mirada puede ser muy dura. Llevaba un vestido azul semi transparente y accesorios del mismo color. Mi pelo es rubio, un poco más corto que el de ella. Mi piel es más blanca y tengo tan buen físico como el de ella. Mis ojos son claros que los de ella.
Yo llevaba un muy ajustado vestido amarillo brillante con franjas negras a los costados. Nuestras piernas lucían maravillosamente desnudas, bien visibles debido a nuestros cortos vestidos. Nos odiamos y excitamos instantáneamente. Tal vez no entiendan que significa esto. Es simple. Una odia a la otra porque es hermosa y la desea por eso. La odia, porque siente que su belleza la convierte en una competidora, en una rival.
La desea porque la ve tan exquisita, tan femenina, que dan ganas de besarla, chuparla y abrazarla. Es una sensación extraña que sentimos las mujeres y que recorre todo el cuerpo. Te excita la idea de pelear por ver quien es la mejor y después humillarla toda. Es un fenómeno que suele ocurrir con demasiada frecuencia aunque algunos hombres lo ignoran.
Estuvimos provocándonos, primero con miradas y luego con disimulados gestos obscenos por más de dos horas. Sin cruzar una palabra, por supuesto. Todo con la máxima discreción. Yo estaba hirviendo y la transpiración me bajaba por las piernas. Ni prestaba atención a lo que me decía el idiota que tenía al lado. Finalmente, me acerqué al grupo en el que estaba Natalia. Mientras iba caminando la desafié con la mirada, como diciéndole "a ver si te animas a quedarte". Y se quedó. Mientras hacíamos como que escuchábamos a los demás, nos mirábamos de reojo con desprecio.
Finalmente, le hice un gesto para que me siguiera y me encaminé al baño, rogando por que lo hiciera. El baño de damas es el lugar ideal para una pelea porque ahí nadie interviene para separarte. Segundos después ella entró.
A solas, me miró fijamente y me dijo:
N- ¿Qué te pasa a conmigo?
A- ¿Y a ti que te pasa?- Le contesté, haciendo esfuerzos por no gritar.
Se puso colorada como un tomate de la furia. Creí que se me tiraba encima. Hubiera sido un papelón con tanta gente cerca. A mí se me había erizado la piel.
A- ¿Quieres pelear, no..? Yo también tengo ganas de pegarte. -Le susurré rápidamente.
N- ¿Por qué..?
Su replica fue pura formula y no parecía sorprendida.
A- ¡Porque sí...! Para ver quien es la mejor.
Por instinto nos empujamos con los pechos y faltó poco para que nos agarráramos de los cabellos.
N- ¿Cuándo y donde..?