POV'S NATALIA
Miré desde el balcón hacia la vacía calle. No había ni una sola alma. Ni coches pasando por la carretera ni gente paseando por las aceras. El único atisbo de vida fue una patrulla de la policía llevando a cabo su ronda. De eso, hacía ya un cuarto de hora. La ciudad en la que vivía era ahora un lugar fantasma. Terminé de apurar el cigarro, lo apagué y decidí meterme de nuevo en el piso. No había mucho más que hacer por allí.
Salí de mi dormitorio y fui por el pasillo hasta el baño. Una vez allí, levanté la tapa del váter y tiré la colilla dentro. Eché la cisterna y luego, puse rumbo al salón. Una vez llegué, encontré a Alba, mi compañera de piso, tirada sobre el sofá mientras veía la tele.
N—¿Qué tal, Alba? ¿Has visto a algo interesante desde el balcón? —me preguntó.
Negué con la cabeza, lo cual hizo reír a Alba. Llevábamos encerradas en el piso desde hacía una semana por la cuarentena establecida por el gobierno para evitar la propagación del coronavirus. El tedio empezaba a hacer mella en las dos, aunque yo estaba consiguiendo sobrellevarlo un poco mejor que mi amiga. Sin embargo, no podía negar que la situación empezaba a ser ya un poco insoportable. En fin, por lo menos, ¡podía llevar el pijama puesto todo el día!
N—¿Hay algo interesante en la tele? —pregunté mientras me sentaba a su lado.
Ella también negó con la cabeza.
A—Solo reposiciones e informes especiales sobre la propagación de la pandemia. —La última parte la dijo con voz aterradora, como si quisiera asustarme.
Me revolví un poco al sentarme. Apenas tenía sitio. Alba se había recostado a todo lo largo del sofá. Como odiaba que hiciera eso.
N—Oye, ¿te importaría dejarme un poco más de sitio? —le pedí con toda la paciencia que me quedaba.
A—¿Por qué no te vas mejor a uno de los sillones? —me propuso con toda su cara dura— Allí estarás más cómoda.
N—¡Me sentaré donde me dé la gana! —le dejé bien claro— Ahora, échate a un lado.
La empujé y, al final, no tuvo más remedio que ponerse sentada. Me miró enfadada y emitió un bufido a disgusto.
A—¡Que coñazo, en serio! —se quejó.
No pude evitar reírme. Alba y yo éramos compañeras de piso desde hacía dos años. Al empezar la universidad, me agencié este pequeño apartamento gracias a un conocido de mis padres. Decidí buscar a alguien con quien compartirlo, no solo por los gastos, sino porque no me gustaba vivir sola. Ella fue la escogida, no solo por ser discreta y buena compañía, sino porque, además, no le importó que fuera lesbiana. Nuestra relación siempre fue buena, e incluso, nos considerábamos buenas amigas, pero, a veces, había que reconocer que la chica era un tanto peculiar.
Seguimos mirando la tele sin demasiado ánimo. El aburrimiento comenzaba a matarnos, aunque la que más lo acusaba era Alba.
A—Joder, ¡qué asco! —Parecía una niña pequeña— Yo no aguanto más aquí encerrada.
N—Pues vete preparando, el gobierno ha dicho que van a ampliar la cuarentena por otras dos semanas.
Al oírme, se volvió totalmente horrorizada. Sus ojos marrones claros se abrieron de par en par.
A—¿Debes estar de broma? —dijo perpleja.
De nuevo, negué con la cabeza.
N—Lo anunciaron ayer.