Pablo y Marianela salieron al campo, precedidos de Choto, que iba y volvía gozoso y
saltón, moviendo la cola y repartiendo por igual sus caricias entre su amo y el lazarillo de
su amo.
-Nela -dijo Pablo-, hoy está el día muy hermoso. El aire que corre es suave y fresco, y el
sol calienta sin quemar. ¿A dónde vamos?
-Echaremos por estos prados adelante -replicó la Nela, metiendo su mano en una de las
faltriqueras de la americana del mancebo-. ¿A ver qué me has traído hoy?
-Busca bien y encontrarás algo -dijo Pablo riendo.
-¡Ah, Madre de Dios! Chocolate crudo... ¡y poco que me gusta el chocolate crudo!...
nueces... una cosa envuelta en un papel... ¿qué es? ¡Ah! ¡Madre de Dios!, un dulce... ¡Dios
Divino!, ¡pues a fe que me gusta poco el dulce! ¡Qué rico está! En mi casa no se ven
nunca estas comidas ricas, Pablo. Nosotros no gastamos lujo en el comer. Verdad que no lo
gastamos tampoco en el vestir. Total, no lo gastamos en nada.
-¿A dónde vamos hoy? -repitió el ciego.
-A donde quieras, niño de mi corazón -repuso la Nela, comiéndose el dulce y arrojando
el papel que lo envolvía-. Pide por esa boca, rey del mundo.
Los negros ojuelos de la Nela brillaban de contento, y su cara de avecilla graciosa y
vivaracha multiplicaba sus medios de expresión, moviéndose sin cesar. Mirándola se creía
ver un relampagueo de reflejos temblorosos, como los que produce la luz sobre la
superficie del agua agitada. Aquella débil criatura, en la cual parecía que el alma estaba
como prensada y constreñida dentro de un cuerpo miserable, se ensanchaba y crecía
maravillosamente al hallarse sola con su amo y amigo. Junto a él tenía espontaneidad,
agudeza, sensibilidad, gracia, donosura, fantasía. Al separarse, parece que se cerraban sobre
ella las negras puertas de una prisión.
-Pues yo digo que iremos a donde tú quieras -observó el ciego-. Me gusta obedecerte.
Si te parece bien, iremos al bosque que está más allá de Saldeoro. Esto, si te parece
bien.
-Bueno, bueno, iremos al bosque -exclamó la Nela, batiendo palmas-. Pero como no hay
prisa, nos sentaremos cuando estemos cansados.
-Y que no es poco agradable aquel sitio donde está la fuente ¿sabes, Nela?, y donde hay
unos troncos muy grandes, que parecen puestos allí para que nos sentemos nosotros, y
donde se oyen cantar tantos, tantísimos pájaros, que es aquello la gloria.
Pasaremos por donde está el molino de quien tú dices que habla, mascullando las
palabras como un borracho. ¡Ay, qué hermoso día y qué contenta estoy!
-¿Brilla mucho el sol, Nela? Aunque me digas que sí, no lo entenderé, porque no sé lo
que es brillar.
-Brilla mucho, sí, señorito mío. Y a ti ¿qué te importa eso? El sol es muy feo. No se le
puede mirar a la cara.
-¿Por qué?
-Por que duele.
-¿Qué duele?
-La vista. ¿Qué sientes tú cuando estás alegre?
-¿Cuándo estoy libre, contigo, solos los dos en el campo?
-Sí.
-Pues siento que me nace dentro del pecho una frescura, una suavidad dulce...
-¡Ahí te quiero ver! ¡Madre de Dios! Pues ya sabes cómo brilla el sol.
-Con frescura.
-No, tonto.
-¿Pues con qué?
-Con eso.
-Con eso; ¿y qué es eso?
-Eso -afirmó nuevamente la Nela, con acento de la más firme convicción.
-Ya veo que esas cosas no se pueden explicar. Antes me formaba yo idea del día y de la
noche. ¿Cómo? Verás: era de día, cuando hablaba la gente; era de noche, cuando la gente
callaba y cantaban los gallos. Ahora no hago las mismas comparaciones. Es de día, cuando
estamos juntos tú y yo; es de noche, cuando nos separamos.
-¡Ay, divina Madre de Dios! -exclamó la Nela, echándose atrás las guedejas que le caían
sobre la frente-. A mí, que tengo ojos, me parece lo mismo.
-Voy a pedirle a mi padre que te deje vivir en mi casa, para que no te separes de mí.
Bien, bien -dijo María batiendo palmas otra vez.
Y diciéndolo, se adelantó saltando algunos pasos y recogiendo con extrema gracia sus
faldas, empezó a bailar.
-¿Qué haces, Nela?
-¡Ah!, niño mío, estoy bailando. Mi contento es tan grande, que me han entrado ganas de
bailar.
Pero fue preciso saltar una pequeña cerca, y la Nela ofreció su mano al ciego.
Después de pasar aquel obstáculo, siguieron por una calleja tapizada en sus dos rústicas
paredes de lozanas hiedras y espinos. La Nela apartaba las ramas para que no picaran el
rostro de su amigo, y al fin, después de bajar gran trecho, subieron una cuesta por entre
frondosos castaños y nogales. Al llegar arriba, Pablo dijo a su compañera:
-Si no te parece mal, sentémonos aquí. Siento pasos de gente.
-Son los aldeanos que vuelven del mercado de Homedes. Hoy es miércoles. El camino
real está delante de nosotros. Sentémonos aquí antes de entrar en el camino real.
-Es lo mejor que podemos hacer. Choto, ven aquí.
Los tres se sentaron.
-Si está esto lleno de flores... -dijo la Nela-. ¡Madre!, ¡qué guapas!
-Cógeme un ramo. Aunque no las veo, me gusta tenerlas en mi mano. Se me figura que
las oigo.
-Eso sí que es gracioso.
-Paréceme que teniéndolas en mi mano me dan a entender... no puedo decirte cómo...
que son bonitas. Dentro de mí hay una cosa, no puedo decirte qué, una cosa que responde a
ellas. ¡Ay! Nela, se me figura que por dentro yo veo algo.
-¡Oh!, sí, lo entiendo... como que todo los tenemos dentro. El sol, las yerbas, la luna y el
cielo grande y azul, lleno siempre de estrellas; todo, todo lo tenemos dentro; quiero decir
que además de las cosas divinas que hay fuera, nosotros llevamos otras dentro. Y nada
más... Aquí tienes una flor, otra, otra, seis: todas son distintas. ¿A que no sabes tú lo que
son las flores?
-Pues las flores -dijo el ciego, algo confuso, acercándolas a su rostro- son... unas como
sonrisillas que echa la tierra... La verdad, no sé mucho del reino vegetal.Madre Divinísima, ¡qué poca ciencia! -exclamó María, acariciando las manos de su
amigo-. Las flores son las estrellas de la tierra.
-Vaya un disparate. ¿Y las estrellas, qué son?
-Las estrellas son las miradas de los que se han ido al cielo.
-Entonces las flores...
-Son las miradas de los que se han muerto y no han ido todavía al cielo -afirmó la Nela,
con la convicción y el aplomo de un doctor-. Los muertos son enterrados en la tierra. Como
allá abajo no pueden estar sin echar una miradilla a la tierra, echan de sí una cosa que sube
en forma y manera de flor. Cuando en un prado hay muchas flores es porque allá... en
tiempos de atrás, enterraron en él muchos difuntos.
-No, no -replicó Pablo con seriedad-. No creas desatinos. Nuestra religión nos enseña
que el espíritu se separa de la carne y que la vida mortal se acaba. Lo que se entierra, Nela,
no es más que un despojo, un barro inservible que no puede pensar, ni sentir, ni tampoco
ver.
-Eso lo dirán los libros, que según dice la Señana, están llenos de mentiras.
-Eso lo dicen la fe y la razón, querida Nela. Tu imaginación te hace creer mil errores.
Poco a poco yo los iré destruyendo, y tendrás ideas buenas sobre todas las cosas de este
mundo y del otro.
-¡Ay, ay, con el doctorcillo de tres por un cuarto!... Ya... cuando has querido hacerme
[78] creer que el sol está quieto y que la tierra da vueltas a la redonda!... ¡Cómo se conoce
que no lo ves! ¡Madre del Señor! Que me muera en este momento, si la tierra no se está
más quieta que un peñón, y el sol va corre que corre. Señorito mío, no se la eche de tan
sabio, que yo he pasado muchas horas de noche y de día mirando al cielo, y sé cómo está
gobernada toda esa máquina... La tierra está abajo, toda llena de islitas grandes y chicas. El
sol sale por allá y se esconde por allí. Es el palacio de Dios.
-¡Qué tonta!
-¿Y por qué no ha de ser así? ¡Ay! Tú no has visto el cielo en un día claro: hijito, parece
que llueven bendiciones... Yo no creo que pueda haber malos, no, no los puede haber, si
vuelven la cara hacia arriba y ven aquel ojazo que nos está mirando.
-Tu religiosidad, querida Nelilla, está llena de supersticiones. Yo te enseñaré ideas
mejores.
-No me han enseñado nada -dijo María con inocencia- pero yo, cavila que cavilarás, he
ido sacando de mi cabeza muchas cosas que me consuelan, y así cuando me ocurre una
buena idea, digo: «esto debe de ser así, y no de otra manera». Por las noches, cuando mevoy sola a mi casa, voy pensando en lo que será de nosotros cuando nos muramos, y en
lo mucho que nos quiere a todos la Virgen Santísima.
-Nuestra madre amorosa.
-¡Nuestra madre querida! Yo miro al cielo y la siento encima de mí como cuando nos
acercamos a una persona y sentimos el calorcillo de su respiración. Ella nos mira de noche
y de día por medio de... no te rías... por medio de todas las cosas hermosas que hay en el
mundo.
-¿Y esas cosas hermosas...?
-Son sus ojos, tonto. Bien lo comprenderías si tuvieras los tuyos. Quien no ha visto una
nube blanca, un árbol, una flor, el agua corriendo, un niño, el rocío, un corderito, la luna
paseándose tan maja por los cielos, y las estrellas, que son las miradas de los buenos que se
han muerto...
-Mal podrán ir allá arriba si se quedan debajo de tierra echando flores.
-¡Miren el sabihondo! Abajo se están mientras se van limpiando de pecados; que
después suben volando arriba. La Virgen les espera. Sí, créelo, tonto. Las estrellas, ¿qué
pueden ser sino las almas de los que ya están salvos? ¿Y no sabes tú que las estrellas bajan?
Pues yo, yo misma las he visto caer así, así, haciendo una raya. Sí, señor, las estrellas bajan
cuando tienen que decirnos alguna cosa.
-¡Ay, Nela! -exclamó Pablo vivamente-. Tus disparates, con serlo tan grandes, me
cautivan y embelesan, porque revelan el candor de tu alma y la fuerza de tu fantasía. Todos
esos errores responden a una disposición muy grande para conocer la verdad, a una
poderosa facultad tuya, que sería primorosa si estuvieras auxiliada por la razón y la
educación... Es preciso que tú adquieras un don precioso de que yo estoy privado; es
preciso que aprendas a leer.
-¡A leer!... ¿Y quién me ha de enseñar?
-Mi padre. Yo le rogaré a mi padre que te enseñe. Ya sabes que él no me niega nada.
¡Qué lástima tan grande que vivas así! Tu alma está llena de preciosos tesoros. Tienes
bondad sin igual y fantasía seductora. De todo lo que Dios tiene en su esencia absoluta te
dio a ti parte muy grande. Bien lo conozco; no veo lo de fuera, pero veo lo de dentro, y
todas las maravillas de tu alma se me han revelado desde que eres mi lazarillo... ¡Hace año
y medio! Parece que fue ayer cuando empezaron nuestros paseos... No, hace miles de años
que te conozco. ¡Porque hay una relación tan grande entre lo que tú sientes y lo que yo
siento!... Has dicho ahora mil disparates, y yo, que conozco algo de la verdad acerca del
mundo y de la religión, me he sentido conmovido y entusiasmado al oírte. Se me
antoja que hablas dentro de mí.
-¡Madre de Dios! -exclamó la Nela, cruzando las manos-. ¿Tendrá eso algo que ver con
lo que yo siento?¿Qué?
-Que estoy en el mundo para ser tu lazarillo, y que mis ojos no servirían para nada si no
sirvieran para guiarte y decirte cómo son todas las hermosuras de la tierra.
El ciego irguió su cuello repentina y vivísimamente, y extendiendo sus manos hasta
tocar el cuerpecillo de su amiga, exclamó con afán:
-Dime, Nela, ¿y cómo eres tú?
La Nela no dijo nada. Había recibido una puñalada.
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Marianela
Romance"Marianela" Benito Pérez Galdós. Los hechos que en esta obra se narran tienen lugar durante la Revolución Industrial en España en un pueblo minero situado al norte de la península llamado Aldeacorba.