Capítulo II

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El sol se puso sobre las calles vacías de un sábado más.

Su sueño parecía haber sido fugaz, aún se le cerraban los ojos y cuando quiso darse cuenta ya había desayunado sin apenas recordar el qué. Con la cabeza apoyada entre sus manos, Pablo empezó a adormecerse, hasta caer inevitablemente contra la mesa despertando de golpe.

—Pablo, ¿estás bien?— se apresuró su madre, acariciando con suavidad su barbilla enrojecida—. Te veo... ido, quizás deberías ir a tomar un poco el aire.

—¿Tomar... el ... aire?

—Sí, puedes salir un rato al jardín y si quieres llamar a Natalie.

—Natalie...— siguió pensando en voz alta—. Natalie no puede salir hoy, ella iba a estar con...

De repente todo lo ocurrido el pasado día, volvió a repetirse bajo un recuerdo muy lúcido.

—Sabía yo que no era un sueño...—sonrió desalentado.

—¿Qué?

Este se levantó brusco de su asiento, lanzó los platos del desayuno al fregadero y corriendo se dirigió a la puerta.

—¡Tengo que salir, Mamá!— apunto de cerrar la puerta, recordó llevar su mochila, que medio abierta, iba esparciendo cosas por la casa.

—¡Espera, Pablo! ¿Adónde...?

El portazo la interrumpió, haciéndole caer al suelo y volviendo el silencio a la casa.

Pablo atravesó todo su distrito hasta pasar por la frontera y la estación hasta el Distrito 0, intentando esquivar cuantos más policías era posible, pero sin poder evitar caer en ciertas miradas indiscretas y escuchando como una y otra vez informaban de su presencia.

Cuando llegó a la calle principal, reparó por primera vez en el exhaustivo número de cámaras que vigilaban cada centímetro del acerado. Paró su paso al instante y sin perder de vista ninguna de ellas, se guardó la mochila dentro de la chaqueta, siguiendo su camino despacio, hasta asomarse de nuevo por el callejón oscuro. No podía ver nada, apenas podía percibir su profundidad. El sudor volvió a recorrer su cuerpo, no acostumbrado a seguir su instinto por encima de la razón. Tembloroso, sacó un lápiz de su mochila y lo lanzó haciéndolo rodar hasta lo más profundo del callejón. El lápiz rodó lentamente por el asfalto, generando un incómodo ruido que tensó más la espera. el sonido desapareció, parecía que todo ruido era finalmente engullido por aquel callejón. A Pablo se le aceleró el corazón, unos pasos se acercaban hacia él y un destello metálico cegó su visión.

—Creo que se te a caído esto— sonrió Tyler, descubriendo sus enormes ojos grises y abriendo delicadamente su mano hasta ofrecerle el lápiz.

Este lo recogió sin siquiera pestañear y lo guardó en su bolsillo con la mirada puesta en su otro brazo, con vendas limpias y gasa nueva.

—¿Eres zurdo? Está mal visto serlo, es una ley no escrita, por eso no se ven muchos como tú.

—Era diestro, pero me volví zurdo cuando acepté mi destino— respondió levantando su prótesis— aunque podría decir que ahora soy ambidiestro.

Pablo se quedó en silencio observando a ese singular chico.

—¿Qué querías ayer?

—¿Yo? Pensé que él que quería decirme algo eras tú— rió con sorna.

—¿Eres del S.V.D?

Tyler cesó su risa de golpe, adquiriendo un semblante casi inexpresivo. Apretó los dientes y se abalanzó hacia Pablo, agarrándolo por el cuello hasta acorralarlo contra la pared. Indefenso hizo amago de no poder respirar.

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