Capítulo 1: La oficina de reclamaciones.

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Por vez primera en veintidós años, no me gusta la Navidad. Me siento fuera de lugar. Y, sin embargo, conozco perfectamente estos muros y a estas personas. Pero me ahogo. Estoy en la casa de mi infancia, como todos los años, rodeada de la gente que me quiere... y de los que me siento tan diferente. Mis adorados padres, que llevan casados más de treinta años. Ese amortranquilo y patente, que siempre he querido, esperado y que ahora me parece de un aburrido mortal. Mi hermana mayor, Camille, su marido y su bebé, esa pequeña familia perfecta, pero no escogida, que se formó demasiado rápido. Mi hermano Simon, un pequeño arrogante que acaba de cumplir los 18 y que cree saber todo de la vida porque va encadenando conquistas efímeras. Y mi abuela, viuda y triste, que no hace sino mirar al pasado. Por primera vez en mi corta vida, me pregunto qué pinto yo aquí.

Físicamente, me encuentro en este lugar pero mi mente sólo piensa en él. 

Justin. No estoy en esa celebración, me he quedado en la Toscana. Me basta con cerrar los ojos para revivir esos momentos mágicos, ese fin de semana intenso y romántico, su piel contra la mía, sus músculos tensos bajo mis manos, su cuerpo enterrado en lo más profundo del mío. Tan presente y tan lejano al mismo tiempo.

– Vamos a la mesa, __________. Mi madre me saca brutalmente de mi ensueño y, al verme con ese aire ausente, me lanza una mirada tan divertida como compasiva.

– Hija mía, me ocultas algo. Ven con nosotros y deja en paz el teléfono, ¡es Navidad! Para una vez que estamos todos juntos...

Me guardo el móvil en el bolsillo de los vaqueros y, con un suspiro, me uno a mi familia arrastrando los pies. Me da la impresión de que esta cena dura una eternidad. Intento poner buena cara y palpo cien veces el teléfono a través de la tela porque me ha parecido sentirlo vibrar. Vibrar, sólo pido eso. Justin tiene mi número. ¿Por qué no me llama mi apuesto amante?

Hasta ahora, no lo ha hecho nunca. Me siento estúpida esperando que dé señales de vida… y me contengo para no hacerlo yo. Después de abrir los regalos, que son prácticamente los mismos que los del año pasado, vuelvo a mirar a mi familia y esta escena tan cliché, vivida y revivida año tras año. Corro para encerrarme en el baño, saco el móvil y escribo sin pararme a recapacitar: « ¿Cuándo voy a volver a verte?». Ya está, enviado. Empiezo a lamentar haberlo mandado cuando aparece en la pantalla su respuesta.

«Antes de lo que crees, tengo una sorpresa para ti. Feliz Navidad,

__________». Han transcurrido ya dos días desde que recibí ese mensaje enigmático. He vuelto al trabajo y he intentado ocultar mi impaciencia lo mejor posible, tanto a mí misma como al resto. Hoy por la mañana Eric está de muy buen humor, no acostumbra a cogerse tres días de vacaciones.

Me escondo tras mi ordenador para intentar concentrarme. Cuando el reloj marca las diez, me tomo mi segundo café del día y estoy a punto de ahogarme. Esa voz. Su voz. Justin está aquí. Todavía no le he visto pero le oigo, lo siento en todo el cuerpo. Sus pasos mezclados a los de Eric se acercan. Inspiro profundamente e intento poner cara de circunstancias.

Sonriente pero tranquila. Justin atraviesa el pasillo. Está sublime con

sutrench azul marino. Se quita poco a poco la larga bufanda beige con finas rayas de color azul claro que iluminan sus ojos, esos ojos tan azules que no me buscan. El hombre que me hacía el amor hace ocho días ni siquiera me ha dirigido una mirada. Al ver alejarse sus anchos hombros, el pelo rubio que tantas veces he despeinado, esa nuca bronceada a la que me he agarrado con fuerza... me dan ganas de gritar. O de llorar. Pero Eric no me da tiempo y me llama para que vaya a su despacho. El señor Bieber querría tomar un café, solo y bien cargado, antes de comenzar la reunión.

Me quedo de piedra, no sólo se ha limitado a ignorarme sino que además me va a tocar jugar a las camareras e ir a verle cara a cara, con la etiqueta de becaria pegada en la frente. Humillación suprema. Preparo un café largo, añado dos azucarillos (sé que no se echa ninguno) y le llevo la taza con todo el profesionalismo e indiferencia de los que consigo hacer acopio en ese momento.

En cuanto llego a su despacho, Eric sale tras de mí diciendo a Justin:

– Voy a buscarle eso, tardaré unos diez minutos como mucho.

__________, te dejo ocuparte de nuestro invitado.

– ¿Le has oído? – me susurra Justin sonriendo. Se acerca para cogerme la taza de las manos. Tengo que contenerme para no echarle el café caliente a la cara. Le suelto:

– ¿Cómo te atreves...?

Cien facetas del Sr.Bieber:[Volumen II] Deslumbrante-TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora