Capítulo 4

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Al llegar a casa lo primero que hago es recostarme en el sofá. Me siento fatigada y adolorida. Había olvidado lo agotador que es tener sexo en el auto. Mis piernas me palpitan del dolor al igual que mi espalda. Es incomodo una vez que terminas. En el momento se te olvida en el lugar en donde estás.

Dejando salir un suspiro tomo el cojín del sofá y me acurruco en él abrazándolo con fuerza en mi pecho. Espero un momento y Mike entra a la casa con ambas mochilas y las deja en el suelo.

Cuando logramos recuperar la compostura, continuó conduciendo. Durante el trayecto nos mantuvimos en silencio. Lo único que quería era llegar a casa y dormir. Tener sexo varias veces seguidas es cansado.

―Voy a darme una ducha. ¿Quieres acompañarme? ―dice Mike mientras se quita la camisa.

La forma tranquila en la que lo dice me sorprende. Rara vez me pregunta si puedo hacer algo. Generalmente me afirma o muchas veces me obliga.

Niego con la cabeza. Si lo acompaño, lo más probable es que termine desmayada en sus brazos. Sus embestidas son tan potentes que en este momento no tengo las fuerzas suficientes para soportarlo. Se me queda viendo por unos segundos. En mi interior ruego que no cambié de humor. No quiero que se enfurezca por no aceptar. No quiero ser llevada a la fuerza.

Se percata de mi rostro preocupado y asiente. Se aleja de la sala y logro escuchar la puerta del baño abrirse y cerrarse. Me muevo en el sofá hasta sentirme cómoda y mientras escucho el agua de la regadera correr, me pongo a llorar hasta quedarme dormida.

Al momento en que abro los ojos y parpadeo para adaptar la vista veo como Mike está al otro lado del sofá, observándome. Me sonríe y se pone de pie.

―Por fin despiertas.

―¿Cuánto llevo dormida? ―pregunto mientras ahogo un bostezo y me siento.

―Casi tres horas ―contesta, mirando el reloj de su muñeca.

Asintiendo me levanto del sofá y me estiro. Mike llega hasta a mí y me sujeta rodeando mi cintura.

―¿Tienes hambre? ―me dice a la vez que va besando mi cuello.

―Si...

―Yo también ―gruñe y muerde el lóbulo de mi oreja.

Sé a lo que se refiere. Pero esta vez tengo hambre de comida, no de otra cosa.

―Iré a bañarme ―digo, mientras coloco mis manos en su pecho para alejarlo.

Coge una de mis manos y la besa con ternura.

―Te compraré un celular nuevo.

Lo miro y en sus ojos veo arrepentimiento por lo que pasó en la mañana. Asiento y le sonrío. Me da un beso rápido en los labios y se aleja.

Cuando salgo de la ducha me dirijo a la cocina. Mike levanta la vista desde su lugar y mientras termina su bebida, me sonríe.

―Te preparé esto ―dice señalando la ensalada de la mesa.

―Gracias ―le sonrío levemente y me siento frente a él.

Este tipo de acciones de su parte me hace recordar el por qué me enamoré de él. 

Desde que empezamos a salir, hace dos años, fue muy atento con respecto a mi bienestar. Cada día me esperaba afuera del salón para tomar el almuerzo juntos. Cada noche me llamaba asegurándose de que estuviera bien. Todo eso no ha cambiado desde el momento en el que decidí vivir con él. Pero su comportamiento fue subiendo de nivel al grado en el que supervisaba mi celular, me llamaba a todas horas, se encargaba de que ningún chico mantuviera una conversación prolongada.

Bipolar ✅ [Disponible en Audiolibro]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora