Penélope

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Tras un pequeño combate contra las fuertes ventiscas de la mañana, logró cerrar la puerta de su amado hogar. Su mirar analizó aquel hermoso cielo azul, con espectaculares nubes idénticas al algodón, y un gran sol resplandeciente.
Tan bello espectáculo dibujó una pura sonrisa en su rostro. Al darse cuenta que el tiempo avanzaba en su pequeño reloj, decidió emprender rumbo a su trabajo.

Caminaba entre las coloridas calles de su adorado pueblo, luciendo uno de sus hermosos vestidos, el cual ondeaba en compañía del viento. Saludaba todos los que veía, eran viejos amigos, y conocidos.

— ¡Hola, Judy! — gritó una alegre madre borrega.

— ¡Hola, Martha! — contestó ella.

— ¡Buenos días, Judy! — alzó el brazo Robert, un amigable señor castor que se dedicaba a la carpintería. — ¡Qué linda te ves hoy!

— ¡Digo exactamente lo mismo! — se apresuró con varios trotes por la calle principal.

El sol le acariciaba con cuidado, no le faltaba mucho recorrido. Para tener un atajo, entró rápido a la estación del tren, el atravesar el andén le resultaba más rápido que pasar por el centro del pueblo. Pasó con velocidad frente a varios animales, quienes con paciencia, esperaban el siguiente tren con sus bolsillos y maletas en mano.

Miró sonriente los vagones que se aproximaban, le gustaban mucho esos radiantes carmesíes, y llamativos dorados, junto al negro noche. En el momento en el que pasó a su lado, pudo distinguir los cómodos asientos que resguardaban a los transportados. Corriendo, observó el rostro de cada uno de los pasajeros, se veían altamente felices, lo cual se le contagió.

En cuanto estaba a punto de apartar la mirada, y acabar su trayecto por el andén; sus ojos se toparon con dos esmeraldas que se encontraban expectantes, el mirar sorprendido de un curioso viajero. Judy sintió como el tiempo le jugó la broma de detenerse, parar por unos segundos mientras esas dos almas se conocían, se conectaban.

Pero sólo fue un leve y fugaz roce; el agua volvió a caer, el reloj continuó sonando sus manecillas, el tren llegó a la estación, la coneja siguió corriendo; junto un corazón desbocado. Había sido una simple casualidad. Una que pasó a segundo plano al recordar su trabajo.

[ • • • ]

— Son tan hermosas, y desprenden un olor exquisito — admiró la Señora Florencia, una amable suricata, dueña del local, y jefa de Judy. — Cuidas muy bien de ellas, querida — delineó el bello pétalo de un lirio.

— Sí, muchas gracias por darme la oportunidad — dijo la empleada a duras penas, se encontraba cargando varias macetas de barro. — Me estoy esforzando mucho, y las flores por fin dan a conocerlo — le miró con una sonrisa al terminar de depositar el cargamento del otro lado del lugar.

— Nunca dudé de ti, después de todo, eres una descendiente de los Hopps — conversó mientras revisaba otras plantas. — Esa familia es bien conocida por ser excelentes agricultores.

La chica sintió hervir sus mejillas, no solía sentirse tan orgullosa de sus trabajos, no hasta ahora.

Y era así, Judy se levantaba temprano para llegar a su trabajo, una floristería, que era un pequeño y decorado huerto; la tienda de flores más requerida en aquel soleado lugar. Los limpios cristales, dejaban que la clientela se diera una idea de la gran diversidad de flora que se conservaba en ese lugar. Mil y un colores, daban vida, y alegría al enorme corazón de la coneja. Se sentía enormemente feliz de haber encontrado tan positivo empleo.

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⏰ Última actualización: Aug 05, 2019 ⏰

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S H I N E [Nicudy's One Shot's]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora