Mathilde

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Acercarse...

Sin duda alguna, ella pretendía acercarse. Hacia sus antiguos colegas, que había abandonado para  unirse a un sueño invisible, disfrazado en realidad de un callejón sin salida. Pero incluso ellos le habían abandonado, además de que carecía del valor suficiente para hacer algo tan sencillo...

Acercarse...

Esa palabra ahora era demasiado destrozadora.

Entre su mente pasaron diversas cosas; entre como sobreviviría al año escolar, o que, al menos, como empezaría desde el principio y se ayudaría a si misma. Así, con la cabeza baja, su chamarra sucia, desgastada, sin nadie que viera su rostro y dijera: "Vale, ahí va, Mathilde, la perra colosal"

Se lo imaginaba en todos los sentidos y eso no podía ayudarle en nada. Estaba perdida. Estaba sola.

Mientras se abrazaba a sus libros tratando de evitar el imponente deseo de llorar, Mathilde pasaba por su calle, lanzando rocas con sus pies y viéndolas rodar hacia la acera. Una de ellas cayó sobre un charco de agua de drenaje que le salpicó los pies. Maldijo para sus adentros, y se quitó uno de sus zapatos.

Al llegar a casa y abrir, como de costumbre,  nadie la recibió. En realidad, escuchó desde arriba el suave sonido de la ducha y de manera obvia concluyó que ella estaba ahí. Mathilde subió a su cuarto, con triste desdén, y cuando se disponía a abrir la puerta, algó tomo poder de sus oídos:

-¿Vienes ya? ¿Sin saludar?

Al voltear, se encontró con Amelia. Estaba con el cabello mojado y tenía una toalla envuelta alrededor de su cuerpo. Estaba tiritando de frío, pero no se retiraría sin una respuesta.

-Pense que eso ya no te importaba.

-No Mathilde, por supuesto que me importa. Me gusta que me saludes.

-Bueno, pensé que te daría asco saludarme, verme, no lo sé...

-Sabes que no es así, Mathilde. Yo te quiero mucho, mi amor es incondicional...

Amelia avanzó hacia ella, pero dio un paso atrás con una expresión de repugnancia

-¿Qué es ese olor?

Mathilde bajó la cabeza y escondió su zapato sucio detrás de ella. Su tutora rodó los ojos y le extendió una mano mientras sostenía la toalla con la otra. 

-¿Que es lo que tienes ahí? Huele que apesta...

Mathilde le dio su zapato, pero Amelia lo rechazó:

-No me refiero a eso.

Palideció. Recordó de inmediato las cartas y las ofensas que habían llegado a ella apenas el primer día. Empezó a tener una sensación de nauséas y un muy perverso vértigo.

-No, Amelia, hoy no ha sucedido nada.

-No sabes mentirme, Mathilde.

-¿No puedo tener un día normal?

Pero Amelia no creía una sola palabra suya. Sin que Mathilde pudiera hacer algo al respecto, Amelia sacó los papeles que tenía en los bosillos de su chamarra. Mathilde empezó a sentir como la sangre subía a su rostro, y unas lágrimas micróscópicas ya encontraban salida a travez de sus ojos.

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⏰ Última actualización: Sep 23, 2014 ⏰

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