James

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En menos de lo que hubiera pensado lo bonita que la rubia era, ya estaba temblando.

Sus manos, llenas de tumores también, se apretaban contra sí y sudaban. Sus pies daban pasos poco coordinados y algo dentro de él estaba a punto de dejar de seguir su rutina y explotar.

James sabía que había visto muchas cosas bellas, pero nada como ella.

Los ojos grises de la rubia miraron por un momento los suyos, pero los apartó. James no se arrepintió de haber visto sus ojos. Tenía unos pómulos altos y brillantes y unas facciones faciales casi tan finas como un dedo pulgar.

James empezó a preguntarse entonces ¿Cómo alguien quien tiene tanta belleza por mostrar se oculta bajo una capucha tan mañosa?

-Oye ¿Me has escuchado?- James despertó rápidamente de sus pensamientos al oír la voz de la rubia. Mintió asintiendo bruscamente con la cabeza.

-Bien.- La rubia empezó a mirar de lado a otro en las mesas. Estaba buscando otro lugar, pero al parecer no había ninguno para ella. James le dijo con suavidad:

-Puedes sentarte aquí, si quieres.

James se arrepintió por un momento. Sabía que ella haría después una cara de asco, pero trataría de responder con amabilidad, y se generaría un ambiente tenso. Eso pasaba con todos, y dudaba que la rubia fuera una excepción.

Sin embargo, la rubia se limitó a asentir y siguió comiendo. James se dio cuenta de la manera en que la miraban todos. Había desprecio en cada una de esas miradas, y algunas eran para él, pero esas eran distintas. La rubia jugaba con su celular y estaba nerviosa.

-¿Cuál es tu nombre?

La rubia se exaltó, y James lo notó. Ella trato de mirarlo, pero de inmediato se volvió a poner la capucha, como si la apariencia extraña de James le hubiera recordado que debía cubrirse. Sin embargo, dejó el celular a un lado de su bandeja y dijo con frialdad:

-Mathilde.

Algo tuvo aquel tan poco común nombre que provoco una sonrisa casi absurda en el rostro extraño de James. Mathilde permanecía callada, y parecía no querer hablar con nadie. Tenía la cabeza baja y los ojos le temblaban ¿Estaría llorando?

Mathilde agitó la cabeza y le dijo con dulzura:

-Perdóname. Estoy pensando en muchas cosas, tal vez pienses que soy una idiota.

-No lo eres, bueno, al menos no para mí.

"Estúpido" pensó James. Sólo a él se le ocurría decirle eso, y más a una chica tan voluble. Sintió deseos de estrellar su cabeza contra la pared.

Entonces, Mathilde empezó a reírse. James no entendía su comportamiento, pero su risa le pareció reconfortante. Parecía casi un milagro que ella no se enojara por el comentario que había hecho. Su risa le pareció algo pícara, y eso le hizo sonreír.

¿Por qué demonios le hacía sonreír?

Mathilde, después de su pequeño ataque de risas, empezó a tranquilizarse. Tomó un bocado y se lo llevó a la boca. Al dejar de comer, parecía que iba a decirle algo a James; él lo notó, y estaba listo para escuchar cada una de sus palabras.

Y entonces, la campana sonó.

Todos se levantaron incluyéndola. James tardó en reaccionar y se levantó exageradamente rápido. Su bandeja seguía llena; no había comido nada. Se alejó rápidamente del lugar y siguió a Mathilde. Ella ya había dejado su bandeja y de disponía a irse a otra clase. James pensó que si acercaba demasiado a ella, podría molestarla. Se dio media vuelta. Entonces, una voz dulce le habló desde atrás.

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