Día 4/365

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Las horas sin él eran un martirio. Contaba los minutos para verlo de nuevo, encendía el celular cada segundo esperando un mensaje suyo, y cuando llegaba, mi rostro se iluminaba por completo, una sonrisa traviesa se formaba en mis labios. Y al verlo a él, al verlo llegar a verme, subir los escalones y cruzar la puerta, con esa gorra azul un poco vieja y desgastada, con su barba de pocos días y una ligera sonrisa en sus labios, mi sonrisa se ensanchaba, mis ojos brillaban y mi corazón comenzaba a martillar con fuerza en mi pecho, me moría por tocarlo, por aspirar su olor. Contaba los minutos y se me hacían eternos, esperando a que se llegara la hora en que él decidiera irse, y sí, ya sé que suena absurdo que espere con tantas ansias para verlo si después voy a esperar ansiosamente que se vaya, pero es que sus despedidas eran las mejores, me miraba a los ojos, con su mirada de súplica para que yo diera ese paso, yo me acercaba poco a poco y juntaba nuestros labios en un beso, uno pequeño que iba subiendo después de intensidad, él me sujetaba con determinación por la cintura y yo le rodeaba el cuello con mis manos, él bajaba sus manos hasta mis caderas y después hasta mis muslos, nuestros besos eran tan largos que le daba el tiempo suficiente para juguetear con sus manos por toda mi espalda, mis caderas, mis piernas y hasta los rincones más ocultos de mi cuerpo, nuestros besos eran tan largos que no necesitábamos más de uno para despedirnos, al separar nuestros labios y nuestros cuerpos, con la respiración entrecortada, él me sonreía, se despedía con la mano y se marchaba, y de nuevo, yo comenzaba a contar los minutos para verlo de nuevo...

-Maye.

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