Capítulo tres: estoy aquí

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-Mikoto~ Tranquilo, pequeño~ -

Aquel tono alegre se escuchaba en el patio del templo, junto con unos gruñidos y sonidos aparentemente divertidos. Munakata había salido a atender unos asuntos importantes con el anciano Kokujoji mientras Tatara se encargaba de cuidar al pequeño durante la ausencia del joven de cabello azul, era un gran alivio que el castaño y Mikoto se llevaran tan bien.

-¡No corras tanto, Mikoto! -

Exclamaba entre risas el muchacho de ojos marrones, realmente se veían entretenidos jugando en el patio del templo, sobre todo al pequeño pelirrojo quien no dejaba de saltar por todos lados, trepar árboles y esconderse entre los arbustos esperando ser encontrado por Totsuka para reanudar el proceso nuevamente.

-¡Tataρa!... ¡Tataρa! [¡Tatara!... ¡Tatara!] -

Repetía una y otra vez el demonio de ojos amarillos mientras correteaba en cuatro patas de tanto en tanto. Últimamente, todo lo que Mikoto decía era más fácil de entender, sólo un par de sonidos de su propia lengua solían interferir cuando hablaba.

-¡Tataρa! [¡Tatara!] -

Saltó a los brazos del castaño con tal fuerza que lo había tirado al suelo. Ambos reían, el pequeño abrazado a Totsuka aunque no llegaba a rodear su cuerpo.

-Munakata estaba en lo cierto, tienes mucha energía, Mikoto. -

Dijo entre suaves risas mientras acariciaba la cabeza del menor con cariño. Se sentó manteniendo a la criatura en sus brazos hasta que la misma se soltó para seguir corriendo por los alrededores.

-Me pregunto por qué Munakata decidió traerlo al templo a pesar de ser un demonio. -

Resonó en la mente del joven castaño quien observaba al niño corretear entre los arbustos. Según sabía Tatara, las criaturas de la raza del pelirrojo estaban prohibidas debido a lo peligrosas que eran, sin olvidar que ellos muchas veces tuvieron que encargarse de matarlos para detener los destrozos que causaban.

De repente, un chillido de angustia sacó a Tatara de sus pensamientos. Se levantó rápidamente y buscó al menor con la vista.

-¡Mikoto! -

Se acercó al encontrarlo entre los arbustos, en su tobillo izquierdo tenía las marcas de la mordida de una serpiente, la misma que se encontraba enrollada sobre sí, como si fuese a atacar otra vez. El castaño cargó en brazos al pequeño para alejarlo del alcance de aquel animal. Sacó su espada de la funda y, en un movimiento veloz, clavó la misma en la cabeza del reptil, acabando con su vida.

-Tengo que llevarte con el médico. -

Preocupado, el joven de ojos marrones apuró el paso para llegar lo más pronto posible con el doctor.

-¡Shiro-san! -

Corrió hacia al muchacho al verlo de espaldas y le acercó al pequeño pelirrojo quien no paraba de jadear pesado y gruñir inquieto por el calor que invadía su cuerpo a causa del veneno.

Isana Yashiro era muy conocido por ser un gran médico a pesar de sus cortos años de vida. De cabello corto y blanco, ojos café y tez pálida. Siempre vestido con una yukata blanca y su hakama de color negro, sin ninguna estampa en específico.

Mi pequeño demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora