El chico agarró el pomo de la puerta y respiró hondo antes de abrir y entrar. Cuando estuvo dentro, fue incapaz de reprimir una sonrisa triste. La habitación era de paredes lisas y blancas, no muy amplia y con tres muebles del mismo color. La cama alta, llena de peluches de los que sabía la historia de cada uno, estaba bajo la ventana de cortinas color violeta, mientras que el armario y el escritorio estaban el uno junto al otro.
Se acercó al escritorio y recorrió con la mirada cada detalle que lo adornaba. Había unas conchas que él le había traído de la playa, y una bola de cristal de un viaje que él había hecho a un país extranjero sin ella, que cogió y se la metió en el bolsillo de su pantalón. También vio su cofre abierto, donde estaban las pulseras cuyo significado les mantenían unidos.
Agarró una de ellas, de color blanco, su color favorito, y la metió en su bolsillo también. Él tenía una exactamente igual de color negro, que aún llevaba puesta.
En la pared del escritorio había dos cristales. El recuerdo de verla estudiar allí mientras se divertía mirándole por el reflejo del espejo mientras el estaba en la cama tumbado pendiente a su teléfono móvil mientras le miraba de reojo sin que se diese cuenta le hizo sonreír.
Siguió caminando por la habitación y junto a la ventana observó la única zona donde la pared no era visible, ya que en su mayoría estaba cubierta por fotos. En casi todas aparecía una chica de piel pálida y aspecto frágil, con pecas que le adornaban las mejillas. Sus ojos eran grandes y verdes, siempre llenos de brillo y felicidad. Su larga melena color chocolate caía por ambos hombros como una cascada de desorden.
Según ella, la gente despeinada era más feliz.
En las fotos, estaba junto a él, besándose, abrazándose, riéndose y siendo felices con la sola presencia del otro. Cogió también la que más le gustaba, despegándola de la pared. En ella salía sonriendo, y el chico besándole en el cuello. Ver su sonrisa era una de las razones que le mantenían en pie cada día, así que pensó que era la mejor de todas.
Caminó hacia la puerta de nuevo, con la pulsera, la bola de cristal y la foto en el bolsillo; y el olor de la fresca colonia de la muchacha metido en la nariz, pero antes de salir recordó algo que le hizo girarse sobre sí mismo.
Barrió la habitación con la mirada hasta dar con la cama y rogó que lo que buscase siguiese allí, intacto.
Miles de noches, hablando con ella por teléfono estaba ausente mientras escribía en un cuaderno al que llamaba diario, y sabía donde lo tenía escondido.
Levantó una de las almohadas y allí lo vio. En la portada de color violeta, vio escrito “Diario de Holly” y lo abrió por la primera página para comenzar a leer lo que su novia había estado escribiendo durante los tres años y medio que había estado junto a él.
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El diario de Holly.
Teen FictionMax va a la habitación de su novia y se lleva de allí una bola de cristal, la pulsera favorita de Holly y una foto en la que salen ellos juntos, donde Holly sonríe radiante junto a él. Cuando decide irse, recuerda el cuaderno que usaba como peculiar...