-¿Qué se le ofrece el día de hoy Sr. Manhill? – preguntó apenas el moreno de ojos negros estaba cerca de él, había prácticamente murmurado la pregunta debido al lugar en el que se hallaban.
— Me ofende su pregunta, padre. – mencionó algo serio. – Como todos aquí, vengo para tranquilizar mi alma y estar un rato con dios. – mencionó burlándose de manera obvia de las personas que calladas y cabizbajas oraban a dios, ya sea por ellos mismos o para la salud de algún pariente, quizá alguno para agradecer.
— No lo dudo Sr. Manhill, solo que nunca le he visto orar. – aclaró.
Sebastian Manhill era un hombre que a sus veintiocho años trabajaba a diario en la empresa familiar, como cualquier persona. Por lo general su atuendo siempre era bastante formal, llevando unos muy bien lustrados zapatos, pantalón de vestir del mismo color que el calzado y camisas bien planchadas, faltándole únicamente la corbata y el saco para completar todo un cuadro de formalismo al vestir. Ese día llevaba una camisa guinda que lograba resaltar su pálido color de piel, la demás parte de su atuendo era negra como solía llevarla generalmente.
— Seguro porque no soy tan obvio. O tal vez mi presencia le distraiga de cierta forma y no se dé cuenta. – arrastraba las palabras pretendiendo desviar el sentido de éstas.
— Le aseguro que presto mi atención en cosas de importancia, Sr. Manhill, y si me permite… debo ocuparme de ellas ahora. – un movimiento de cabeza fue suficiente por parte del rubio, quien con la última disculpa siguió su camino hasta perderse tras el altar, de camino a la sacristía.
Los ojos negros no perdieron de vista al otro, quien vestía un traje negro, con una especie de cuello alto que mostraba un cuadro blanco al frente. Todo aquel atuendo haciendo juego con los brillantes ojos azules del rubio, quien llamaba la atención de hombres y mujeres al por mayor. ¿Y porque no? Era joven, de veinticinco años, piel dorada, cabellera rubia y ojos de un azul intenso que contrastaba perfectamente con su piel y cabello. Sin contar el buen humor que tenía y lo excelente amigo que podía llegar a ser si se le trataba, todo un conjunto que a ojos de Manhill era un regalo divino.
Sebastian sonrió de lado ante la respuesta obtenida por el sacerdote de esa iglesia, siempre solía ser igual, desde una ocasión en donde por pura casualidad había pasado, y el decir pura casualidad era literalmente, porque él, para ser honesto, ni siquiera creía en alguna religión. Pero un muy buen día, llevaba prisa para llegar a su trabajo, el cual quedaba relativamente cerca de ahí, aunque claro, esto si se viene en automóvil, porque de otro modo, la distancia es bastante. Ese día tenía una junta muy importante y por razones casi increíbles iba tarde, cosa que siendo modesto, jamás le había ocurrido con anterioridad.
— ◊ — Flash Back — ◊ —
Justo ese día no pintaba para ser muy agradable, puso sus ojos tal cual demonio sobre el reloj despertador que estaba apagado, ni siquiera había sonado, gruño molesto y se puso de pie casi en un salto, caminando a prisa al baño para ducharse, cambiarse e irse a su trabajo, puesto que el poco tiempo que le quedaba no sería suficiente como para desayunar, al diablo con el desayuno, su estómago seguro podía esperar, su virtuosa puntualidad no.
Salió apenas en una diminuta toalla envolviendo su cintura, sacó el atuendo que ya tenía preparado para llevar esa mañana y retirando la toalla, la pasó por su cuerpo secando el exceso de agua que aún le corría por la piel, se puso un bóxer negro de licra y rápido se vistió.
Tomó su maletín, revisando que todos los papeles que ocuparía para la presentación fueran dentro de éste, nada podía fallar hoy, ya que esta junta definiría su actual situación dentro de la empresa, odiaba que todos en la familia pensaran que era tan solo un hombre con mente de chiquillo malcriado, a quien sus padres le habían dado todo a manos llenas sin él hacer esfuerzo alguno. No negaba haber obtenido beneficios por nacer bajo el apellido Manhill, pero eso no significaba que fuese lo que los demás pensaban, y justo lo iba a demostrar.
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Pecaminosa Tentación
RomanceUna tentación envuelta en el pecado, los invita al eterno placer. Consumirse en el fuego de su pasión, a arder en el implacable infierno... amarse; tocarse; perderse en el cuerpo del otro. Los sacerdotes tienen prohibido eso ¿Cierto?