Confesión

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— Esto no debió pasar… - murmuró Steve empujando a Sebastian, este no puso fuerza en su agarre al notar lo aturdido que estaba el otro, solo le miró acercarse a la orilla de la terraza, recargando ambos brazos y agachando la cabeza.

Un fuerte suspiro se escapó por entre los labios de Steve. Sebastian le miraba desde el mismo lugar.

— Sabes que tanto tú como yo lo deseábamos. – inició. – Tarde o temprano iba a suceder.

— Dime algo, Sebastian. – pidió Steve aún en la misma posición, dándole la espalda al moreno, quien no se movió esperando lo que el otro fuese a decir. - ¿Eso es lo que soy para ti, no es así? – Manhill pareció dudar un momento no comprendiendo de que hablaba. – Un deseo… - acabó la frase mientras le daba la cara, recargando el cuerpo completamente sobre la orilla de la terraza.

— Sabes que no es así.

— No, te equivocas, no lo sé. – corrigió.

— Steve…

— Y creo que tampoco deseo saberlo. Olvida mi pregunta. – el ojinegro apretó los labios ante las palabras del rubio, quien pasó a su lado como si nada. – Debo irme ya. – uno de sus brazos fue apresado con fuerza, deteniendo así su andar, pero negándose a voltear.

— Te veré mañana. – dijo Sebastian no dando opción, ni siquiera estaba preguntando, le estaba avisando. Ambos mirando al frente, ninguno se dignó a girar el rostro para ver el contrario, parecían molestos, decepcionados quizá, ¿Confundidos?, tal vez.

— No te molestes en acompañarme, conozco la salida. – dijo soltándose del agarre, por primera vez, de forma grosera.

— Tu casa está lejos, te voy a llevar.

Y ahí estaban una vez más, ambos de camino a la casa del rubio. Sebastian no le había dejado mucha opción a pesar de la fuerte discusión que por primera vez, habían tenido sobre el tema de llevarle a su casa.

Steve terminó subiéndose con ambos brazos cruzados sobre el pecho y mirando por la ventana, en ningún momento sus miradas se cruzaron, aún ahora que estaban frente a la casa del rubio, ya que en la calle tras la iglesia, había una puerta más cercana que daba directo a la casa, justo para no cruzar todo el terreno.

El auto estaba estacionado, Sebastian lo apagó en cuanto llegaron, no hizo ademán de moverse, ni siquiera de querer hablar, solo recargó su brazo sobre la puerta y miró hacia fuera, un par de personas caminando por la acera, pero ya era tarde y no había más gente, ni movimiento.

— Gracias. – estaba por bajar luego del largo rato en silencio, cuando la mano de Manhill le tomó la suya, apretando con fuerza pero sin llegar a lastimarle.

Cerró sus ojos, Sebastian no le miraba, tan solo le retenía por la mano.

— Lo siento. – fue lo único que de aquellos rojos labios salió.

Steve suspiró ruidosamente y asintió, cosa que el otro no vio.

— Temprano. – dijo ante lo último que quedó al aire en su extraña pero muy particular discusión.

Sebastian asintió sin voltear a verle.

— Haces bien en no verme, deberías tratar de aplicarlo lo que te resta de vida… - puntualizó bajando del carro, soltándose del agarre en el proceso.

El escuchar esas palabras hizo a Sebastian girar su vista con sorpresa hacia donde estaba el rubio, quien sin mirar atrás, ingresó a su casa, dejando a un perturbado Mahill.

Pecaminosa TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora