Mis ojos arden. Trato de parar las lagrimas pasando la parte lateral de mis muñecas por mis ojos. Estoy sentado en la obscuridad de un cuarto de hotel barato que se encuentra en el centro de Brooklyn. Los autos pasando por la calle hacen que mis ojos resientan la luz.
Una de las peores cosas de esto es el ya no sentir nada, y ya no saber como te sentías antes de que el sentirse vacío fuera una cosa de todos los días. Una vez que te acostumbras, se mete bajo tu piel. Cada vez que sientes una chispa de felicidad o al menos de alivio, sientes que esta mal. Es una adicción, se vuelve una manera de vivir.
Tenía una familia, de la cual me separe desde chico. Tenía amigos, pero siempre los dejo después de un tiempo. Nunca he amado, mas nunca me han amado, así que no veo el problema.
Tomo una de las pequeñas píldoras purpuras que tengo en mi bolsillo. La trago sin necesidad de agua, ya estoy acostumbrado a esto. Solían hacer efecto, pero ahora es como ingerir tic-tacs. Tomo otra y sin pensarlo la coloco en mi lengua. Esta vez la pastilla raspa mi garganta.
Después de un rato de estar sentado en la cama viendo hacia la nada, decido salir.
Me quedo a un lado de la entrada de el edificio. Apoyando mi espalda en la pared. Saco mis cigarrillos. Cubro la flama de el encendedor para evitar que se apague y acerco con mi boca el cigarro. Doy una calada larga y profunda para encenderlo apropiadamente. El sabor familiar invade de inmediato mi boca.
En la calle de enfrente hay bares y lugares en donde comprar alcohol, en realidad, están por todos los alrededores.
Algunas chicas semi-vestidas acompañan a un señor de mayor edad a una de las habitaciones del hotel en donde me hospedo. Ya entiendo el porque se cobra tan poco por una noche.
En la puerta de a lado se escucha lo que parecen ser sonidos de gente discutiendo. El alboroto me hace girar la cabeza y prestar atención a la escena. El que parece ser el dueño del bar tiene a una chica de cabello rojo cereza tomada de el brazo, forcejea para sacarla del lugar. Ella grita que la suelte y que ella puede salir por si misma. Termina tropezando con uno de los escalones y el hombre toma la oportunidad para dejarla caer.
"Cretino. ¿Quién se cree que es?" dice mientras se sacude su chaqueta de cuero y sus pantalones rotos. Nota que la observo. Se queda un momento devolviendo la mirada y sonríe. "¡Vaya, vaya, vaya! Hace mucho que no veía tipos bonitos por aquí, huh." Mi cara permanece sin expresión. "¿Qué te paso a ti? ¿Qué te hizo llegar al extremo de tener que estar a las 4:30 de la madrugada en un lugar como este?" Grita de manera exagerada y melodramatica, extendiendo sus brazos para hacer énfasis. No respondo. "¿Y a ti que te pasa? ¿No hablas?" No respondo. Saca una pequeña botella metálica de uno de los bolsillos interiores de su chaqueta de cuero. Toma un trago, haciendo una mueca cuando el liquido pasa por su garganta. Va y se para a un lado de mi, recargandose en la pared. Yo la sigo viendo.
"¿Como te llamas?" No respondo. "¿Eres mudo o algo asi?" No respondo. "Esta bien, a mi tampoco me gustan los nombres." Se sienta en la banqueta humeda, con las rodillas hacia su pecho. Puedo ver que tiene frio. Me siento a un lado de ella, con mis piernas estiradas y mirando hacia la nada. Saco mi cajetilla y le ofrezco un cigarro. "No tomo cigarros de extraños." Dice con una media sonrisa. Toma un cigarro que tuvo desde el principio tras su oreja en manera de lápiz y le da pequeños golpes, compactando el tabaco. "Y menos de los que tienen el cabello verde y una mirada de psicópata." Trata de bromear, lo cual logra una media sonrisa en mi cara.
Pasamos un tiempo en silencio. Fumando y observando los autos pasar.
"Michael. Me llamo Michael." Digo sin voltearla a ver. "Michael." Repite mi nombre, analizandolo. "Bien Michael, puedes llamarme Red."