Una despedida, un saludo

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Mi embarcación comenzó a desaparecer lentamente bajo las turbias aguas. Diez hombres se esfumaron completamente de la faz de la tierra. Estaban bajo mi mando y yo, como mal capitán, no me "Hundí con mi barco", mucho menos los pude salvar. Todo fue tan inmediato...

- Señor, se avecina una tormenta. Deberíamos desviarnos 

- ¿Tomaría más tiempo?

- Unas seis horas extra de viaje, por lo menos.

- Debemos seguir.

- ¿Cómo capitan? ¡El Barco no aguantará el azote del huracán!.

- El barco ha de resistirlo. Debemos avanzar y entregar el cargamento a tiempo.

- Pero señor, ¡Llevamos sobrecupo!

- ¡NO IMPORTA HE DICHO! Mi Caroline nunca me ha decepcionado, ni siquiera bajo los más fuertes huracanes. Al fin y al cabo el eslogan de nuestro grupo de transporte es "Contra todo pronóstico" -

El primer oficial me miró perplejo, luego se volteó y obedeció a regañadientes.

Las órdenes se siguieron al pie de la letra y todo fue amarrado con el doble de cuerda, asegurado con arneses, e incluso se cerraron algunas exclusas de cargamento con doble seguridad. De nada sirvió.

La tormenta azotó el barco como si fuera una débil embarcación hecha de trapo. Uno a uno mis marineros fueron tragados por las olas a medida que el barco, con su gran peso, era movido por las corrientes. 

En determinado momento chocamos con algo desconocido y el casco empezó a hacer agua. Nos hundíamos. El oficial, dos tripulantes más, y yo, fuimos tragados por las corrientes hacia las negras y heladas aguas.

Rezamos por no congelarnos antes de que otro barco nos pudiera encontrar, y que los salvavidas funcionaran perfectamente. El frío océano quería reclamar nuestra vida desde que tocamos las gélidas aguas. Olas nos mecían y azotaban, y el viento se llevaba nuestras palabras lejos, al punto de no podernos entender ni hablando, ni por señas, ni por ningún otro método. Procuramos mantenernos juntos.

Luego de un par de horas, los dos tripulantes ya estaban cediendo ante el frío y perdiendo su batalla para vivir. Luego de otra hora, el oficial se despidió.

- Capitán, yo nunca dudé de usted mientras estuve a su servicio. Siempre nos sacaba de todo lío, a pesar de su temperamento.

- ¡No diga eso en estos momentos! Saldremos con vida...

- Saldrá usted con vida, mi Capitán. Yo creo que aceptaré mi destino. Gracias por todo, fue un placer servirle en el Caroline.

- Oficial...

- ¿Diga?

- Gracias a usted por acompañarme. Lamento el error que cometí hoy.

- No somos perfectos. Nadie esperaba semejantes vientos. - Sus dientes castañeteaban conforme hablaba. Gritábamos prácticamente, con el poco de energía que nos quedaba.

- Ha servido maravillosamente Oficial. Usted es un gran hombre.

- No me olvide Capitán. Usted es el único hombre que yo podría considerar familia ahora, sabiendo que nunca me casé ni tuve hijos, y mis padres no existen desde hace años.

- Así será. -

Se notaba como su cuerpo se tornaba más y más frío y su piel palidecía. Tiritaba horriblemente. La hipotermia lo tendría en cuestión de minutos. Cada ola se llevaba un poco más de la chispa de vida con la que alguna vez trabajó para mí.

- Primer Oficial...

- ¿Si señor?

- Descanse. Su trabajo ha terminado.

- ¡Señor, sí señor!

Me dio la mano débilmente y luego cerró los ojos. Lentamente la corriente lo arrastró lejos de mí, hasta desaparecer entre las altas olas que mecían algunas de las cajas que transportaba el Caroline. El frío también empezaba a atormentarme, pronto sería mi turno.

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Perdí la consciencia, quién sabe cuánto tiempo estuve así. Me había dado por muerto, pero en cuanto abrí mis ojos, nada se parecía al paraíso que imagina la mayoría de los creyentes de las diversas religiones. El techo se veía metálico, y rechinaba conforme se movía lo que fuese que me estaba transportando.

- Oh vaya, ya estás despierto. Por un momento creí que ibas a morir y serías comida para tiburón.

No podía hablar aún, no había recuperado por completo mis sentidos y aún sentía entumecidas partes de mi cuerpo, así que solo podía observar, difícilmente, a mis alrededores.

- Para acá, mira para acá. ¡No te muevas aún! 

- Qqqq...qqq...aah...gggg - Traté de hablar pero mi boca no respondía correctamente, me sentí balbuceando como un bebé. Tosí.

- Ya, calma muchacho, ya tendrás tiempo de contarme tu historia. Descansa otro rato. Mi nombre es Calvin, por si necesitas algo. Duerme, vendré más tarde con algo de comer.

Hice caso pues nada más podía hacer. Cerré mis ojos con la esperanza de sobrevivir, donde quiera que esté.


El BallenistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora