De camino hacia el complejo de departamentos miraba de un lado a otro, no fuera que me encontrara con alguien desagradable que quisiera robarme la mochila o subirme a un coche a quién sabrá dónde.
No fue sino hasta que casi llegaba al complejo de departamentos que me topé con una cara conocida. Conocida pero de la que desconfiaba hasta de su sombra.
Era un hombre que a leguas gritaba jubilación, esquelético y con el cabello cano y crespón como una escoba vieja, nariz de cuervo y ojos maliciosos. Lo había visto en una ocasión que salía de la oficina de mi padre gritando que eran injustas las condiciones de trabajo sueldos y entre otras cosas que hasta el momento apenas aprendía en mis clases particulares. Su nombre es Mildéu. No sabía su apellido, pero lo que sí sabía era que debía mantener la mayor distancia posible de ese espantapájaros. Menos aún aceptar cualquier cosa que me ofrezca.
Para mi mala suerte no podía simplemente dar la vuelta o fingir que no lo había visto, dado que el ya caminaba hacia mí.
— Mierda. — musite bajito. No quería que encima de haberme visto también me escuchara.
— Hola niña. Hace una bonita mañana ¿no crees? — me habló con su voz chillona y falsamente amable.
— Perdone señor, pero llevo prisa. — respondí con una tranquilidad evasiva que incluso a un político le hubiera parecido digna de su cargo.
Pero para mí desgracia estaba tratando con un viejo mañoso.
— Si quieres Honey, puedes pasar por mi casa por unos dulces. Quizás unas galletas con leche o algo así. Esas cosas que comen los niños — un brillo que desafortunadamente conocía aparecieron en sus negros ojos.
Mi señal de alarma saltó como las sirenas de un camión de bomberos.
Rojo.
Rojo y muy ruidoso.
— Gracias, pero no gracias. — a como pude, controle la expresión de miedo que quería salir a flote.
No era la primera vez que me topaba con trampas así, por lo que no caería como una mocosa ignorante. Le hacía demasiado caso a mi instinto de supervivencia como para dejarme engañar por unos cuantos dulces por los que no arriesgaría nunca el cuello.
Dulces para una niña. Sobra decir lo obvia que era la trampa.
— Lástima, será para otra — trato de sacarme una futura afirmativa, una que sin duda no respondería directamente.
Soy pequeña, no tonta.
— Adiós — termine por despedirme.
Sin poder contener los sentimientos que invaden mi pecho una gran oleada de dolor me asaltó con lenta y tortuosa violencia, casi como si tuviera una conciencia propia y está disfrutara el lacerarme. Recordaba perfectamente aquella vez que solo por mi gran miedo y desesperación tomé plena conciencia de lo diferente que realmente soy.
El día que descubrí a plenitud mis poderes mágicos.
Ese era un día que si pudiera olvidaría, o dejaría enterrado bajo tierra o algo similar; pero sabía que eso no podría pasar. Aunque fue un gran trauma y el catalizador definitivo para dar por muerta todo rastro de tierna inocencia e ingenuidad infantil de lado, aquella ingenuidad en la que hacía a la mayoría de los niños de mi misma edad aceptar ayuda así sin más como si esta fuera proveniente de sólo buenas personas que nunca lastimarían a un inofensivo niño que en la corta vida nada les había hecho a esas maliciosas "personas" con interiores de monstruo. Porque sí, sabía diferenciar a un monstruo por sus intenciones, no por su apariencia. Y sabía que ese trauma no se iría jamás.
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La tercera dueña
FantasyLos años han pasado y es tiempo de un nuevo dueño para las cartas. Es tiempo de un tercer dueño. - Honey no es como Sakura, ni Clow o Eriol, y gracias al cielo no es para nada como el mocoso de Hong Kong o su prima. Honey, ella... ella nos necesita...