4. Crecer a tu lado

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  Crecer a tu lado no es tan malo si se que me estas cuidando. 

Los días de Honey Jones se volvieron llenos de una nueva luz que con seguridad se instalaban más a fondo en su joven corazón. Sus verdes ojos que pareciendo brillar con mera inteligencia se iluminaban con alegría y vida cada vez que aprendía de magia y del mago que hacía tantos años creo a las cartas y sus guardianes. No sin travesura, la joven hechicera descubrió modos muy ingeniosos para usar las cartas en su vida diaria, incluyendo diversos modos de poner en cintura a su desagradable primo y su pandilla de amigos.

Con sus altas y bajas finalmente aprendía a ser una niña feliz.

No tenía amigos con los que compartir sus recreos menos aún sus secretos, su madre había fallecido y no le sabía ni el nombre, menos aún tenía idea si alguna vez fue amada por ella. El padre la seguía ignorando, no le prestaba atención a su pelirroja existencia salvo en las cuentas a pagar por la escuela y los alimentos que mandaba a comprar con algún empleado de turno al que le quedara de paso en su camino, y hasta de eso se vio repentinamente desatendido cuando le decían que las compras ya habían sido hechas. Al hombre se le hizo sumamente más fácil darle una tarjeta de crédito a su pequeña hija y que esta se las arreglara sola ignorando por completo el hecho de que no se trataba de un adolescente de diecisiete años y no una niña de siete y medio.

Pese a todo Honey solía ser muy responsable, discreta y muy sutil aunque fuera cierto que era una niña inquieta su sentido de la supervivencia e instinto la guiaban a no buscarse problemas gratis.

Kerberos demostró ser un excelente consejero, leal amigo y un apoyo inigualable no solamente en lo que refería a las cartas Clow y la magia que manejaban. Sin proponérselo el guardián del sello se volvió el mejor amigo y soporte emocional de una heredera hechicera marginada por los que deberían de haberla amado y cuidado.

Con agrado Honey descubrió que las tres deidades a las que había invocado la guiaban con sutileza y la cuidaban cual polluelo al que se le enseña a volar. En sueños le mostraban signos, elementos o un simple consejo intrincado del que en su momento no tenía ni idea de que significaban, pero en el preciso instante en que debía actuar lograba superar los obstáculos.

Para su desgracia no solo debía de preocuparse por las cartas Clow.

En más de una ocasión la joven Jones se vio obligada a usar sus cartas para escapar de los hombres y mujeres resentidos hacia su familia en general y los negocios que estos manejaban.

Desafortunadamente no siempre podía reaccionar a tiempo. Una de esas ocasiones fue un día en el que se dirigía hacia la biblioteca luego de la escuela. De alguna manera se las había arreglado para capturar a la carta de "La Arena" "El Disparo" y a "Congelar" sin que nadie se diera cuenta que faltaba a las dos últimas clases que eran de matemáticas y lengua extranjera por lo que con toda la calma que tenía salió por la puerta principal del edificio justo al tiempo que se daba el timbre de salida.

El ojo observador de Kero no pasó desapercibido lo invisible que resultaba la pelirroja para, inclusive, el cuerpo docente.

Caminaba con calma por las aceras que tan bien conocía sin prestar realmente atención, el capturar a las tres agresivas cartas le había dejado muy agotada como para poder estar realmente atenta de lo que sucedía a su alrededor.

Hasta que un inesperado peligro hizo saltar sus alarmas y una nueva dosis de adrenalina la recorrió entera.

— Hola niña ¿Cómo te va? — Me sacó de mis pensamientos un hombre que salió por uno de los estrechos callejones por los que solamente alguien de mi estatura y complexión podría correr de llegar a ser necesario.

Lo supe enseguida: me estaba cerrando las salidas.

Y pude sentirlo. Él emanaba odio.

Trate de irme lo más rápido posible, y para mi desgracia eran pocas las personas que pasaban a esas horas por la calle por no decir ninguna. Si ése hombre quisiera hacerme algo (que era obvio que si quiere) esta era su oportunidad de oro.

Me cerró el paso.

— Te hable niña ¿no me oíste? — en su tono, pese a que trataba de ocultarlo se filtró el desprecio que sentía hacia mí.

— Perdone señor, pero me están esperando — trate de zafarme con sutileza del que podría apostar sobre seguro que se trataba de alguna venganza contra mi padre.

— ¿Y quién se supone que te espera? ¿Tu mami, o tu papi? — escupió con desprecio lo último.

— "¡¿En serio?! ¡¿En qué mierdas trabaja mi padre para ganarse tanta jodida venganza?!" — pensé con desesperación creciente, muy apenas controlándome.

— Lo siento, pero no me dejan hablar con extraños — vaga y muy usada excusa de niños, pero vamos, que eso es lo que soy: una niña.

— Me llamo Marcos ¿y tú? — trató de incitarme pero solo consiguió que quisiera irme muy lejos. Por lo que sabía podría estar tanto mintiendo como diciendo la verdad.

— Señor me tengo que ir — me encamine lo más lejos que pude pero no llegue ni un centímetro de lejos...

— ¡Ay! — me sorprendió tomándome con fuerza del brazo.

— ¡No te vas hasta que me digas tu nombre pequeño engendro! — me gritó mientras apretaba con más fuerza mi brazo y hombro lastimándome y empezando a zarandearme.

— ¡Suéltame! ¡Yo no te hice nada! — mi miedo crecía y me bloqueaba la mente. No podía idear algún modo de escaparme.

— ¡Que me digas tu maldito nombre hija de puta! — me levanto del suelo y me zarandeaba con mucha fuerza.

La cabeza me daba vueltas y sabía que ya no podría aguantar más.

— ¡¿Tu nombre es Jones no es cierto?! ¡¿Eres hija del mal nacido de Holgar?! — podía sentir como su odio por mi padre se dirigía a mí.

Nadie no lo sabía, y la verdad es que lo descubrí por accidente. Con tan solo sus emociones las personas podrían lastimarme. Ni siquiera era necesario tocarme para causarme heridas a pesar de que a simple vista estas no se vieran yo los sentía como golpes físicos, y para mi desgracia, eran bastante más certeros.

— ¡No! ¡No lo soy! — trate. De verdad trate.

— ¡Hija de puta mentirosa! ¡Igual a tu bastardo padre! — me arrojo contra un muro de concreto causándome mucho daño, y lo peor es que sabía lo que se avecinaba.

De una me arranco la mochila de la espalda y me pego contra el muro del callejón.

— ¡Déjame en paz! — jadee casi sin aire y aun luchando por librarme, aunque todos mis intentos eran en vano.

— De ésta no sales bien parada, pequeña perra. — gruñó contra mi cara mientras sacaba una navaja de su bolsillo.

Yo ya había pasado mi límite de control. Intente evitarlo, de verdad que si pero ya no había vuelta atrás. En mi miedo y desesperación yo podía sentir bajo mi piel como mi magia crepitaba ansiosa por liberarse y atacar a mi agresor, ya estaba por rendirme y dejarla salir pero un brillo intenso segó al hombre que me había golpeado distrayéndolo.

— ¿Cómo te atreves desgraciado? — una voz grave y enfurecida nos sorprendió a los dos.

El que había dicho se llamaba Marcos palideció hasta competirle a la cal, pero no aflojo en lo más mínimo su agarre, de hecho me estrello más contra el muro levantándome completamente del piso... y ahorcándome.

Di un jadeo ahogado que creo que alertó a Kerberos a mirarme, y a juzgar por la cara que puso diría que yo ya estaba de varios colores nada alentadores.

Mis oídos se embotaron, mi vista se nublo y solo un rugido lejano junto con una enorme mancha amarilla en movimiento fue todo lo que puede captar antes de que mi mundo se volviera negro.

No sabía dónde estaba, ni qué había sucedido. Solo sabía que comenzaba a sentir una calidez agradable que me envolvía. Al mover un poco mi cuerpo me di cuenta que estaba acostada en una superficie dura, por lo que seguramente estaría en el piso y no en una cama. Vagamente recordaba lo que había sucedido con ese hombre que quiso atacarme...
Al levantar la mirada pude ver la forma original de Kerberos, quien se mantenía acostado junto a mí, supongo que cuidándome.

— ¿Cómo estás? — la preocupación demacraba un poco las felinas facciones.

— Yo... — intente decir, pero la voz me salió ronca y me dolió mucho la garganta el cuello y parte del pecho cuando intente hablar. Me llevé las manos al cuello por el dolor y creo que estaba a punto de llorar.

— Sshhss... No hables. Tan solo... Asiente una vez si te duele —

Yo asentí una vez, tal como me dijo. Lo escuche tratando de no gruñir, pero falló. El ceño de Kero se frunció mucho y mostró sus colmillos, aunque cuidó que no fuera en mi dirección.

— Ese miserable... Mira que atacar a una niña indefensa en plena calle.... Desgraciado... — Kero no dejaba de gruñir, aunque me pareció que se arrepentía de algo que yo no alcanzaba a entender.

Con todo el cuidado que podía reunir en mi estado de aturdimiento me fui incorporando poco a poco. Vi que mi mochila me había servido de almohada hasta ese momento, Kerberos noto que me levantaba y movió el ala que hasta ahora me había servido como manta.
No podía irme a casa sólo así como así. Yo no sabía cómo tratar el daño que me hicieron, y por experiencia, toda herida que no fuera atendida apropiadamente y en su momento podía ponerse muy mal. Suspire con resignación, pero terminó escuchándose un gemido lastimero.
No me quedaba de otra que ir a un hospital, y no era que saltara de alegría al verme rodeada de antiséptico y jeringas a cual más, pero no quería estar cerca de nada que tuviera o fuera sangre fresca.
Si no me equivocaba, una enfermera que trabajó en la escuela a la que voy estaría en urgencias y consultas, y la señorita ya antes me había atendido cuando la manada de jabalíes se les antojó hacer redadas y emboscadas dentro de la escuela... Bien, ya sabía a quién debía de buscar. Terminé de sentarme y le señale á Kerberos con las manos que debía de volver a su forma falsa, lo señalaba y formaba con las manos una figura pequeña.

— Aún no puedes hablar ¿cierto? —

Yo solo negué con la cabeza. Mientras no me dejara de doler no podría decir nada.

— Entiendo. Según lo que me señalas es que quieres que regrese a mi forma falsa ¿o no? —

Yo asentí con la cabeza.

— De acuerdo —

A pesar de que aceptó podía ver que no le hacía mucha gracia. Mi ceño fruncido pareció darle a entender mi pregunta.

— ¿Qué porque no quiero volver a mi forma falsa? —

Yo asentí.

— No me agrada tener que volver a una forma débil justo después que te atacarán. Si por mi fuera nadie nunca te tocaría un pelo — su tono era muy serio, parecía que estaba muy molesto, aliviado, y con un gran deseo de protegerme. Todo al mismo tiempo.

Yo le sonreí muy agradecida, con mucho cariño. Me le acerque gateando y lo abracé por el cuello, le di un besito en un lado de su cara de león y oculte mi rostro en su pelaje dorado como el oro y suave como la seda. Sentí a Kerberos corresponderme al abrazo. Nos quedamos así unos segundos más antes de deshacer el abrazo, con cuidado me levanté de mi lugar y le señala a Kerberos que volviera a su forma falsa y esta vez sí lo hizo. Acomode el interior de la mochila y la abrí para que entrara ahí.

— Espero que no planees regresar a tu casa así como así. Tienes que ir a un hospital para que te curen. — me señalo Kerberos mientras señalaba con su manita el moretón que se empezaba a formar bajo mi barbilla.

Moví los labios para articular cuidadosamente una palabra:

— "Obvio" —

— Pero mira qué carácter, y yo que solo me preocupo por ti. — dijo el dramático de Kero.

Yo solo lo mire con una ceja arqueada y una media sonrisa. Sabía que Kerberos se preocupaba por mí, que sinceramente mi bienestar le interesaba y se desviviría por mantenerme feliz y a salvo, razón por la que yo le escuchaba y obedecía sin mencionar el obvió cariño que le profesaba a mi guardián solar.

Con cuidado me coloque la mochila a la espalda y me encamine al hospital. Para mi mala suerte este quedaba a algunas cuantas calles lejos de la escuela, por lo que tendría que regresar el camino ya hecho y un poco más hasta llegar... Y así como estaba no era una buena idea caminar largos tramos.

De nuevo suspire.

Me acerque a una banca de parada de autobús, saque el cambio exacto y me quedé a esperar el transporte. Para mi buena fortuna nadie reparaba en mi persona, apenas lo suficiente como para no tropezar conmigo y ya.

A los pocos minutos pasó el autobús, subí junto con algunas cuantas personas más, una vez le hube pagado al conductor me dirigí hasta casi el final. Coloque la mochila sobre las piernas y rogué internamente que a Kerberos no se le ocurriera sacar la cabeza para iniciar una conversación. Pase todo el viaje en total silencio, mientras sentía a las cartas revolverse algo ansiosas dentro de mi bolsillo, por medio del vínculo que compartíamos debido a la magia era capaz de sentir el porqué de su molestia y preocupación: "Yo".

De alguna manera las notaba molestas porque no las había llamado para ayudarme. Aunque más que molestas las sentía angustiadas.

Cuando llegue a la parada del autobús fui directo a la recepción pero por el rabillo del ojo vi que la doctora a la que venía a buscar entraba a una especie de oficina lateral en el pasillo. No me lo pensé mucho y la seguí. Toque la puerta y enseguida me dio el pase, cuando entré la vi revisando una serie de documentos en su escritorio junto con lo que parecía ser un café.

Rodee el escritorio hasta que estuve de frente a la señorita, hasta el punto en que distinguí el nombre en su gafete: Ana María Estrada.

— Buenas tarde— — dijo por fin Ana, hasta que se interrumpió a sí misma al notar que no había nadie sentado frente a su escritorio. Miro en toda la oficina desde su lugar hasta que sus ojos me vieron a una distancia no prudente para un cardiaco.

Pego un brinco que casi me hacía reír.

— Dios mío... niña ¿no te han dicho que no espantes así a la gente? —

Yo solo me crucé de brazos y la mire con cara aburrida. Claro que me lo habían dicho. "Ella" me lo había dicho. Pero esta vez no le hice caso porque no podía hablar.

— Al menos di algo — parecía empezar a perder la paciencia.

Yo perdía mi paciencia.

Sin quitarme la mochila desabrochè un poco mi chaqueta y bajé la ropa que tenía cubriéndome el cuello. Como si fuera un interruptor, Ana volvió a su modo profesional.

Reviso mi cuello sin llegar a tocarlo demasiado, murmuraba algo sobre manos grandes, marcas recién hechas, moratones no benignos (ni idea de que significaran muchas de las cosas que decía) coágulos de sangre, milagro porque hubiera podido llegar por mi propio pie hasta el hospital sin desmayarme, falta de oxígeno por prolongado periodo de tiempo, que el que hizo eso tenía intenciones de no dejarme viva... o de menos lastimarme todo lo que pudiera. Que no había sido precisamente poco. Inutilidad temporal de las cuerdas vocales, entre otras cosas.

Me le separe por un momento, descolgué con cuidado mi mochila y la deje en la silla frente al escritorio, me quite la chaqueta y abrí lo suficiente mi camisa blanca de botones para que viera las marcas de mi pecho, de mis brazos y manos. Volví a quedar frente de Ana y comenzó de nuevo sus revisiones. En su cara se marcaba mucho el ceño fruncido.

Después de unos momentos me pidió mi gafete escolar, mencionó que era para hacer la receta de las medicinas que tomaría. Cuando se lo di no me costó adivinar que estaba pensando a toda velocidad.

— En un principio no te reconocí, pero ahora es hasta lógico que seas tú quien llegue con semejantes marcas —

Yo solo la mire.

Tantas veces me había curado de heridas que no se supone debería llevar una niña que ya se esperaba encontrarme un día casi muerta. No la culpaba, de hecho, muy seguido yo también lo pensaba.

— ¿Esto te paso en tu casa o en la calle? — me preguntó Ana con semblante serio.

Yo me crucé de brazos y levante una ceja. ¿Acaso se le había olvidado su propio diagnóstico?

— ¿Qué? ¿Ahora no piensas decir nada? — me recrimino.

Le puse cara de: "¿Eres tonta o te haces?" y le señalé mi cuello magullado. Eso pareció funcionar porque enseguida se puso roja de la vergüenza, sacó de su cajón una libreta pequeña y un lápiz, me los paso con cara de disculpa y sin atreverse a decir nada más.

Solo eso necesite. Me puse a escribir a toda velocidad lo que creí sería una explicación convincente y apropiada para un niño de mi edad y se lo pase de nuevo a Ana.

— *Te ataco en la calle un hombre llamado Marcos... te... te ahorco... y unos perros callejeros lo atacaron a él... — leyó con cautela el papel que le di. Muy astutamente había añadido un dibujo tosco de unas caricaturas haciendo eso mismo, no me olvide de añadirle el cuchillo en la mano de la caricatura "Marcos".

La oí murmurar algo de un cuchillo. Al parecer sí se dio cuenta de ese detalle.

Si tenía suerte se haría una búsqueda rápida y mantendrían bajo vigilancia a ese tipo.

Un hombre dispuesto a ahorcarme menos en las calles sería muy bien recibido por mí y seguramente también por Kerberos.

Puede que de la mochila no se notara ningún movimiento pero estaba muy segura que mi guardián estaba atento a los balbuceos de la doctora.

Termine saliendo del hospital con unas cuantas recetas médicas, jarabes, tés, ungüentos, instrucciones y recomendaciones por parte de Ana que estaba segura, Kerberos no me permitiría desobedecer, un número de emergencia y el contacto directo con Ana por si llegara a necesitar de su ayuda otra vez.

Para sorpresa de Honey él normalmente alegre león parlanchín se tomó muy enserio su papel de enfermero pues bien sabía Kero que si él no lo hacía nadie más se tomaría la molestia de velar por la salud de la pelirroja por lo que solía llegar a los extremos más raros (y divertidos) para cuidar de su niña.

Para esa noche Honey supo que le gustaba ser atendida, sin embargo era muy consciente que no debía aprovecharse de su amigo, razón suficiente para tener los pedidos al mínimo.

En los pocos tres días en los que tenía prácticamente prohibido hablar por su propia salud la joven hechicera se dio cuenta que podía lograr hacer algo de su propia magia si se concentraba lo suficiente aún sin hablar. Al ver esto Kerberos no desaprovecho la oportunidad y junto con las cartas le enseñaron cómo invocarlos.

Los días pasaron sin inconvenientes, tanto así que las cartas sin capturar parecieron hasta darle un leve descanso a la pelirroja Card captor. Ni siquiera Kerberos pudo sentir si alguna otra carta andaba activa o no.  

La tercera dueñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora