Canidae.

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Parte I.

Ziscther se aproximaba a Ben mediante un comportamiento sombrío; le acechaba. Ben aún no se daba cuenta de la presencia de aquel animal. Atisbando, las articulaciones se movían con una delicadeza y elegancia mezclada con una sed y ambición. El chico se hallaba en la punta de un risco. La ventisca soplaba con ligera fuerza, el nevado caía zarandeándose aterrizando en los pinos, arbustos; sobre todo en el suelo y sus rocas que conformaban la inmensa montaña, que Ben escaló con mucho empeño y sin desgaste. El glaseado en la tierra, en consecuencia de la precipitación propia de esa región, era deformado con cada pisada de Ziscther, un presagio lleno de anhelada hambruna, que le orillan a cazar incesante por el resto de la eternidad. Nada logra saciarle, y con mayor auge, pues es incalculable la cantidad de alimento que consigue conforme pasan los años.

Resopla y gruñe, no por molestia, sino que el estímulo generado recorre toda su composición antinatural. Su ansiedad es sumamente enorme, pero sabe que si embiste ahora, no podrá disfrutar al niño que permanece, aún incauto, en la cima de éste monte. Y para enunciarse finalmente, dice:

—El aroma de la inocencia es un incentivo que no puedo menospreciar.

Ben se exalta, provocando que su equilibrio disminuya y agite los brazos en busca de establecerse. Voltea inmediatamente y a través de un pálpito cardíaco intenso, le sigue una andanada de bombeo. Ben, ha precisado a la bestia que yace a sólo unos metros.

—¡¿Qu-Qué eres tú?! —Le pregunta el niño entre miedo y misterio.

—Soy el principio de cualquier final, incluso, al revés. Bardo por llanuras, montañas, ciudades, valles. Cualquier superficie es un regalo como banquete sobre mi mesa. —Le respondió deleitado Ziscther.

Un can anormalmente grande con aspecto enfermizo, en cuya piel escaseaba el pelaje, su color era un verde opaco, tenía algunas pequeñas protuberancias circulares en sus hombros, lomo y muslos. Poseía una larga cola, más que su misma fisionomía. Sus ojos, vacantes de pupilas, eran incómodamente amarillos, aun siendo día, mas con el cielo nublado por la nevada, Ben podía interceptar tales esferas de terror abismal.

Ben no concebía tal evento. Cuando de pronto:

—La puntualidad no está sólo limitada a llegar a lugares a la hora correcta, sino tomar acciones en el momento correcto. —Confidente y vigoroso, Faos pronunció sus palabras.

En reacción, Ben y el temible a su frente, voltearon en dirección dónde provenía aquella disertación. Ziscther, al mirarlo, reconoció familiaridad y un síntoma de amargura, en consecuencia, resopló a manera de réplica; sacudió su cabeza momentáneamente. Ben durante unos segundos intercambió su vista entre ambos seres. Y así, el espectro animal del principio se dirigió al que se encontraba posado en uno de los árboles cuya raíces estaban sobre el suelo de un peñón, de una altura considerable:

—Nunca pude pensar bien del carácter intelectual o moral de un hombre si era habitualmente infiel a sus citas. —Advirtió el terrorífico perro verde.

—Pero yo no soy un hombre. —Faos contestó sonriente.

"¿Qué son estas bestias?", pensó Ben parpadeando atónito; resultaría un recuerdo para posterior relato. Eso sí, señeramente si lograba salir con vida de lo que ahora acontecía.

—Abandona toda idea para engatusar al joven al borde de éste maravilloso pilar de la naturaleza. —habló Faos cruzándose de brazos, luego de situarse de mejor manera para proyectarse ante ambos seres, quienes se encontraban unos metros allá abajo.

—Guarda silencio mi estimado y no tan estimado hermano. Tu mera presencia desencadena una aversión en lo más profundo de mis adentros. —Le dijo Ziscther presuntuoso e irritado.

El pasaje bajo el cénit.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora