Ritual a Roronoa

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-¡No por favor! Se los ruego - lloriqueo una rubia mujer con desespero. Sus tiernos ojos azules empapados en lágrimas saladas denotaban el miedo que su menudo y embarazado cuerpo sentía.
Con demencia buscaba zafarse de las manos que como cadenas de acero se aferraban a ella, arrastrándola a su cruel destino, dejando en su piel de seda pálida impresas las huellas y el ardor de la violencia de la cual era víctima. Aquellas manos pertenecían a un grupo de hombres que vestían largas túnicas negras y máscaras de aspecto aterrador y misterioso.

Las piernas de la desafortunada victima temblaban como respuesta al dolor y de entre ellas un líquido transparente se deslizaba lentamente, acariciando con un sutil movimiento sus carnosos muslos, alertandola y aumentado su preocupación, pues aquella caricia era la clara señal de que la fuente se le había roto.
- ¡Judge! Te lo ruego ¡Para esto!- suplico clemencia la bella mujer. Sus débiles manos se aferraban a su esponjado vientre, buscando con esa acción proteger lo que en el se hallaba resguardo.
En contestación a sus incontables ruegos obtuvo una miraba dura como la roca y fría como el invierno, que a pesar de estar cubierta por una espeluznante máscara de cuervo, logró estremecer los lugares más recónditos de su alma.

- No les hagas esto. ¡Son nuestros bebes!-, busco el raciocinio de su esposo. Aquel que amo con locura y devoción y que ahora la llevaba a vivir la peor de las pesadillas. Una que jamás podría ser expresada en palabras. ¿Cómo era posible que aquel joven que la lleno alguna vez de rosas y bombones, ahora fuera un hombre sin alma, qué por dinero y poder estaba dispuesto a sacrificarla a ella y a sus bebés?

Largos ríos de agua cristalina seguían bajando de sus ojos y como un río de belleza celestial rodaban por sus pálidas mejillas en un recorrido lleno de miedo, pena y dolor.

Dolor que desgarraba su pobre espíritu de la manera mas violenta y mordaz al saber el cruel destino que les esperaba a sus cuatro hijos. Dolor que venía acompañado de poderosas contracciones anunciando que su cuerpo estaba apunto de entrar en labor de parto.

-¡Basta mujer!- gruño con molestia Judge, tras la oscura máscara de pico alargado y plumas esponjadas- ¡No tolerare tus patéticos lloriqueos!- dijo mientras alejaba a todos los hombres que se encontraban sujetandola, para entre sus brazos el tomarla.

-Te lo ruego.- aprovechando su libertad de movilidad se hincó. Sus frágiles rodillas tocaron el suelo, raspado su piel, dejándola rojiza. Sus gráciles manos se juntaron en signo de clemencia, gimiendo en todo el proceso por el picante y cosquillante dolor que envolvía sus caderas, abrazando su abdomen y finalizando en su parte intima- Haré cualquier cosa que me pidas, pero por favor. ¡Para ya!.

Girando los ojos con hastío, grito con voz imponente, buscando parar la rebeldía de su mujer y así por fin poder aplacarla-¡Escuchame! - la tomó del brazo, deteniendo sus acciones religiosas y obligandola a ponerse nuevamente de pie, sin ser en ningún momento delicado- Ellos son mis hijos, ¡Yo se que es lo mejor para ellos! - sus manos se encargaron de sacudir el menudo cuerpo de Sora, una y otra vez.- ¡Lo que hago es para hacerlos fuertes y volverlos insensibles! ¡Un arma de destrucción! Sora ...¿Porqué no entiendes que quiero hacer de nuestros hijos la perfección en personas?- pregunto tratando de hacerla entender su punto.
Su perfecto plan, el cual beneficiaría a su familia. A su estirpe.

-¿Pero llegar a estos límites?- pregunto con alarma y sacudiendo la cabeza en negación- ¡No! Judge, ¡No vas hacer de mis hijos unas armas!- Grito decidida a pelear por la salvación de esos pequeños. De sus pequeños.

-Maldita necia- la miro con desprecio. ¿Tan difícil era de entender sus fines? Judge volteo a ver a las demás personas que junto con ellos formarían parte de ese maquiavelico ritual.- Preparen todo, no queremos que el Señor del abismo se moleste - ordenó severo a sus súbditos, quienes tomaron a la rubia embarazada nuevamente, más esta como una leona herida, lucho contra los depredadores que buscaba lastimar a sus cachorros.
Pero todo intento fue en vano. Su debilitado cuerpo no fue capaz de dar gran pelea.
Sora fue llevada entre jalones, bofetadas y golpes al centro de la estancia donde se encontraba pintado un pentagrama y varios símbolos celtas, con la sangre de su primogénita de nombre Reiju quien fue al igual que ella obligada a participar en esa blasfemia y quien veía todo aterrada en una esquina del lugar, con el cuerpo lastimado y cubierto de líquido carmín.

Gādo no akumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora